viernes, 17 de junio de 2011

La linea roja es unilateral

Todos los días leo el periódico y todos los días me desmorono moral y espiritualmente. Últimamente cada lectura que hago de las noticias destacadas me enerva cada vez más. Y ahora llegan las declaraciones de Artur Mas, tras los escupitajos y zarandeos a varios políticos a las puertas del parlamento catalán, diciendo que los indignados han cruzado la línea roja y que sus acciones son antidemocráticas.
A su crítica se han unido entonces todos esos partidos y medios que hace justo tres semanas hacían oídos sordos a la carga de la policía que hizo más que escupir y zarandear a un montón de manifestantes pacíficos en Barcelona.
Porque no es lo mismo que lo hagan los políticos, que que lo haga el pueblo, porque los políticos están legitimados por el pueblo. Eso dicen. No sé, es algo confuso.

Entre todos estos defensores de la voluntad de la mayoría y el respeto de los representantes legítimos los hay que defienden la democracia de quita y pon, esa que se hace cada 4 años y que nos sirve para salir al paso y mostrarnos como una de esas naciones occidentales progresistas democráticas, mientras miramos con superioridad a los países con dictaduras.
Olvidan que en el momento en que la política se convierte en una carrera, el concepto de democracia salta por la ventana. La política es una profesión por definición altruista. Los políticos son los que soportan el país, los que tienen que llevarlo a buen puerto y los que tienen que someterse a los designios del pueblo que quiere vivir en democracia.
Cuando eso muta en algo tan ególatra y materialista como es una competición, ese sentido del “bien común” se pierde y solo importa ganar, bien sea el gobierno de la nación o los fondos malversados de una comunidad. Lo que importa es llegar, coger lo que quieras y estar allí tanto tiempo como puedas. Lo que importa es evitar hacer grandes cambios de base que puedan mejorar el sistema, porque un sistema mejor es un sistema que no te permitiría llegar al poder.

Y los hay que engañan a los ciudadanos (no se autoengañan, ellos son lo suficientemente listos para saber las tonterías que dicen) hablando del poder de exculpación de las urnas, de que aquel que sale elegido está libre de todo pecado y puede lanzar la primera, la segunda y hasta la quincuagésima piedra. El candidato ganador es una especie de visionario absoluto que se rebaja a nuestra altura para salvar nuestras almas. A menos que sea nacionalista vasco, claro.
Y así es como, un cargo público, hecho para servir al pueblo y sometido a su voluntad, se convierte en un individuo lleno de orgullo y sentimiento de autoimportancia, que cree que su vida es superior a la de cualquiera de aquellos que supuestamente representa. El gobierno puede hostiar al pueblo, pero el pueblo no puede hostiar al gobierno, eso sería antidemocrático.

Hay una cosa cierta, y es que en las últimas elecciones fueron más los votantes que eligieron a alguno de los dos partidos mayoritarios, que los que votaron a otras opciones o creyeron que sería la mar de gracioso meter un chorizo en el sobre como forma de protesta (el vocal segundo les agradece el sándwich de embutidos que se cenó aquella noche, pero todavía no tiene claro cómo han contribuido ustedes a cambiar el sistema).
Si el pueblo elije y elije algo que a ti no te gusta, pues toca apechugar. Pero no olvidemos que Hitler fue elegido democráticamente. Una democracia es más que hacer lo que los votantes dicen, una democracia es salvar al pueblo del propio pueblo (y eso incluye a los políticos).
Hay ciertos principios globales e inalienables, que son por los que claman muchos de los llamados indignados, y que deben ir de fábrica en una democracia, porque son, precisamente, lo que constituyen un sistema democrático.
La transparencia política, la honestidad, la justicia, la independencia de los poderes, la dignidad de la clase política, el respeto a los ciudadanos, la gestión eficiente… no se elijen en las urnas de una democracia.

Si estos principios se van a ignorar en favor del bienestar absoluto del político de turno; si las voces que reclaman estos principios se van a acallar con trucos y violencia; si en los gobiernos reina la corrupción, el descontrol, el egoísmo y la estupidez… podemos ir buscando un nuevo nombre para el sistema, porque ya no será una democracia.