viernes, 1 de junio de 2012

La chispa de la vida

(2011)


En un primer vistazo a La chispa de la vida llama la atención que un director tan personal como es Alex de la Iglesia pudiera aceptar lo que parece ser un proyecto de encargo, partiendo de un guión ajeno (del autor de Tango y Cash) y con la producción de Andrés Vicente Gómez, del que tenía pocas cosas agradables que decir cuando le dejó y se montó su propia productora. Y no me cabe duda de que esto se debe a Balada triste de trompeta.

Su anterior película era algo verdaderamente curioso, una hipérbole totalmente visceral de su universo reflejando su propia experiencia, una colección de piezas de extrañeza y bestialidad. Y si bien es cierto que su guión es un sinsentido constante y su dirección tiene fallos casi imperdonables, es una película delirantemente disfrutable. Aun así, el fracaso que supuso en taquilla fue lo que posiblemente le impulsó a dejar de lado sus proyectos característicos y hacer algo más impersonal.

Y, aun así, La chispa de la vida sí es una película de Alex de la Iglesia, que reescribió el guión original para adaptarlo a nuestra realidad. El resultado es, directamente, un quiero y no puedo de proporciones gigantescas, un adoctrinamiento tan torpe como ingenuo.

El punto de partida es una especie de revisión de El gran carnaval con dos cambios sustanciales. Por un lado, como es el signo de los tiempos, la historia se hace mucho más enfática y exagerada, siendo ahora el propio herido el que se vende a las cámaras. Por otro, se ha adaptado a la pura idiosincrasia española, sustituyendo al ambicioso reportero de un periódico local por el director de un programa del corazón de la cadena de televisión Antena 5. Así es, Antena 5. Porque ese es el nivel de la película.

La idea de realizar una adaptación a tiempo presente de la cinta de Billy Wilder  puede resultar curiosa, pero no sé muy bien hasta qué punto necesaria, ya que es una de esas películas, como Escándalo de Kurosawa, que vistas a día de hoy resultan sorprendentemente actuales. Quizá por esto, da la sensación de que la única forma de separarse era llevar la película al siguiente nivel, independientemente de si era algo soportable o no.

Probablemente esta sea la única película de De la Iglesia que podría definirse abiertamente como un drama al uso. Y, en parte, ahí radica su primer fallo, porque el bilbaíno no es Billy Wilder, es un pintor de brocha gorda, y a mucha honra. Nadie podría decir que La comunidad o Crimen ferpecto son películas sutiles, pero por su naturaleza y su humor tampoco deberían serlo. En La chispa de la vida, por otro lado, estas posturas grotescamente exageradas contrastan brutalmente con el drama humano que supuestamente relata.

Es prácticamente imposible sumergirse en La chispa de la vida porque su obviedad está constantemente sacándonos fuera. En ningún momento hay ninguna duda de lo que Alex de la Iglesia quiere criticar o transmitirnos, porque los personajes lo enuncian de la forma más clara y sencilla posible. No deja que sean las propias acciones las que definan la situación, sino que lo hace a través de diálogos, como cuando Salma Hayek realiza una confesión al doctor que el espectador ya conocía desde el primer plano de la película o cuando los propios personajes de los programas del corazón describen perfectamente ante la cámara su naturaleza malvada. Por si fuera poco, todos pondrán una mirada malvada, se situarán entre las sombras y estarán rodeados de cuervos. Ya saben, para que no nos pase por alto que estos tipos son realmente malvados. 

La chispa de la vida es ingenua y moralista en su retrato de los fenómenos mediáticos y la naturaleza humana. Y, siendo una película de claras ambiciones dramáticas, resulta curioso que muchas veces esté a punto de sacarnos una sonada carcajada en momentos como ese en que todos los personajes comienzan a llorar (algo sin duda compatible con todo lo anterior que se nos ha contado en la historia). No puedo evitar preguntarme cómo habría sido esta película convertida en una comedia, dejando de lado esa absurda noción de que hay historias que solo pueden contarse a través del drama. ¿Cómo habría sido ver a los personajes de Balada triste de trompeta o La comunidad en este escenario?

Al final, uno tiene la sensación de que el guión de La chispa de la vida necesita no una ni dos, sino diez o quince revisiones. No solamente me refiero a esos diálogos y situaciones torpes, sino a elementos básicos. La concepción de la distancia espacial entre Madrid y Cartagena es cuanto menos curiosa, ya que José Mota sale de una entrevista en Madrid y decide pasarse por Cartagena para reservar una habitación en un hotel. Por si fuera poco, cuando este buen hombre llega al lugar es arrastrado inintencionadamente a la presentación para la prensa de la restauración del circo romano de Cartagena. Este es el primer momento donde uno se da cuenta de que algo falla en la película cuando Alex de la Iglesia ha sido incapaz de encontrar una excusa más plausible para su propia premisa. Porque el hecho de que un hombre vaya a preguntar una dirección a un guardia de seguridad que custodia la entrada a un recinto privado, sea cegado por flashes y arrastrado dentro por una marabunta de gente sin que absolutamente nadie cuestione su presencia allí y que luego, buscando la salida, decida que es buena idea caminar por unos andamios hacia una estatua de piedra que cuelga de una grúa… La chispa de la vida presenta tanta imposibilidades en los tres minutos (¡tan solo tres!) previos al accidente principal, que me resulta completamente imposible tomarme en serio absolutamente nada de lo que venga después.

Y si la película tiene una factura técnica y artística correcta (sorprendentemente bueno José Mota) y ciertamente no es particularmente infernal, su intento de adoctrinamiento moralista y su ingenuidad (que, por otro lado, la emparentan bastante con películas como Network) es algo por lo que no puedo pasar.