viernes, 2 de julio de 2010

Peligrosos delirios con fiebre y erudición a altas horas de la madrugada presenta: Nacho Vigalondo

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Alguna vez hemos hablado de Nacho Vigalondo, famoso casi más al otro lado del charco (donde incluso el creador de Perdidos alabó su opera prima, Los cronocrímenes, y donde recibió una nominación al Oscar por su corto 7:35 de la mañana), y ante la ausencia de un mejor tema para comentar en El blog mortal, parece adecuado delirar un poco, con aires de sapiencia y erudición (completamente falsos, por supuesto), para comentar, tan pedantemente como sea posible, elementos que quizás estén o quizás no estén en la filmografía del cántabro, pero que es muy probable que sea más lo segundo que lo primero.

Con nada más que un largometraje a sus espaldas, Nacho Vigalondo ha ido, a lo largo de su carrera como cortometrajista y de trabajos para programas como Muchachada Nui y festivales como Notodofilmfest.com, labrándose una bien merecida fama como uno de los pilares del cine español que está por venir, y lo ha conseguido además apostando por géneros nuevos y diferentes, a medio camino entre el drama y la comedia, e incluso la ciencia ficción, pero siempre desde una perspectiva terrenal y cotidiana, alejada de las grandes ambiciones presupuestarias o técnicas que uno podría achacar, por ejemplo, a ese último género.

Si algo define a Nacho Vigalondo es su capacidad para encontrar ese punto muerto, por muchos pasado por alto, en que la comedia y el drama caminan por una línea tan delgada que es prácticamente imposible, para el que no sepa lo que está viendo, diferenciar entre ambos.

Y lo hace todo, ya se ha dicho, desde la realidad, alejado de las figuras heroicas o antiheroicas, cada día más de moda, para centrarse en una clase de personaje que muchas veces parece olvidado: el tipo normal que, arrastrado a una determinada situación actúa no por bondad o por maldad, sino por puro reflejo visceral, puro impulso.

El protagonista de Los cronocrimenes es un hombre normal con una vida normal enfrentado a sí mismo y viéndose envuelto en trágicas situaciones que, en realidad, es difícil explicar. Como su personaje protagonista de Choque, actúa por instinto, ignorando muchas veces las normas no lógicas, sino cinematográficas.

La otra figura protagonista de la filmografía de Vigalondo es, por decirlo en una sola palabra, el fracasado, la persona que busca más de lo que tiene, que quiere trascender, pero no sabe muy bien como. Lo que oculta la trama científico aventurera de Código 7 no es más que el despertar diario de un hombre en su apartamento, el humorista que quiere triunfar en El monologuista mierder es destruido por su audiencia, el hombre inmolado de 7:35 de la mañana busca con la violencia algo que no puede tener por sí mismo, el hombre que busca a su amada cambiante en Marisa no puede evitar su propio cambio, el joven Marty McFly de Regreso al futuro IV se despierta un día, junto al Elliot de E.T., convertido en uno más… Apenas quiere Vigalondo regalar al espectador un final feliz para estos personajes, entre los que destaca triunfalmente, aunque no por su propia mano, el videoaficionado de Domingo, que ve, casi como para compensar todo lo demás, como sus cuatro horas de espera son satisfechas con un espectáculo único para él, el privilegiado que, por un minuto, ha podido sobreponerse al resto de nosotros.

Vigalondo utiliza estos personajes para adentrarse en un espectáculo que, partiendo de la realidad monótona, camina por momentos en un patetismo ante el que uno nunca sabe bien si debe reír.

La ventana del coche bajando lentamente en Los cronocrímenes y el micrófono pasándose fuera de plano en El monologuista mierder revelan una creación de tensión basada en una realidad cotidiana que, a base de espera, hace reír a aquellos que sepan qué está pasando, o, a veces, desde su propio inicio, si la realidad retratada es tan surrealista como la que propuso en El hombre elefante 2.

La dramatización no tiene cabida en estos momentos en el cine de Nacho Vigalondo, solo la situación estática, mejor aun si puede ser visualizada en plano único (el propio concepto de Domingo y Código 7). Son estos fragmentos, estáticos e intimistas, en el sentido más delirante del término, los que componen su obra, una obra que carece de un humor obviado o una frase capciosa y se basa en la acumulación del delirio.
Por último, Vigalondo nos guarda un as en la manga: la destrucción del personaje. Tomada en su sentido más literal, está la inmolación del cantante protagonista de 7:35, pero en un sentido más metafórico encontramos el Héctor de Los cronocrímenes, el hombre destrozado por una pérdida en Marisa, o, en un nivel ya Lynchiano, el monologuista mierder acosado por extraños fantasmas demoníacos.



Y con este post, quizás ya deje morir El blog mortal... o quizás no.
Risa malvada, bomba de humo y un servidor desaparece.