miércoles, 30 de diciembre de 2009

Ranking 2009

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Malditos bastardos
Tarantino propone una ficción bélica tan cómica como dramática. Una de las películas más frescas de su director.


Ponyo en el acantilado
Miyazaki combina su etapa más intimista y reflexiva con la más bizarra y delirante, y aunque no hace su mejor película, nos da algunos momentos memorables.

Up
Pixar hace una película de aventuras cargada de sabor clásico.

Los mundos de Coraline
Henry Sellick revisiona una historia ya vista, con un poderío visual impresionante.

Déjame entrar
Una de las mejores películas de vampiros de los últimos años. Más un (brillante) drama que una película de terror.

Gran Torino
Clint Eastwood se despide de su personaje típico, con una película que, a pesar de ciertos elementos de telefilme, destaca.

Distrito 9
Ciencia ficción con mensaje social y una perfección técnica impresionante.

Slumdog Millionaire. ¿Quién quiere ser millonario?
Una puesta en escena excesiva, llena de colores y delirios visuales, para contar una historia de las de toda la vida.

Bienvenidos a Zombieland
Zombies con sentido del humor y un Woody Harrelson simplemente prodigioso.

Pagafantas
Comedia entrañable con algún momento memorable.

Celda 211
Drama carcelario con un pequeño tono de telefilme, pero ciertos detalles verdaderamente impactantes.

El imaginario del doctor Parnassus
Terry Gilliam en estado puro y la última interpretación de Heath Ledger. Eso debería servir.

Arrastrame al infierno
Vuelve el Sam Raimi excesivo, delirante y con humor negro a expuertas.


El soplón
Dejándo su faceta más experimental o dramática al margen, Steven Soderbergh hace una comedia que podría haber sido mucho más, pero que consigue entretener lo suyo.

Lluvia de albóndigas
A pesar de sus convencionalismos, su humor disparatado y sus grandes diseños la salvan.

Valkiria
Una de las películas más problemáticas del año termina siendo un filme correctísimo aunque muy intrascendente.

[Rec] 2
Rec se convierte en un shooter en primera persona; todos los diálogos sobran.

Harry Potter y el misterio del príncipe
Una factura visual diferente esconde un guión que deja mucho que desear, pero entretiene en sus dos horas y media de metraje.

Donde viven los monstruos
Spike Jonze no hace una película tan brillante como cree, pero igualmente tiene unos cuantos aciertos.

El curioso caso de Benjamin Button
La película más floja de David Fincher es la que le vale una nominación al Oscar. Buenos efectos visuales y 30 minutos muy buenos en una película de casi tres horas no especialmente destacables.

¡Que muerto me ha caido!
David Koepp hace una comedia intrascendente pero superior a la media del género.

Ángeles y demonios
Ron Howard hace una película mala pero endiabladamente entretenida, gracias sin duda a la labor como guionista del antes mencionado Koepp.

G. I. Joe
La película de los Geiperman hace honor al espíritu de sus muñecos. Si eso es bueno o malo, decíndanlo ustedes.


Radio encubierta
Richard Curtis se queda muy lejos de su anterior película, Love actually, y hace algo medianamente simpático pero enormemente convencional.

El desafio. Frost contra Nixon
El Ron Howard ambicioso y supuestamente artístico hace una película monótona y mucho menos inteligente de lo que se piensa.

Los hombres que no amaban a las mujeres
Thriller europeo al uso. No tiene garra pero tampoco aburre.

Spanish Movie
Chistes disparatados, muchos de ellos copiados de obras mejores, para una película que se considera revolucionaria por copiar una formula extranjera. La referencia a Los cronocrímenes la salva.

Transformers: La venganza de los caidos
Por alguna razón, Michael Bay piensa que una película sobre robots alienigenas que pelean debe durar más de dos horas y media y debe tener un argumento repetitivo y alargado.

Star Trek
J. J. Abrams quiere reiniciar la famosa saga con una cinta con un guión aburrido y un aspecto de telefilme que espanta.

Watchmen
Adaptación literal de la genial obra de Alan Moore, saltandose porque sí todas las normas de narración cinematográfica.

Avatar
Enésima revisión de la historia de Pocahontas, ahora atiborrada de efectos visuales y sin prácticamente ningún interés.

Algo pasa en Hollywood
Aburrido relato sobre lo malos que son todos con los productores de Hollywood.

Ice Age 3: El origen de los dinosaurios
Sucesión de gags sin sentido ni gracia, hilvanados de la forma más simplona posible.

Monstruos contra alienigenas
Premisa simplemente brillante para un desarrollo vergonzoso.

Asalto al tren Pelham 1 2 3
Tony Scott decide filmar una historia ya hecha, sólo que peor.

Duplicity
El irregular Tony Gilroy, que lo mismo escribe Armaggedon, que El ultimatum de Bourne, que dirige Michael Clayton, hace en su segundo largometraje un batiburrillo sin gracia de cosas ya muy vistas.

The International
Tom Twiker quiere homenajear al cine de espía de los años 70 y, a veces, hasta le funciona.

La pantera rosa 2
Tan mala como parece, e incluso peor.

Señales del futuro
Por momentos película de terror, por momentos película de ciencia ficción; insoportable todo el rato,

The Box
Richard Kelly mezcla su vena más delirante con su estilo más comercial, aunando lo peor de ambos.


Ágora
Alejandro Amenabar pretende hacer una película épica, pero la llena de eslóganes sin sentido y de estereotipos andantes.

Dragonball Evolution
Poco o nada tiene esta película que ver con la obra original de Toriyama. Por lo demás, es enormemente olvidable.

Los sustitutos
Jonathan Mostow hace su peor pelicula con uno de los peores Bruce Willis de los últimos años.

Terminator Salvation
Sinsentido con muchos efectos visuales y motos terminator.

Push
Amalgama entre Heroes, X-Men y sabe Dios qué más.

X-Men Origenes: Lobezno
Una de las peores películas basadas en el universo Marvel.

Street Fighter. La leyenda
Tan mala que casi merece estar en el primer puesto de esta lista.

lunes, 28 de diciembre de 2009

El señor de los anillos

La comunidad del anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, 2001)
Las dos torres (The Lord of the Rings: The Two Towers, 2002)
El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003)





Hace ocho años, Hollywood inició una de esas modas cinematográficas que llevan a coger una formula que ha funcionado y repetirla hasta que pierda sentido y quede terriblemente deteriorada.
Cuando se estrenaron La comunidad del anillo y Harry Potter y la piedra filosofal (Harry Potter and the Sorcerer's Stone, 2001), la industria del cine decidió echar mano de cualquier novela, historia o elemento fantástico que pudiera, para sacar su propio Señor de los anillos personal, quedándose más bien con olvidables y olvidados productos como Eragon (2006).
Así, a día de hoy, la trilogía de los anillos y la saga del joven mago (aun en desarrollo) son las que mejor han resistido el paso del tiempo.


En su día, la reacción del espectador medio al oír que el director de Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992) iba a ser el encargado principal de llevar la trilogía de novelas de J.R.R. Tolkien a la pantalla grande, fue, cuanto menos, de desconcierto. No era para menos, pues tal labor estaba en manos de alguien que nunca se había enfrentado a una superproducción.
Pero lo que Peter Jackson sí tenía era energía, una enorme ilusión por lo que hacía y un respeto profundo por las novelas originales, y estaba dispuesto a trasladarlas a la gran pantalla como una gran película dividida en tres.


Alejado del mundo de Hollywood y rodando en su querida Nueva Zelanda, el director aglutinó a toda una serie de técnicos y artistas, que iban desde los dibujantes especializados en fantasía Alan Lee y John Howe, hasta el experto en manejo de espada Bob Anderson, pasando por un compositor musical especializado en películas oscuras, un equipo de efectos visuales que daba sus primeros pasos y unos actores llegados de todas partes del globo (todos ellos, correctos pero sin destacar).
Juntos, consiguieron hacer de la trilogía, no sólo un proyecto de gran envergadura, sino una obra con un estilo claramente diferente a otras vistas.


El señor de los anillos es, desde el punto de vista técnico y de producción, una labor impresionante. Que una trilogía tan épica se realizara con menos de 300 millones es del todo elogiable, más aun si tenemos en cuenta la perfección de algunos de sus elementos.
Con la colaboración de Howe y Lee, especializados en el mundo de Tolkien, así como de otros asesores y de labores de indagación, Jackson y su equipo dotan al vestuario, los decorados, las localizaciones y el maquillaje de la trilogía de una gran belleza y realismo, un trabajo absolutamente impecable.


Ayudando a estos elementos está la presencia casi constante de los efectos visuales, que a lo largo de toda la saga oscilan desde lo sublime hasta lo fallido. Y aunque en general funcionan y a día de hoy son necesarios para llegar a la épica que propone el relato (intentar recrear las batallas sin efectos es tan caro como imposible), lo cierto es que su presencia constante hace perder impacto a ciertos momentos que carecen de un tono más físico y tangible.


Para completar la labor audiovisual, y como elemento indispensable para llegar a la ambientación de la Tierra Media, encontramos la irregular fotografía de Andrew Lesnie, que carece del talento de otros grandes genios del oficio, pero logra salir más o menos airoso de la tarea con sus aciertos (las minas de Moria); y, por otro lado, la partitura musical de Howard Shore, que sin alcanzar la calidad de los buenos trabajos de John Williams (por ejemplo), destila el estilo característico del compositor, consiguiendo dar a la película esa sonoridad tan peculiar y por momentos memorable.


La labor de Peter Jackson en todo este magnoproyecto no deja de ser encomiable.
En su faceta de productor, el neozelandés logra sacar el máximo partido a todos sus colaboradores.
En su faceta de guionista, junto con Fran Walsh y Philippa Boyens, realiza una adaptación bastante efectiva, que sabe cuando ser original y cuando seguir el libro de Tolkien, si bien a veces peca de demasiado literal.
En su faceta de director, no brilla especialmente, pero no está exento de cierto interés.


Por un lado, El señor de los anillos saca un gran partido de las localizaciones y exteriores, sabe narrar las escenas de acción más que correctamente (las batallas finales de la segunda y tercera película), incluye algunos detalles ya míticos (los planos generales giratorios) e incorpora, por qué no apreciarlo, elementos de la etapa más bizarra del director que no dejan de otorgar a las cintas cierta peculiaridad y originalidad (como en el breve y delirante papel de Boca de Sauron en la versión extendida).
Por otro lado, la película, con su proliferación de primeros planos, su cuestionable decisión de reducir digitalmente a ciertos miembros del reparto (que en talento son superados por prácticamente todo el reparto de Willow, que sí tenía la altura correcta) y cierta falta de garra y talento para hacer de El señor de los anillos una obra redonda (no nos engañemos, el relato no llega ni a la suela de los zapatos del David Lean más épico), lastran las tres cintas.


Aun así, Jackson sabe reflejar, no cabe duda, el espíritu de aventura del relato (especialmente en la tercera parte), su emotividad, su humor, su dramatismo... Y, al final, El señor de los anillos es una trilogía que, para bien o para mal, pasará a la historia del cine, y que si bien no aprovecha todo su potencial, si resulta un logrado, entretenido y emotivo viaje por toda la Tierra Media.

viernes, 25 de diciembre de 2009

101 dálmatas

(One Hundred and One Dalmatians, 1961)




Walt Disney gozó durante muchos años de una posición privilegiada en el mundo de la animación.
Su creador, el tío Walt o como ustedes gusten de llamarlo, aparte de ser una figura con toda clase de rumores a su alrededor (que está criogenizado, que era un tirano, que era un nazi, que era de Mojácar...) era un enamorado de las historias de toda la vida, con gran pasión por películas como La bella durmiente (Sleeping Beauty, 1959).


Curiosamente, pese a todas las grandes obras que dio su factoría durante aquellos años, algunas de las mejores son, precisamente, las que menos se adecuaban a su gusto.
Películas tan entretenidas como Los aristogatos (The Aristocats, 1970) o tan geniales como El libro de la selva (The Jungle Book, 1967), Robin Hood (1973) o esta 101 dálmatas, se salían de ese tono para darnos unos protagonistas más canallas, acompañados de una animación menos romántica.


Esta es una de esas películas que me es absolutamente imposible ver sin una sonrisa. Y es que, con unos primeros 15 minutos espléndidos, es un relato enormemente divertido y enérgico.
Aupado por una estupenda partitura musical de George Bruns y con una animación, diseños y colores simplemente impresionante, como era habitual en las películas Disney de la época, 101 dálmatas consigue sobreponerse a sus fallos (tiene un clímax endeble, algo habitual en las producciones animadas de la época) para convertirse en un film enormemente entrañable y entretenido.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Avatar

(2009)





James Cameron es uno de esos directores que, si bien nunca brillantes, siempre solían tener cierto interés. Sus películas eran entretenidas y presentaban algunos hallazgos interesantes.
Entonces llegó Titanic (1997), filme entretenido pero vacío, que le convirtió, como él mismo gritó en la gala de los Oscar, en el rey del mundo. Era una cita de la película, sí, pero el hecho de que Cameron la utilizara parecía dejar entrever un ego desproporcionado.
Avatar llega 12 años después de aquella, y nos ha sido presentada como una revolución del cine moderno. Permítanme que lo dude.


Vaya por delante que estoy seguro de que Cameron ha desarrollado un sistema de captura de movimiento y renderización de gráficos sin precedente cuyo potencial en el terreno de la tecnología de cines tridimensional es apabullante. Eso sí, no tengo ni la más remota idea de qué significa esto.
El principal problema de Avatar es que esta tan cacareada revolución no se encuentra ni en el fondo ni en la forma.


Esto, tal cual, no es especialmente criticable; lo mismo se puede decir de muchas otras películas enormemente entretenidas.
El tema es que la cinta que nos ocupa tiene una ambición desmedida para sus escasos méritos y su pobre imaginación.


El argumento que cuenta Cameron está ya demasiado visto, es aquí adecentado con estereotipos andantes (más que personajes) y una delirante sensación de trascendencia (que elimina por completo cualquier posibilidad de entretenimiento), y posee un mensaje ecológico-social tan evidente y burdo que por momentos duele.
El canadiense no consigue emocionar lo más mínimo, sino que confunde y basa todo su atractivo en llenar la película de cuantos más efectos digitales mejor, para ver si así resulta espectacular, cayendo unas cuantas veces en lo irrisorio.


Ni siquiera en esta sobredosis de efectos y personajes variados resulta Avatar una película a recordar. Emperrada en revolucionar la tecnología, el arte se deja de lado. Carente de la imaginación de muchos otros directores actuales, Cameron toma elementos vistos en muchos otros sitios y añade una o dos pequeñas variaciones para darle su toque (los ridículos caballos de seis piernas).


Ni en otros aspectos que no sean los efectos visuales consigue Avatar destacar; ni en la monótona y aburrida fotografía de Mauro Fiore, ni en la aburrida y enormemente repetitiva partitura de James Horner.


Así, el éxito y la calidad de la nueva película de James Cameron se ha dejado por completo al departamento de efectos visuales que, sin duda, ha hecho una labor colosal, pero no consigue enterrar, por mucho que se empeñen, todos los fallos de Avatar.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Donde viven los monstruos

(Where the Wild Things Are, 2009)





Spike Jonze es un director difícil de catalogar, de eso no hay duda. Sus películas, como también le sucede a Michel Gondry, irradian esa extraña atmósfera no demasiado habitual en el cine actual.
Así, a la delirante y genial Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, 1999) y a la fallida pero interesante Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation., 2002) se les une ahora Donde viven los monstruos, un proyecto verdaderamente desconcertante viniendo de quien viene.


Y es que la historia que la película cuenta parece algo convencional, especialmente en comparación con las otras obras de Jonze.
Max es un niño que, en un ataque de ira, se marcha de casa y llega a una isla extraña habitada por seres monstruosos.


Uno esperaría que este argumento diera para algo diferente a lo que el cine nos tiene acostumbrados, estando Jonze detrás. Y, en efecto, así es.
La mano de su director en una historia como esta la acerca en su mensaje más a la delirante y brillante escena final de Los héroes del tiempo (Time Bandits, 1981) que al forzado y complaciente final de Dentro del laberinto (Labyrinth, 1986).
La visión de la infancia que nos da el director es más anárquica, desencantada y, hasta cierto punto, realista, de lo que estamos acostumbrados. Pero esto por sí sólo no tiene por qué ser bueno.


Y es que la emotividad (la relación con los monstruos), la perfección técnica (la genial combinación de CGI con maquillaje) y ciertas escenas memorables (la llegada a la isla) son indicios de que existe una película con un mayor potencial del que ha alcanzado.


Por un lado, el guión cae por momentos víctima de su propia anarquía y presenta algunas escenas innecesariamente alargadas y hasta cansinas (100 minutos son demasiados para una cinta así).
Por otro lado, en su intención de darnos una visión diferente y más cercana de lo que pueden ser grandes producciones con efectos especiales, Jonze decide, sabe Dios por qué, enterrar toda la película en un tono indie que juega en contra de la obra. Si bien algunas cosas pueden beneficiarse de este estilo cinematográfico distinto (tal como la fotografía, alejada de los cánones para este tipo de filmes), otras, como la música, son realmente cansinas.


En este sentido, en lugar de aprovechar la sonoridad que una película así entraña, Donde viven los monstruos está sumergida en canciones indie compuestas por Karen O., que son más elementos masturbatorios del propio Jonze que un vehículo para narrar la historia, y que acaban haciendo que el espectador aprecie enormemente los dos o tres minutos en las que no hay una canción sonando de fondo.


Así, no cabe duda de que Donde viven los monstruos es una buena película, pero, enterrada en una aureola de autoimportancia, no consigue ser tan buena como pretende, por mucho que tenga potencial y grandes ideas.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Colaboraciones musicales

En una de esas entradas diseñadas de forma ergonómica para llenar espacio, me limito a remitirles a La abadía de Berzano y los dos artículos sobre música cinematográfica con los que colaboré.

Alien, la sinfonía biomecánica

La sonoridad del cine mudo

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los apuros de un pequeño tren

(The Titfield Thunderbolt, 1953)





Los Ealing Studios marcaron una de las mejores etapas del cine inglés (si no la mejor), entre los años 40 y 50.
Con un grupo de directores, guionistas, músicos, fotógrafos y actores habituales, sus películas, con un tono profundamente británico, son ya legendarias, como El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955), Al morir la noche (Dead of night, 1945) o Scott of the Antarctic (1948).


Cuando el tren de un pequeño pueblo va a ser retirado, los habitantes se unirán para comprarlo y mantenerlo ellos mismos.


Los apuros de un pequeño tren se enmarca en esa faceta de Ealing que, con un tono costumbrista, narra las locas aventuras y desventuras de un grupo de ciudadanos, muy en el estilo de la delirante Pasaporte para Pimlico (Passport to Pimlico, 1949); una de esas historias pequeñitas pero enormemente simpáticas que saben dejar al espectador con una sonrisa de oreja a oreja, tanto por su sentido del humor (la caza de perdices desde la locomotora) como cierta emotividad (las colaboraciones para mantener el tren en marcha).


Así, los personajes peculiares se adueñan de la pantalla durante 80 minutos y viven toda clase de aventuras, a veces demasiado alocadas (el robo del tren), pero siempre divertidas y en ocasiones memorables.
El simpático George Relph lleva el peso de la historia central con perfección, Nauton Wayne realiza el papel de secundario que tanto perfeccionó en películas como Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) y Stanley Holloway se descontrola que da gusto (no hay más que ver su primera escena en la taberna). Entre todos ellos, consiguen hacer que la película suba unos cuantos escalones.


Los peldaños que quedan se recorren de la mano de Charles Crichton, director de la genial Un pez llamado Wanda (A Fish Called Wanda, 1988), y que ya había dirigido para la Ealing Clamor de indignación (Hue and Cry, 1947), con estupendos resultados.
La película encuentra una baza en su ambientación, que sumerge al espectador en la campiña inglesa con un gran uso del sonido (atención a la perfecta dosificación de la música) y una estupenda fotografía de ese genio que es Douglas Slocombe, entre cuyos trabajos más destacados cabe encontrar la trilogía de Indiana Jones y Un trabajo en Italia (The Italian Job, 1969).


Al final, Los apuros de un pequeño tren es justo lo que parece, una afable historia costumbrista que sabe como hacer reír y entretiene a la perfección.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El puente sobre el río Kwai

(The Bridge on the River Kwai, 1957)





David Lean es uno de esos (pocos) directores cuya carrera sólo puede ser definida como extraordinaria. Que de sus 16 películas sólo haya una que pueda ser considerada mala (o monótona), La barrera del sonido (The Sound Barrier, 1952), y casi una decena que son verdaderamente brillante, es, cuanto poco, impresionante.


Empezando su carrera junto al autor teatral, guionista de cine, novelista, actor, director, músico (y sabe Dios cuantas cosas más) Noel Coward, con quien codirigió la espectacular Sangre, sudor y lágrimas (In Wich We Serve, 1942), Lean elevó el cine inglés con películas tan recordadas como Breve encuentro (Brief Encouner, 1945) u Oliver Twist (1948), antes de dar el salto a un cine más grande y espectacular con la película que nos ocupa.


Ésta, que narra la estancia de un batallón inglés en una prisión japonesa en la Segunda Guerra Mundial, da inicio a la etapa más espectacular, brillante y recordada de su director, en la que también se inscribe esa absoluta maravilla que es Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962).
Lo cierto es que el genio del inglés se respira en cada fotograma de El puente sobre el río Kwai, todo un ejemplo de dirección y ambientación, al servicio de un guión de esos de quitarse el sombrero.


Situado en la zona japonesa de la guerra, menos vista en el mundo del cine, la historia presenta una situación poco habitual con unos personajes cuya evolución impresiona. Y es que aunque por momentos pueda antojarse algo convencional (especialmente en todo lo que concierne al personaje del americano, correctísimo William Holden), no por ello malo, donde la historia resulta memorable es en el personaje del inglés, encarnado con su habitual genialidad por Alec Guinness (fetiche de Lean) y en su progresivo cambio; alrededor del cual giran actores tan capaces como Jack Hawkins o James Donald.


Esta historia, que se permite también tener tanto drama como humor y cierta emotividad, está visualizada por Lean como sólo él sabe hacer. Con un prodigioso sentido para la planificación y contando con la inestimable labor fotográfica de Jack Hildyard, el británico crea una película con una ambientación verdaderamente espectacular, valiéndose no sólo de unas localizaciones increíbles, sino de un acertadísimo uso del sonido, copado por efectos sonoros y que relega la banda sonora de Malcolm Arnold a momentos puntuales sin hacerle perder ni un ápice de su fuerza (sirva como ejemplo la estupenda escena con Guinness paseando por el puente).


Así, poco o nada es realmente criticable en El puente sobre el río Kwai, y mucho es elogiable. Una de las obras imprescindibles de su director, una de las mejores películas bélicas jamás hechas y, por qué no, una de las mejores obras de la historia del cine.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Algo pasa en Hollywood

(What Just Happened, 2008)





Partiendo del hecho de que debemos a Levinson eterna gratitud y devoción por sus guiones para las películas de Mel Brooks La última locura (Silent Movie, 1976) y Máxima Ansiedad (High Anxiety, 1977), como director ha sabido dar películas tan entretenidas como El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985) o tan brillantes como La cortina de humo (Wag the Dog, 1997).
Su principal problema es que es un director completamente supeditado a su guión, sacando una gran película si es éste es brillante, hundiéndose con ella si es malo.
Ello no quita para que, como Philip Kaufman, sepa dar cierto atractivo a sus proyectos, por malos que estos puedan ser, baste como ejemplo la por momentos bizarra El hombre del año (Man of the Year, 2006).


Algo pasa en Hollywood adapta las memorias de Art Linson, productor de Los intocables de Elliot Ness (The Untouchables, 1987) o El club de la lucha (Fight Club, 1999), desde una perspectiva supuestamente crítica y humorística que escribe el propio Linson.


Con Levinson dirigiendo, partiendo de una vida tan potencialmente jugosa como es la de un productor de cine, y contando con un reparto de esos que destacan, con Robert De Niro, Catherine Keener, John Turturro, Stanley Tucci, Michael Wincott, Bruce Willis (éste, carismático como él solo, encarnándose a sí mismo), Robin Wright Penn y Sean Penn; uno esperaría de este trabajo una película de esas que se diferencian del resto.
Pero esto no es así.


Y es que todo este cúmulo de talento se pone a disposición de un relato de Linson sobre lo difícil que es ser él, que echa una visión de Hollywood ya muy vista y sin garra alguna, salvo por alguna subtrama curiosa (Willis y su barba).
Todos los entresijos del mundo del cine están a años luz de los mostrados en Bowfinger: El pícaro (Bowfinger, 1999), El juego de Hollywood (The Player, 1992) o incluso The Majestic (2001), y son visualizados por Levinson con su habitual corrección y algún que otro detalle genial (la banda sonora a partir de la música de la película ficticia) que consigue sacar alguna sonrisa, pero es del todo insuficiente para sacar a flote una historia que hace aguas.


Al final, algo pasa en Hollywood es una película que produce una sensación de indiferencia en el espectador, que al salir del cine se pregunta si la película ha aportado algo más que 100 minutos perdidos. Y a veces eso es peor que hablar de una mala película.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Lluvia de albóndigas

(Cloudy with a Chance of Meatballs, 2009)





De un tiempo a esta parte, el cine de animación ha pasado de dibujos en 2D a gráficos tridimensionales. Con este paso, nuevas productoras han llegado al terreno de la animación, y lo que antes era un a industria controlada por Disney y sus irregulares (a veces soberbios, a veces terribles) clásicos, ha pasado a estar dominada por la todopoderosa y algo sobrevalorada Pixar, secundada por la terrible Dreamworks, cuyo trabajo más destacado hasta la fecha ha sido Kung Fu Panda (2007), y con eso lo digo todo.


Pero existen otras productoras que también prueban suerte en el terreno, algunas apostando con películas que se salen de la media, como la brillante Los mundos de Coraline (Coraline, 2009), otras amoldándose a las modas, como la antinaturalmente extendida saga que recientemente nos dio Ice Age 3 (2009), y otras a medio camino, como la nunca suficientemente valorada Monster House (2006).


Lluvia de albóndigas se enmarca en este último tipo. A medio camino entre la moda y la personalidad, lo que inicialmente iba a ser un proyecto en 2D, fue hecho en animación por ordenador por eso de que es la moda, y posteriormente amplificado con el sistema 3D que ahora muchas personas parecen creer que puede compensar un mal guión.


Phil Lord y Chris Miller, dos de los genios tras Cómo conocí a vuestra madre (How I Met Your Mother, 2005), levantan esta película que más que limitarse a copiar a Shrek (2001), como hacen otras, bebe de lo clásico, tanto para bien como para mal.
Lluvia de albóndigas está plagada de un humor, unos diseños y un colorido visual que nos retrotraen al loco mundo de los Looney Tunes (por ejemplo, con el diseño de Manny), con gags disparatados, y que alcanza su cenit con un divertidísimo climax que se permite tanto parodiar películas de catástrofes como aludir a las difíciles relaciones de la gente con la informática.


Por otro lado, el argumento de la película sorprende no por su sencillez, lo que sin duda habría sido una ventaja, sino por su convencionalismo, por esas situaciones con un sorprendente peso en la trama, que a veces consiguen funcionar, pero muchas otras lastran la película con unos tópicos algo cansinos que no aportan realmente nada nuevo.


Aun así, Lluvia de albóndigas consigue erigirse sobre otros productos animados (y no animados) de este año por sus cuidados diseños, su uso del color, su acertado casting en versión original (el papel de Neil Patrick Harris como Steve es brllante)... Y, al final, porque da 80 minutos verdaderamente divertidos.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Spanish Movie

(2009)





Tras años en los que el cine español gozaba de su mala fama por sus dramas constantes de padres divorciados con hijos drogadictos o sus comedias casposas, películas de género se han ido haciendo notar cada vez más. Al punto positivo que supone la variedad fílmica se une la contrapartida de que las películas de género que reúnen toda clase de tópicos criticados en producciones extranjeras son tomadas aquí como productos únicos.
Así llega Spanish Movie, que, a la sombra de películas tan mediocres como Epic Movie (2007), parece en nuestro cine como una película a destacar.


El argumento de la cinta, si es que existe, es una acumulación de situaciones vistas en las películas españolas más famosas, desde un prisma de humor disparatado.
Nacida a la sombra de un género que se retrotrae a Aterriza como puedas (Airplane!, 1980), la comedia de Javier Ruiz Caldera utiliza los éxitos más recientes del cine patrio para dar un humor que funciona por repetición, por disparatado o que no funciona en absoluto.


Y es que, como un gag alargado o una coña a la salida del cine hiperpresupuestada (técnicamente, la película hasta sorprende), Spanish Movie presenta un humor sencillo, algunos dirían simplón, que no busca parodiar un tipo de cine en general tanto como películas en particular, lo que extiende su gracia tanto como la gente recuerde esas obras parodiadas (que, en algunos casos, será bien poco) y prácticamente la elimina en su segundo visionado.


Así, el humor facilón y hasta efectivo de la película va a lo seguro y desaprovecha la oportunidad de una sana visión crítica del cine nacional.
Y aun a pesar de esto, consigue hacer gracia en ciertos momentos y hasta resulta entretenida a ratos.


Dejando de lado los chistes escatológicos y sin gracia, la película recurre a cierto humor disparatado del de toda la vida y consigue hacerse algo simpática aunque sólo sea por su desfile de cameos famosos, su inesperada referencia a Los cronocrimenes (2007) o la imprescindible y siempre bienvenida mención a la polivisión.

lunes, 7 de diciembre de 2009

El héroe solitario

(The Spirit of St. Louis, 1957)





Billy Wilder pasó a la historia como uno de los mejores directores de la historia, con obras maestras como La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), El apartamento (The Apartment, 1960), Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959) o Perdición (Double Indemnity, 1944).
Con el ingenio, la agudeza y el talento del austriaco, contar la historia de cómo Charles Lindbergh realizó con éxito el primer vuelo entre Nueva York y Paris (es decir, hacer un biopic de los de toda la vida) parecía una decisión algo peculiar y hasta cierto punto fallida.


Así, partiendo de que El héroe solitario es una de las películas menos personales y más convencionales de Wilder, uno no puede negar sus cualidades. Es un film menor, sí. Pero en una filmografía llena de obras maestras, eso puede ser casi un cumplido.


Las 33 horas de vuelo transoceánico, así como toda su preparación, se encuentran en esas historias de superación personal que tanto gusta llevar a los Oscar.
Pero quizás por lo fascinante de la hazaña, quizás por la labor maestra de Wilder, la película, dentro de su convencionalismo, consigue erigirse como una obra nada despreciable, con humor, drama y aventura.


Las pequeñas vivencias de Lindberg (encarnado con su habitual corrección por James Stewart) componen una película de capítulos, pequeñas aventuras con unas dosis de ingenio que dejan traslucir la mano de su director en el guión: la llegada de Lindberg al taller, las lecciones de pilotaje del cura o la escena en la escuela de aviación, si bien lejos de ser escenas soberbias, están cargadas de un humor que no puede mas que despertar simpatía por todo el relato.


Pero como Wilder no sólo es un gran director de comedias, sino un gran director en general, El héroe solitario también sabe destacar en esos momentos más espectaculares y tensos (especialmente en todo el vuelo, magnificamente rodado), gracias al portentoso talento visual del director y a la destacable labor de sus colaboradores.
La bellísima música de Franz Waxman acompaña a los momentos más memorables (desde los títulos de crédito hasta las escenas de vuelo) y la atmosférica y lograda fotografía de J. Peverell Marley y Robert Burks saca un partido brutal de los exteriores y nos descubre unas escenas nocturnas y neblinosas (el despegue, el capitulo del correo) verdaderamente fascinantes.


Así, El héroe solitario es una película olvidada al palidecer en comparación con la filmografía de su autor, pero, aun siendo una obra menos personal, es una cinta endemoniadamente entretenida, verdaderamente simpática y con momentos de tensión que saben dejar un buen sabor de boca.