sábado, 12 de marzo de 2011

La magia de la informática

A estas alturas de la película, nadie cree en la magia ni en la fantasía. Sin embargo, todos parecemos inclinarnos a pensar en ello cuando hablamos del futuro, de lo que ha venido en llamarse las nuevas tecnologías.
Algo muy curioso sucede con la informática y todo lo que engloba en esta sociedad actual, y es, por no andarnos con rodeos, la vagancia y la chapuza.

La informática todavía no está asentada lo suficiente como para considerarla con la importancia que en realidad tiene en todos los aspectos (cultural, tecnológico, social ). Baste para probarlo la reticencia de algunos sistemas educativos a su incorporación. Recientemente leí a un profesor de Estados Unidos que introducir la informática en el aula sería como haber introducido el rock en los 60. Al margen de que el rock forma parte de la cultura musical y su introducción en las escuelas no tendría por que ser un sacrilegio (si no fuera porque muchos sistemas educativos parecen anclados en la enseñanza que se repite desde hace 50 años, sin molestarse en contemplar cambios y sin impulsar una visión de la materia como algo vivo y cambiante y no como meros datos a estudiar como borregos), contemplar así la informática es cuanto menos, cuestionable.

El mundo se divide así entre aquellos que aceptan la informática como parte de sus vidas (los más jóvenes, por su facilidad de aprendizaje) y aquellos que la rechazan o la toman porque no hay más cojones (los más adultos). Podría haber un problema, pues, cuando son los segundos (supuestamente, los sabios y los que gobiernan el mundo) los que tienen la responsabilidad de educar a los primeros en esto de los ordenadores.
Y cuando no se conoce la informática (lo cual muchos quieren hacer ver como un rasgo personalidad, cuando no es más que pura y dura ignorancia), oímos al presidente de los Estados Unidos decir que no tiene un Ipod (después de basar parte de su campaña en él) y que las nuevas tecnologías distraen a los jóvenes de su deber.

Y sí, pero no. Porque la informática está aquí para quedarse, y es nuestro deber verla como la herramienta que es. La informática, los ordenadores, los ipods, abren las puertas al mundo y a la información de forma jamás vista; y contemplarla como un enemigo es arcaico y atrasado. En otras palabras, si la sobredosis de información de las nuevas tecnologías es perjudicial para nuestros jóvenes, la solución es educarles en las susodichas ellas; no taparse los ojos y “si no lo veo, no existe”.

Algunas formas de enseñanza basadas en la memorización automática de datos ya eran anticuadas hace años y contrastan ahora brutalmente con el dinamismo web y la posibilidad de adquirir todos esos conocimientos al propio ritmo y por el propio interés y de permitir el desarrollo intelectual… Por supuesto, el remedio tampoco es que cada alumno se encierre en su casa con su ordenador y se aísle del mundo, pero la negación de la informática echa por la borda el potencial de los jóvenes y lo convierte en el mismo desconocimiento de los mayores.

Y esto nos lleva al momento en que estamos, a la informática en las organizaciones. La aceptación de los ordenadores ha sido obviamente inevitable por la comodidad que presenta y la posibilidad de aprovechar herramientas como el correo, el paquete Office… Pero el mundo de la informática es mucho más grande y quedarse en Word (muchas veces, sin ni siquiera molestarse en usar la barra de herramientas) es como contemplar con admiración un canto rodado a los pies del K2.
Las empresas se resisten a aprovechar todo el dinamismo que la informática puede proporcionarnos. Pero no lo hacen conscientemente, sino por algo tan intrínseco al ser humano como la comodidad, el miedo a lo nuevo y la naftalina.
Porque somos una sociedad que sobrevive a base de parches constantes, que se pone la zancadilla, que busca el bien personal muy por encima del bien común, que se resiste al cambio. Y a esto, amigos, no se le llama capitalismo, se le llama egoísmo, narcisismo o directamente estupidez congénita. Porque nuestra propia comodidad o éxito material (más que personal y espiritual), nos lleva a impedir avanzar a otros, a dejar las cosas como están, a no innovar... Qué mejor ejemplo hay de esto que la política o la justicia.

Y la informática no escapa de esto, porque a la hemos puesto, organizativamente hablando, al servicio de algo tan terrible como la burocracia. Las 8.000 autorizaciones, los 20.000 certificados, los 56.000 permisos no han desaparecido con la llegada de Internet. Lo único que ha cambiado es que si antes te los daban en papel, ahora te los dan en un archivo Word. Pero el problema congénito sigue ahí: la incompatibilidad de formatos y la complejidad del proceso.
Porque ahora un ciudadano puede tener todos sus datos en un USB. Porque eso podría bastar para cursos, empleos, tramites judiciales… Porque la justicia podría agilizarse y reducir su malgasto de material físico (usease, folios y folios que se traspapelan y retrasan todo). Porque, en resumen, la informática nos da la ansiada objetividad, agilidad y seguridad que hemos buscado con tantos procesos costosos y aburridos como raza humana.

Pero como los procesos fueron implantados por gente ya muerta (y se ve que eso siempre da respeto) y siempre se han usado (con lo cual, se supone que funcionan), pues la ventana que nos brinda la informática quedará cerrada hasta que alguien, rodeado de gente que dice que 2+2=4, diga 23,4+23,5=46,9; que es igual de lógico pero parece como que cuesta más.

Y hasta que eso pase, hasta que el cambio comience, el conocimiento de la informática quedará en manos de unos pocos, mientras el resto se consagra a gurús informáticos que venden ineficiencia tecnológica.
Y no solo mirarán con admiración ese canto rodado sino que comenzarán a construirle templos. Pero no pasa nada, porque todos miraremos al mismo sitio y solo dos personas conocerán el monte que hay detrás.
Y si solo hay dos sabios en el mundo, la balanza se invierte y ellos son los tontos y nosotros, los listos.

jueves, 10 de marzo de 2011

Realidad y ficción

Si es un crimen, también debería ser un crimen en una película.Y así es como, embutidos en una aureola de progresismo y preservación de la justicia, se carga contra la ficción. Y aunque todos conociéramos esta forma de pensar, nos pilló muy de improviso la denuncia contra Ángel Sala por mostrar una película en la que hay escenas (obviamente, falsas) sexuales con niños menores. No nos sorprendieron los titulares de los medios que decían “Porno infantil en el festival de Sitges” que tiran por la borda la objetividad periodística para sustituirla por ese morbo y ese sensacionalismo que se han apoderado de la profesión de forma alarmante.

Obviamente, si la denuncia ha llegado hasta este punto, será porque cuenta con cierta base legal. Por lo que creo entender, la ley penaliza la utilización de menores así como su imagen distorsionada, lo cual podría encajar (aunque dudo que fuera el objetivo de la ley cuando se redacto) en la película, en la que, según dicen, el protagonista tiene sexo con un muñeco de plástico que simula ser un bebe. Puede ser que así sea.

Pero me pregunto si esta indistinción entre realidad y ficción será lógica o buena en algún sentido. Porque esto parece formar parte del mismo mal que achaca a la sociedad en años recientes, en que películas, comics y videojuegos son directos responsables de la maldad del mundo (porque se ve que las épocas anteriores eran enormemente felices) y así se evitan otras cuestiones más importantes.

Sin extenderme demasiado, pues, por ser este un ámbito que no domino, me parece cuanto menos curioso que se proponga que el crimen no sea solo el abuso de los menores (en cualquier sentido), sino también el retrato ficcionado del mismo, lo que nos lleva no solo a crear tabúes sino, en última instancia, a la censura.