viernes, 30 de septiembre de 2011

House of Cards

(1990, 1993, 1995)




La BBC tiene una fama, y bien merecida, en el ámbito de las series y programas de ficción y se ha convertido en una garantía de calidad en muchos casos. Lo atestiguan magníficas series actuales como Docttor Who, Sherlock o The Hour o clásicos shows de humor como Flying Circus y el siempre reivindicable programa radiofónico The Goon Show (con Peter Sellers y Spike Milligan).
Ni tan reciente como las primeras ni tan antigua como las segundas, encontramos House of cards, una miniserie de los años 90 protagonizada por Ian Richardson que narraba los tejemanejes políticos de Francis Urquhart, una especie de Maquiavelo moderno con grandes aspiraciones.


La primera entrega, House of Cards, nos muestra, como muchas de las grandes obras literarias y cinematográficas de la historia, la transición de Urquhart, y lo hace hablando directamente al espectador y haciéndole partícipe de sus brillantes planes. Manipulación, mentira, corrupción… No hay nada con lo que no se atreva, pero lo hace siempre con un estilo grandioso y una presencia memorable.
El guión de Andrew Davies queda en manos del director Paul Seed. Y el trabajo de ambos es brillante. Sin haber leído la novela original de Michael Dobbs, por supuesto, hay algunas cosas sobre las que no puedo opinar. Pero a diferencia de la miniserie de El topo, producida por la BBC por esos años y con Alec Guiness en el papel principal (y que daba la impresión de ser una plúmbea adaptación literal de los libros); House of cards tiene entidad como serie. Davies y Seed cambiaron la obra original para que Urquhart pudiera romper la llamada cuarta barrera (hablando a cámara), modificando y enriqueciendo relaciones y cambiando el final. No cabe duda de que si House of cards funciona es gracias tanto al material de partida como a la forma de tratarlo.
Con unos actores correctísimos (liderados por el poderoso Richardson) y una factura técnica impecable, House of Cards es una serie intrigante y sorprendente, un relato de corrupción política a todos los niveles financiada, a todo esto, por una cadena pública.


El éxito de la serie impulsó a la BBC a seguir la historia con To play the King. La escena final de la novela original hacía muy difícil una continuación de las aventuras de Francis Urquhart. Cosas de la vida, este final fue cambiado en la miniserie, abriendo así una puerta a una secuela.
Curiosamente, Michael Dobbs, el autor de la novela original, pareció seguir esta idea y decidió, auspiciado por el éxito, escribir la secuela en libro, para que posteriormente fuera adaptada por Davies y Seed.
Y aunque To play the King es sin duda una buena serie, hay ciertos fallos que la distancian de su predecesora. La serie se centra esta vez en las relaciones entre los políticos y la realeza, y en ese ámbito presenta algunos puntos verdaderamente interesantes, que podrían llevar la historia a un nuevo nivel.
Por desgracia, esta secuela se ve perjudicada por una atmosfera general de autoconsciencia. Nacida del éxito de la primera, más que de una verdadera necesidad de contar una historia, To play the King conoce su éxito y prolonga y sobreexplota los puntos fuertes de la primera parte, pero no lo hace naturalmente, sino dando la impresión de estar llevada por un fanático de la primera. El uso de ciertos elementos, la reutilización de tópicos establecidos anteriormente, la evolución de la historia por caminos trillados en el thriller político (algo bastante ausente en la primera parte) y, en general, la simplificación de personajes y situaciones, impiden que esta secuela esté al nivel de la original. Pero los puntos interesantes, que los hay, hacen una serie entretenida e interesante.


Nuevamente, con el éxito de las anteriores entregas y la moda extendida de hacer trilogías, Francis Urquhart volvió, con una nueva novela de Dobbs, un nuevo guión de Davies y, esta vez, un nuevo director, Mike Vardy. The Final Cut.
Lo que destaca ya desde los primeros minutos de esta tercera y última entrega es la hiperbolización de los males endémicos de la segunda parte. La sensación de estar viendo un fanfiction más que una continuación real aumenta, igual que lo hace la presencia de tópicos del género en la trama y los personajes, hasta el punto de parecer una traición a la obra original. Las conspiraciones por el poder de la primera parte y el papel político de la realeza planteado en la segunda, dejan paso en esta tercera parte a una obvia y muy vista historia de venganzas que concluye con un último episodio que simplifica al absurdo y al ridículo todo lo que significa Housa of cards. The Final Cut puede ser una historia entretenida vista por sí misma, pero sin duda es una degeneración obvia en comparación con sus antecesoras, con personajes que evolucionan de forma casi antinatural y un plantel de secundarios que carecen del carisma de sus predecesores.
Como con tantas otras obras que permanecen con holgada dignidad en sus dos primeras entregas y se hunden en la tercera, The Final Cut pretende poner un final obvio y manido a una historia que destacaba por ser algo diferente.

Con todo, aunque solo sea por su primera parte y los apuntes políticos de la segunda, House ofcards es una serie sobria, elegante y sumamente interesante.

martes, 20 de septiembre de 2011

No habrá paz para los malvados

(2011)




Existe una tradición de cine negro en España indudablemente idiosincrásico. A diferencia del género de terror de los últimos años, que en muchos casos no es sino una copia del cine que nos llega de fuera, el primero consigue destacar con películas tan interesantes como El crack de José Luís Garci o Todo por la pasta de Enrique Urbizu, director de No habrá paz para los malvados, que también puede inscribirse en esta corriente.

Lo que más llama la atención de la película es, incuestionablemente, el personaje principal, Santos Trinidad, y el actor que lo interpreta, siempre correcto y a veces inmenso José Coronado. Son ambos, personaje y actor, los que brillan en No habrá paz para los malvados y eso queda clarísimo en los primeros 15 minutos, que nos presenta a este individuo en medio de la noche madrileña. Un inicio con pulso, intrigante y que podría presagiar una película brillante.

Y hay brillantez en la obra de Urbizu, pero no suficiente como para hacer que el conjunto funcione y nos haga olvidar sus fallos, que están, en gran parte, en todos los planos en que falta el actor principal, que son bastantes más de los que cabría desear.
Urbizu y su coguionista Michel Gaztambide están empeñados en convertir lo que debería ser una película de protagonista absoluto en una película coral. El personaje de Santos Trinidad es algo convencional y presenta poca novedad, pero es indudablemente efectivo, más aun en manos de Coronado, quien podría cargar perfectamente con un thriller de tiros y drogas. La historia de su investigación presenta la gran mayoría, si no todos, los aciertos de Urbizu como director y guionista: los mencionados 15 primeros minutos o la escena en el vertedero con la ciudad al fondo (esta segunda, con magnífica fotografía de Unax Mendia)…

Santos Trinidad es un estereotipo que funciona, que no demanda mucho de Urbizu y Gaztambide como guionistas. En el momento en que ambos deciden crear una segunda trama con la investigación judicial, entra en escena una historia redundante, que no lleva realmente a ningún sitio y que ocupa la mitad (o más) de la cinta, poblada encima con un plantel de actores a cada cual más forzado, bien sea por ellos mismos o por la incapacidad de Urbizu para dirigirlos.
La historia de Santos Trinidad, por intensa que pueda ser en algunos momentos, cae víctima de la monotonía que suscita esta subtrama y sus personajes, que terminan arrastrando No habrá paz para los malvados a un final ridículo (no muy alejado del último acto de Frenético de Roman Polansky).

Enrique Urbizu nos da una película clarísimamente divisible en dos partes, una enormemente interesante y una innecesariamente monótona, y aunque la primera salva la película del olvido inmediato y el horror, la segunda lastra la cinta y la impide ser tan grandiosa como podría haber sido.





jueves, 15 de septiembre de 2011

El cine y las subvenciones: El arte y el negocio

Uno de los temas polémicos que siempre ha suscitado el cine español es el de las subvenciones, tema que ahora reaviva con gracias al director Tinieblas González, que dio a conocer públicamente lo que ha pasado con su película, Alma sin dueño.
No es una novedad, pero sí debería ser un escándalo, que cada año se producen en el cine español decenas, si no cientos, de películas que jamás son estrenadas. Sirva como ejemplo The Birthday, que salió directamente en DVD 4 años después de terminarse, o Extraterrestre, que fue comprada en Francia antes que en España.
Uno de los principales problemas del cine español es la distribución.

Como el propio Tinieblas González dio a entender a los medios, la raíz está en que las productoras recaudan los beneficios con las subvenciones públicas, haciendo irrelevante que se estrene o no la película.
Se nos plantea la pregunta, ¿por qué es necesaria una subvención? ¿Por qué pagamos todos por películas que no podemos ver en cines o que tenemos que pagar para ver, o que no nos gustan?
El ex director del ICAA, Fernando Lara, publica en la revista Fotogramas de septiembre un artículo donde explica que las subvenciones se basan en “la excepción cultural, que intenta preservar esos bienes de aquellos que poseen un simple valor comercial”. Es decir, el cine como arte, o el cine como negocio.

Existe una cierta reticencia general a tratar al cine como arte y se le mira, simplemente, como negocio. Quizás porque es mucho más joven que la pintura, la escultura, la escritura, la música…aunque, curiosamente, los englobe a todos.
Pero si no dudamos de que Beethoven y Van Gogh son arte, no deberíamos dudar de que también lo son Hitchcock y Spielberg. Si unos son mejores que otros, es otro tema distinto.

Por otro lado, también los hay que no quieren tratar al cine como negocio, sino como arte.
La cuestión es que Van Gogh y Beethoven llevan ya muchos años muertos, pero Spielberg está muy vivo, y cada nueva película que hace implica una dedicación completa de cientos de personas y recursos, con el consiguiente dinero invertido que debe recuperarse. Es decir, el cine es arte Y negocio, son inseparables.
Charlton Heston lo resumió con la muy conocida frase “el problema de las películas comerciales es que el cine es un arte, y el problema de las películas artísticas es que el cine es un negocio”, una parte no puede vivir sin la otra, por definición.
El brillantísimo cineasta Paul Thomas Anderson, por su parte, dijo “Veo las películas de Spielberg y son cuentos de hadas, y yo hago una película sobre cáncer y ranas. Aun así, quiero tener el mismo número de espectadores. Ese es un mi objetivo y he fallado si no lo he conseguido”. No era el único. Cineastas de reconocida calidad, artistas personales como eran Stanley Kubrick y Alfred Hitchcock (por citar dos) tenían siempre un ojo puesto en la taquilla.

El arte es una expresión personal de una o varias personas hecha para disfrute de otras; el objetivo de todo cineasta debería ser expresarse y buscar que su expresión y sus sentimientos lleguen al máximo de personas posibles.
Pensar que el cine no es un negocio, que la película de uno es demasiado buena para ser disfrutada por espectadores mundanos, que la expresión personal no tiene por qué ser compartida por otras personas… No es arte. Es, simple y llanamente, masturbación.

El cine no tiene barreras, no más que las que nosotros le imponemos. Presuponemos que una película de género es inferior a un drama, presuponemos que el gran público solo quiere ver películas malas… Y nos encerramos en esa burbuja de dramas mil veces vistos, alabados alrededor de todo el mundo, que fracasan en taquilla porque “los espectadores no saben lo que quieren”. Y como no saben lo que quieren, debemos encontrar subvenciones, para que este nuestro “arte” siga vivo y pueda seguir siendo ignorado por todas las personas a las que, supuestamente, debería apelar.

Hasta que desaparezcan las subvenciones desmesuradas, hasta que haya un control real de producción y distribución de películas, hasta que la industria salga de su endogamia y su autocomplacencia, hasta que los directores acepten que tienen que hacer negocio… Hasta que ese día llegue, el cine español seguirá teniendo un gran problema.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Domingo sangriento

(Bloody Sunday, 2002)


En muchos casos, la mayor crítica que se puede hacer es el simple retrato.
Mucha gente necesita distanciarse y ser arrastrado por la corriente para aceptarlo, sin caer en la cuenta que las acciones de hace cientos de años que condenamos, son las mismas en las que incurrimos nosotros ahora mismo.
Pequeña digresión para hablar de Domingo sangriento, posiblemente la mejor película de Paul Greengraas, que narra la masacre del ejército a un grupo de ciudadanos irlandeses en 1972.

Greengraas es posiblemente más conocido por sus incursiones en el cine blockbustero, como las entretenidas dos últimas partes de la saga Bourne o la infame Green Zone, pero es en contadas ocasiones cuando se decanta por proyectos más personales. A día de hoy, de sus proyectos cinematográficos, solo dos han sido escritos por él mismo; sus dos mejores trabajos. United 93 y esta Domingo sangriento.

Ambas películas tienen un estilo documental y ambas son dramatizaciones de sucesos reales, con un poderío dramático increíble y, en el caso de la película que nos ocupa, toda clase de lecturas y críticas.
Porque la dramatización es clara y en ocasiones resulta algo torpe, pero es un simple adorno al verdadero poder de la película, que son los mismos hechos.

Los personajes de Domingo sangriento, sus historias personales, nos importan e interesan a un nivel emocional, al mismo nivel al que nos importan los personajes de cualquier ficción actual.
Los sucesos reales, los hechos contrastados, componen una fotografía de una situación ridículamente violenta que plantea toda clase de cuestiones sobre el poder y la democracia, inherentes no a la película, sino a la situación misma.

Como el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el mero retrato de acciones pasadas es un vistazo a su naturaleza, un retrato de lo que pasa actualmente y una profecía de lo que seguirá pasando; un perfecto retrato de un mundo en conflicto que necesita cientos de años o kilómetros de distancia para reconocer en otros sus propios errores.

domingo, 28 de agosto de 2011

Super 8

(2011)





A lo largo de estos últimos años, la nostalgia ochentera ha ido haciéndose un hueco en el mundo del cine, películas que nos retrotraen a clásicos del cine blockbuster de una época pasada.
El mayor problema es que un homenaje fílmico a otra obra cinematográfica es casi por definición inferior al material referenciado. Salvo un talento desmesurado del tipo tras la cámara (Tarantino con un buen día, por ejemplo), la mayoría de estas películas (ya tomen como referencia los 80, los 70 o, dios no lo quiera, los 90), se quedan en una simple anecdotilla que a lo máximo que aspira es a despertarnos la simpatía nostálgica, como sucede con Paul.
Por supuesto, hay honrosas excepciones, sirvan la infravalorada Monster House o Donnie Darko como ejemplo.

Super 8 se ambienta a finales de los años 70 y narra la historia de un grupo de niños que quiere hacer una película y termina encontrándose con una amenaza extraterrestre.
Así pues, tenemos el mal referencial de los 80, el mal metareferencial de cine dentro de cine y el mal tras la cámara que es J.J. Abrams,

J.J., bien sea por suerte, bien por talento, ha sabido venderse y posicionarse en el punto de vista del público. Atrás ha dejado los días en que escribía Felicity, Nunca juegues con extraños o Armaggedon, para ser el tipo de Perdidos (de la que, por cierto, se desvinculó al poco tiempo) y la nueva esperanza de la humanidad.
Pero, personalmente, a día de hoy sigo pendiente de ver algo en su trabajo que me llame la atención. Ciertamente no es lo que podríamos decir un mal director, no atenta contra nuestra dignidad como personas (lo que podría decirse de algún otro que anda suelto por la meca del cine), pero en él todo es monotonía y amateurismo y Super 8 es un nuevo ejemplo en esta línea, salvado levemente por esa nostalgia ochentera.

Un pueblo pequeño, un grupo de niños, una cámara de super 8, alienígenas… la película es una mezcla entre Tiburón, Los Goonies, Gremlins, Encuentros en la tercera fase… Y prácticamente ahí están todas sus virtudes, en ese copia-pega de productos de indudable calidad que hacen media película.
De la otra media, ya se encarga J.J., con su guión y su dirección. Por partes:

Como guionista, a lo largo de su carrera parece haber confundido personalidad con esa manía de teenegizar todo lo que toca, Misión Imposible 3 y Star Trek inclusive. En Super 8 sigue la pauta, aunque esta vez con niños. Poco importa; asentándose sobre los tópicos de los 80, vuelve a darnos las mismas relaciones personales y conflictos de manual, que no despiertan ni odio ni admiración, sino simple monotonía.
Por si esto fuera poco, estos estereotipos andantes pululan por un mundo hiperbolizado al más puro estilo del cine de acción de los últimos años: en Super 8, los trenes no solo descarrilan; descarrilan, se llevan por delante cientos de materiales frágiles, explotan y saltan por los aires.

Como director, deja atrás el estilo televisivo e impersonal de MI3 para continuar, desgraciadamente, con la tónica visual establecida por Star Trek.
El mayor problema de J.J. es que, como la mayor parte de directores actuales, no sabe muy bien qué hacer con la cámara, más allá de dejar los planos y el montaje en modo automático y confiar en su director de fotografía y su músico (que, por cierto, hacen un gran trabajo).
En Star Trek, pareció dar con una solución doble a este problema: llegaron los lens flares (destellos que producen las luces artificiales) y los movimientos espectaculares. Ninguno de los dos es malo por sí mismo. El problema viene cuando uno no sabe usarlo. Y J.J. no sabe qué demontres hacer con ellos. Confía ciegamente en ambos y los usa sin ningún sentido narrativo hasta la completa extenuación, como quién repite un mal chiste con la esperanza de que a la vigésima vez sea hilarante.

El resultado final no es una mala película, no es una película insoportable, sino, simplemente, una mediocridad que se ve y se olvida sin dejar ningún rastro en la memoria más que algún detalle concreto. No divierte ni entretiene, simplemente… pasan cosas.

viernes, 17 de junio de 2011

La linea roja es unilateral

Todos los días leo el periódico y todos los días me desmorono moral y espiritualmente. Últimamente cada lectura que hago de las noticias destacadas me enerva cada vez más. Y ahora llegan las declaraciones de Artur Mas, tras los escupitajos y zarandeos a varios políticos a las puertas del parlamento catalán, diciendo que los indignados han cruzado la línea roja y que sus acciones son antidemocráticas.
A su crítica se han unido entonces todos esos partidos y medios que hace justo tres semanas hacían oídos sordos a la carga de la policía que hizo más que escupir y zarandear a un montón de manifestantes pacíficos en Barcelona.
Porque no es lo mismo que lo hagan los políticos, que que lo haga el pueblo, porque los políticos están legitimados por el pueblo. Eso dicen. No sé, es algo confuso.

Entre todos estos defensores de la voluntad de la mayoría y el respeto de los representantes legítimos los hay que defienden la democracia de quita y pon, esa que se hace cada 4 años y que nos sirve para salir al paso y mostrarnos como una de esas naciones occidentales progresistas democráticas, mientras miramos con superioridad a los países con dictaduras.
Olvidan que en el momento en que la política se convierte en una carrera, el concepto de democracia salta por la ventana. La política es una profesión por definición altruista. Los políticos son los que soportan el país, los que tienen que llevarlo a buen puerto y los que tienen que someterse a los designios del pueblo que quiere vivir en democracia.
Cuando eso muta en algo tan ególatra y materialista como es una competición, ese sentido del “bien común” se pierde y solo importa ganar, bien sea el gobierno de la nación o los fondos malversados de una comunidad. Lo que importa es llegar, coger lo que quieras y estar allí tanto tiempo como puedas. Lo que importa es evitar hacer grandes cambios de base que puedan mejorar el sistema, porque un sistema mejor es un sistema que no te permitiría llegar al poder.

Y los hay que engañan a los ciudadanos (no se autoengañan, ellos son lo suficientemente listos para saber las tonterías que dicen) hablando del poder de exculpación de las urnas, de que aquel que sale elegido está libre de todo pecado y puede lanzar la primera, la segunda y hasta la quincuagésima piedra. El candidato ganador es una especie de visionario absoluto que se rebaja a nuestra altura para salvar nuestras almas. A menos que sea nacionalista vasco, claro.
Y así es como, un cargo público, hecho para servir al pueblo y sometido a su voluntad, se convierte en un individuo lleno de orgullo y sentimiento de autoimportancia, que cree que su vida es superior a la de cualquiera de aquellos que supuestamente representa. El gobierno puede hostiar al pueblo, pero el pueblo no puede hostiar al gobierno, eso sería antidemocrático.

Hay una cosa cierta, y es que en las últimas elecciones fueron más los votantes que eligieron a alguno de los dos partidos mayoritarios, que los que votaron a otras opciones o creyeron que sería la mar de gracioso meter un chorizo en el sobre como forma de protesta (el vocal segundo les agradece el sándwich de embutidos que se cenó aquella noche, pero todavía no tiene claro cómo han contribuido ustedes a cambiar el sistema).
Si el pueblo elije y elije algo que a ti no te gusta, pues toca apechugar. Pero no olvidemos que Hitler fue elegido democráticamente. Una democracia es más que hacer lo que los votantes dicen, una democracia es salvar al pueblo del propio pueblo (y eso incluye a los políticos).
Hay ciertos principios globales e inalienables, que son por los que claman muchos de los llamados indignados, y que deben ir de fábrica en una democracia, porque son, precisamente, lo que constituyen un sistema democrático.
La transparencia política, la honestidad, la justicia, la independencia de los poderes, la dignidad de la clase política, el respeto a los ciudadanos, la gestión eficiente… no se elijen en las urnas de una democracia.

Si estos principios se van a ignorar en favor del bienestar absoluto del político de turno; si las voces que reclaman estos principios se van a acallar con trucos y violencia; si en los gobiernos reina la corrupción, el descontrol, el egoísmo y la estupidez… podemos ir buscando un nuevo nombre para el sistema, porque ya no será una democracia.

sábado, 12 de marzo de 2011

La magia de la informática

A estas alturas de la película, nadie cree en la magia ni en la fantasía. Sin embargo, todos parecemos inclinarnos a pensar en ello cuando hablamos del futuro, de lo que ha venido en llamarse las nuevas tecnologías.
Algo muy curioso sucede con la informática y todo lo que engloba en esta sociedad actual, y es, por no andarnos con rodeos, la vagancia y la chapuza.

La informática todavía no está asentada lo suficiente como para considerarla con la importancia que en realidad tiene en todos los aspectos (cultural, tecnológico, social ). Baste para probarlo la reticencia de algunos sistemas educativos a su incorporación. Recientemente leí a un profesor de Estados Unidos que introducir la informática en el aula sería como haber introducido el rock en los 60. Al margen de que el rock forma parte de la cultura musical y su introducción en las escuelas no tendría por que ser un sacrilegio (si no fuera porque muchos sistemas educativos parecen anclados en la enseñanza que se repite desde hace 50 años, sin molestarse en contemplar cambios y sin impulsar una visión de la materia como algo vivo y cambiante y no como meros datos a estudiar como borregos), contemplar así la informática es cuanto menos, cuestionable.

El mundo se divide así entre aquellos que aceptan la informática como parte de sus vidas (los más jóvenes, por su facilidad de aprendizaje) y aquellos que la rechazan o la toman porque no hay más cojones (los más adultos). Podría haber un problema, pues, cuando son los segundos (supuestamente, los sabios y los que gobiernan el mundo) los que tienen la responsabilidad de educar a los primeros en esto de los ordenadores.
Y cuando no se conoce la informática (lo cual muchos quieren hacer ver como un rasgo personalidad, cuando no es más que pura y dura ignorancia), oímos al presidente de los Estados Unidos decir que no tiene un Ipod (después de basar parte de su campaña en él) y que las nuevas tecnologías distraen a los jóvenes de su deber.

Y sí, pero no. Porque la informática está aquí para quedarse, y es nuestro deber verla como la herramienta que es. La informática, los ordenadores, los ipods, abren las puertas al mundo y a la información de forma jamás vista; y contemplarla como un enemigo es arcaico y atrasado. En otras palabras, si la sobredosis de información de las nuevas tecnologías es perjudicial para nuestros jóvenes, la solución es educarles en las susodichas ellas; no taparse los ojos y “si no lo veo, no existe”.

Algunas formas de enseñanza basadas en la memorización automática de datos ya eran anticuadas hace años y contrastan ahora brutalmente con el dinamismo web y la posibilidad de adquirir todos esos conocimientos al propio ritmo y por el propio interés y de permitir el desarrollo intelectual… Por supuesto, el remedio tampoco es que cada alumno se encierre en su casa con su ordenador y se aísle del mundo, pero la negación de la informática echa por la borda el potencial de los jóvenes y lo convierte en el mismo desconocimiento de los mayores.

Y esto nos lleva al momento en que estamos, a la informática en las organizaciones. La aceptación de los ordenadores ha sido obviamente inevitable por la comodidad que presenta y la posibilidad de aprovechar herramientas como el correo, el paquete Office… Pero el mundo de la informática es mucho más grande y quedarse en Word (muchas veces, sin ni siquiera molestarse en usar la barra de herramientas) es como contemplar con admiración un canto rodado a los pies del K2.
Las empresas se resisten a aprovechar todo el dinamismo que la informática puede proporcionarnos. Pero no lo hacen conscientemente, sino por algo tan intrínseco al ser humano como la comodidad, el miedo a lo nuevo y la naftalina.
Porque somos una sociedad que sobrevive a base de parches constantes, que se pone la zancadilla, que busca el bien personal muy por encima del bien común, que se resiste al cambio. Y a esto, amigos, no se le llama capitalismo, se le llama egoísmo, narcisismo o directamente estupidez congénita. Porque nuestra propia comodidad o éxito material (más que personal y espiritual), nos lleva a impedir avanzar a otros, a dejar las cosas como están, a no innovar... Qué mejor ejemplo hay de esto que la política o la justicia.

Y la informática no escapa de esto, porque a la hemos puesto, organizativamente hablando, al servicio de algo tan terrible como la burocracia. Las 8.000 autorizaciones, los 20.000 certificados, los 56.000 permisos no han desaparecido con la llegada de Internet. Lo único que ha cambiado es que si antes te los daban en papel, ahora te los dan en un archivo Word. Pero el problema congénito sigue ahí: la incompatibilidad de formatos y la complejidad del proceso.
Porque ahora un ciudadano puede tener todos sus datos en un USB. Porque eso podría bastar para cursos, empleos, tramites judiciales… Porque la justicia podría agilizarse y reducir su malgasto de material físico (usease, folios y folios que se traspapelan y retrasan todo). Porque, en resumen, la informática nos da la ansiada objetividad, agilidad y seguridad que hemos buscado con tantos procesos costosos y aburridos como raza humana.

Pero como los procesos fueron implantados por gente ya muerta (y se ve que eso siempre da respeto) y siempre se han usado (con lo cual, se supone que funcionan), pues la ventana que nos brinda la informática quedará cerrada hasta que alguien, rodeado de gente que dice que 2+2=4, diga 23,4+23,5=46,9; que es igual de lógico pero parece como que cuesta más.

Y hasta que eso pase, hasta que el cambio comience, el conocimiento de la informática quedará en manos de unos pocos, mientras el resto se consagra a gurús informáticos que venden ineficiencia tecnológica.
Y no solo mirarán con admiración ese canto rodado sino que comenzarán a construirle templos. Pero no pasa nada, porque todos miraremos al mismo sitio y solo dos personas conocerán el monte que hay detrás.
Y si solo hay dos sabios en el mundo, la balanza se invierte y ellos son los tontos y nosotros, los listos.

jueves, 10 de marzo de 2011

Realidad y ficción

Si es un crimen, también debería ser un crimen en una película.Y así es como, embutidos en una aureola de progresismo y preservación de la justicia, se carga contra la ficción. Y aunque todos conociéramos esta forma de pensar, nos pilló muy de improviso la denuncia contra Ángel Sala por mostrar una película en la que hay escenas (obviamente, falsas) sexuales con niños menores. No nos sorprendieron los titulares de los medios que decían “Porno infantil en el festival de Sitges” que tiran por la borda la objetividad periodística para sustituirla por ese morbo y ese sensacionalismo que se han apoderado de la profesión de forma alarmante.

Obviamente, si la denuncia ha llegado hasta este punto, será porque cuenta con cierta base legal. Por lo que creo entender, la ley penaliza la utilización de menores así como su imagen distorsionada, lo cual podría encajar (aunque dudo que fuera el objetivo de la ley cuando se redacto) en la película, en la que, según dicen, el protagonista tiene sexo con un muñeco de plástico que simula ser un bebe. Puede ser que así sea.

Pero me pregunto si esta indistinción entre realidad y ficción será lógica o buena en algún sentido. Porque esto parece formar parte del mismo mal que achaca a la sociedad en años recientes, en que películas, comics y videojuegos son directos responsables de la maldad del mundo (porque se ve que las épocas anteriores eran enormemente felices) y así se evitan otras cuestiones más importantes.

Sin extenderme demasiado, pues, por ser este un ámbito que no domino, me parece cuanto menos curioso que se proponga que el crimen no sea solo el abuso de los menores (en cualquier sentido), sino también el retrato ficcionado del mismo, lo que nos lleva no solo a crear tabúes sino, en última instancia, a la censura.

domingo, 27 de febrero de 2011

Oscars 2011

Bueno, como el año pasado (que, dicho sea lo cual, no fue muy pródigo en buen cine) dejé este blog medio abandonado, y este año pretendo medio recuperarlo, aquí va un breve comentario de las películas nominadas a los Oscar que se celebran hoy, en orden de preferencia.


La red social
Cuando David Fincher hizo El curioso caso de Benjamín Button, un aburrido, pretencioso y manido drama con elementos históricos, de esos que gustan a todos los académicos del mundo, consiguió hacerse visible en los Oscar. Si Seven, El club de la lucha o Zodiac se estrenaran ahora, sin duda tendrían más relevancia en estos premios de la que tuvieron en su día (menospreciados por ser “simples” thrillers).
Hablando concretamente de La red social, el guión de Aaron Sorkin retrata un hecho real de la forma más interesante posible. Y es que es difícil no caer en el tópico, y aunque La red social lo haga, es rescatada por el mismo Fincher.
Su dirección no solo tiene un gran poderío visual (los créditos iniciales con los exteriores de Harvard), sino que cuida todos los elementos de la película con esmero:
La maravillosa fotografía de Jeff Cronenweth que contribuye a dar el tono a cada escena.
La música de Trent Reznor y Atticus Ross está muy lejos de ser brillante por si sola, pero sirve un indudable propósito en la película y lo cumple (ahora, si esta es una de las mejores bandas sonoras del año, que Dios nos asista).
Los actores están todos magníficos. No solo por Jesse Eisenberg (merecidamente nominado), sino por Andrew Garfield, Max Minghella, Armie Hammer (en la tarea de encarnar a gemelos, ahí es nada) y Justin Timberlake (que, así como el que no quiere la cosa, se ha convertido en un actor la mar de competente).
El resultado final es una película con un ritmo trepidante (sus más de dos horas pasan en un suspiro), una magnifica recreación del ambiente universitario y un plantel de personajes imbéciles que, sorpresa, no se cargan la película,


Toy Story 3
Después de una segunda parte decepcionante, que más que llevar la historia a otro nivel buscaba repetir lo mismo otra vez, Toy Store 3 hace evolucionar la historia a la madurez y la lleva con elegancia y emotividad, tomando como idea el abandono de los juguetes.
Su presencia en la categoría de mejor película resulta desconcertante y deja en evidencia una de los cambios más cuestionable de la academia en los últimos años: la categoría de mejor película de animación.
Cuando ya quedó claro que este premio no valoraba la animación sino la película como conjunto (razón por la que Final Fantasy, un enorme logro de animación y un bluf de argumento, se quedó fuera), la propia categoría se invalido, al ser una declaración de la academia de que una película de animación es, endémicamente, peor que una película de imagen real. La entrada de Toy Store 3 en la categoría de mejor película (además de película animada) termina de confirmar esta posición.


Cómo entrenar a tu dragón
Enternecedora regresión a la infancia, doblemente impresionante por venir de Dreamworks, el estudio cuya película más digna hasta la fecha trataba de un panda dándose hostias. Los responsables de Lilo & Stitch dan una aventura de las de toda la vida, divertida, emotiva y muy bien hecha.
Nominada a mejor película de animación pero no a mejor película en general, marca la primera nominación del compositor John Powell, tipo simpático pero no especialmente brillante.


127 horas
Danny Boyle no solo es un pintor de brocha gorda, sino que es bueno siéndolo.
En Slumdog Millionaire ya consiguió sumirnos en medio de la India con una banda sonora machacona (Rahman repite su labor en 127 horas), una fotografía contrastada, unos movimientos de cámara delirantes y, en general, mucho ruido. Curiosamente, lo consiguió.
En 127 horas repite la jugada y vuelve a salir airoso, superando incluso las escenas más escabrosas y dando un guión acertado, que no se limita a la hora de entrar y salir de la situación, pero que tampoco depende de los flashbacks y visiones (estos se administran brevemente y sirven como pinceladas del pasado del propio protagonista más que como escenas interminables).
Al igual que Fincher, después de Slumdog Millionaire, Boyle va a aparecer un tipo de obligada presencia en las galas (como le suece de a Rahman), si bien es cierto que el giro reciente que ha dado su carrera ha conseguido separarle de su tono anterior, más irregular (en el que alteraba películas interesantes como 28 días después con catástrofes de la naturaleza como Sunshine).
Y, por supuesto, de obligada mención es James Franco, que carga con el peso de la película y lo hace estupendamente (aunque, nuevamente, podría haber hecho algo mediocre, que es probable que el propio papel le hubiera conseguido la nominación).


El ilusionista
Silvain Chomet, director de Bienvenidos a Belleville nos da su segunda película, también de animación y buscando algo diferente a lo habitual. Tomando como punto de partida una historia de Jacques Tati, el director francés hace una película de animación muda tierna pero muy agridulce, no para todos los gustos.
Nuevamente, nominada a mejor película de animación cuando se superior a otras presentes en otras categorías.


Origen
La confirmación de la academia de que escucha al público y comparte con él su admiración por Christopher Nolan.
Y no tendría sentido no reconocer que Origen es una película condenadamente entretenida, con una banda sonora efectiva (aunque de nominación cuestionable), con una buena fotografía y una premisa argumental muy elaborada.
El problema es que el desarrollo del guión la convierte en una película con más similitudes con una de Bond que con 2001 (como muchos quieren pensar), porque Origen es una película con una buena idea, pero con unos diálogos de traca y una insistencia casi insultante. En otras palabras, si alguien no entiende esta película o busca locas teorías a su (muy cachondo) corte final, quizás debería masticar las palomitas con más silencio.


Valor de ley
Los Coen readaptan el libro clásico y, para sorpresa de todos, deciden hacer un western clásico, de esos de toda la vida.
Alejándose del planteamiento de su brillante No es país para viejos (cuyo estilo narrativo habría resultado muy interesante), los directores deciden seguir todos los convencionalismos del género, con la ayuda del siempre magnífico director de fotografía Roger Deakins,, el limitado compositor Carter Burwell (que trata de hacer un homenaje y se cae con todo el equipo) y un correcto reparto (incluyendo a un Jeff Bridges con un cartel colgado que dice “Quiero una nominación”).
Se ha dicho mucho: Valor de ley es una película pequeña en la filmografía de los Coen y como tal resulta tan entretenida como olvidable y algo fuera de lugar en unos premios a lo mejor del año.


Cisne negro
Próximamente, en El chispeante blog del tipo llamado Bob.

jueves, 24 de febrero de 2011

Secuestrados

(2011)

El cine español ha empezado este 2011 con fuerza. A la estupenda comedia Pagafantas se une la exitosa Primos y Secuestrados, de la que es mejor no poner el trailer para no dar a confusión. Igualmente, tampoco se dejen guiar por su (horrible) poster.
Y es que, en apariencia, la película de Miguel Ángel Vivas es otra vez lo que ya hemos visto: la historia de una familia que vive en un chalet de Madrid en el que irrumpe una banda de centroeuropeos con propósitos oscuros.
Así, a simple vista, parece una nueva versión de La habitación del pánico o Firewall, valiéndose quizás de cierto morbo, aprovechando la proliferación de atracos en los alrededores de la capital. Y sí, pero no.

Porque Secuestrados es una adaptación del género, tan poco pródigo en el cine patrio (en el que también destacaría la genial Angustia, de Bigas Luna), con un guión, escrito por el propio Vivas junto a Javier García, que intenta aportar algo y diferenciarse con una aproximación realista (aquí son los secuestradores los que se las hacen pasar canutas a los protagonistas, y no al revés) y sin concesiones de ningún tipo (lo peor que puede pasarle a esta familia no es que les den un par de tortas) que consigue que sintonicemos con los personajes. Y eso ya es algo.

Esto de por si valdría para hacer una película digna y con puntos interesantes, pero lo que convierte a la convierte en algo más es, sorpresa, su dirección.
Es raro que la figura del director en una película española cobre una importancia tan grande como para sacar a flote un guión (más allá de la excelencia técnica), y más aun que demuestre tal afinidad con directores como Hitchcock: Secuestrados está rodada íntegramente con planos secuencia, no solo con exhibicionismo (que también), sino con un grandioso sentido narrativo.

Vivas utiliza estos planos con la misma idea que tuvo el maestro del suspense en La soga, pero en este caso usa la historia para limitar los planos y no a la inversa. La película se desarrolla prácticamente en una noche (tras dos escenas iniciales) y en dos localizaciones (una casa y un coche), llevando los planos secuencia tan lejos como le permita el guión, cuando no más (haciendo un magnífico uso de la pantalla partida).



Es esta planificación lo que diferencia a Secuestrados de otras películas similares.
En primer lugar, le da una enorme carga de realismo (a lo que también contribuye su poca música), pero también sirve para marcar el ritmo a través de las actuaciones y la dirección de actores en vez del montaje. En otras palabras, la película no tiene medio de pasarse un minuto enfocando a tres personas sentadas viendo la televisión. Y si lo hace, es porque, efectivamente, hacerlo es una buena idea: la tensión se acumula con las pausas y la agitación se crea con el propio movimiento de la cámara.

En segundo lugar, contemplar una planificación tan brillante es una auténtica gozada.
Lejos de ser anárquica, Secuestrados es una película cuidada, con planos que no por ser continuados y estar limitados por el espacio físico dejan de brindarnos imágenes perturbadoras y que se mueven con enorme fluidez. La cámara y el equipo transitan por los pasillos estrechos de la casa, suben y bajan las escaleras, entran y salen del coche, corren con los protagonistas… Y lo hacen de verdad, como si fueran otro personaje de la película, sin caer en movimientos forzados o confusos (como si pasa en muchas películas con cámara al hombro).
En último lugar, pero no menos importante, los actores. Sometidos a la prueba de fuego de memorizar sus papeles y recitarlos convincentemente en escenas de acción física, a la vez que esquivan al equipo de rodaje en estrechos espacios, absolutamente todos los actores superan la prueba holgadamente. Como todos los implicados en la película.



Secuestrados lleva la dirección a un nivel de espectáculo y sentido narrativo pocas veces visto en nuestro cine. Un guión común al servicio de una puesta en escena única.

domingo, 20 de febrero de 2011

Propiedades dietéticas y estimulantes del SPAAAAM

Hay muchos seguidores habituales del blog (hola, mama) que se preguntaban dónde estaba y a qué venía la última entrada.
La segunda pregunta quedará siempre sin respuesta.
La primera, se responde con un poco de spam de ese, con un enlace a otro blog y a un podcast, porque yo lo valgo:
Mostrencos entrenados
Normas de equivocacion

Tenía pensado recuperar este blog en algún momento, de modo que tampoco lo den por perdido.

jueves, 27 de enero de 2011

Clasificar lo indefinible. Definir lo inclasificable

La mente humana tiene una capacidad asombrosa para ordenar el caos, para buscar la pauta en el azar.En el coche, vemos a las personas caminar siguiendo el ritmo de la canción que tenemos puesta.Cuando ponemos un audio sobre unas imágenes que no se corresponde, tarde o temprano acabarán sincronizándose.Pensar que no hay un orden detrás de las cosas significa pensar en un enorme sinsentido universal, como quien repite una y otra vez una palabra hasta que se pregunta qué diablos significa.

El orden subjetivamente cósmico es inherente a nuestra existencia y llega hasta tal punto, que incluso hay espacio para el caos. Entre la gente buena, la gente mala, la gente divertida, la gente seria, la gente aburrida, la gent… está la gente indefinible, adjetivo que define perfectamente.
Y por supuesto que es lógico y normal clasificar a la gente. Pero el problema nace cuando la persona sigue a la clasificación, en lugar de a la inversa. Cuando una persona no es inclasificable por lo que hace, sino que hace lo que hace para ser inclasificable.Grupos que nos sirven para ordenar la realidad de forma subjetiva, acentúan sus fronteras y se conviertan en divisores radicales basados en meros tecnicismos.

Y si al principio era lo que defendíamos lo que nos situaba en un grupo, al final es un grupo lo que marca qué defendemos, como forma de cerrarnos, de desdeñar opciones que no son extrañas porque son de otro grupo que, para más inri, rara vez puede ser visto como complementario tanto como contrario.

Perdemos nuestra personalidad sumergidos en una masa que conforma un concepto etéreo que creamos para servirnos y que ahora nos esclaviza en pos de ese orden al que tan naturalmente tendemos. Nuestras afinidades nos agrupan, nuestra agrupación nos clasifica, nuestra clasificación nos indefine, y nuestra indefinición nos ayuda a ver el mundo en dos. Los buenos y los malos.

Este es un mundo de librepensadores en el que no debe haber limitaciones ni reglas. Esa es la primera regla. Tenemos 99 más.

martes, 25 de enero de 2011

La enésima opinión sobre la descarga de películas

Uno de los mayores problemas que existen en los debates actuales, públicos o privados, es la dicotomización, la reducción a lo absurdo de todas las variables para poder hacer un simplón enfrentamiento entre dos posturas. Si no estás conmigo al 100%, estás contra mí al 200%.
Y, por supuesto, la piratería, la descarga de películas, el compartir elementos audiovisuales, cómo ustedes quieran llamarlo… Tampoco se libra, más aun cuando está maximizado por la exageración y radicalización que parece prodigarse tanto por la red. Porque el que no grita no se hace oír y porque nadie dice “quizás” cuando puede decir “¡SIEMPRE!” o “¡NUNCA!”, por mucho que la primera opción pueda resultar más sabia (no más cobarde).
Y entre tanto caos, hay quien dicen tener la solución definitiva, cuando muchas veces ni siquiera entiende el problema en toda su extensión, porque sólo se ve como una cuestión de “sí” y “no”, y de arremeter contra aquellos que tienen una posición distinta, por mucho que intenten justificarla.

Hace unos años, los sábados por la tarde era el momento de quedar con amigos para ir al cine más cercano y ver una película, muchas veces fuera la que fuera. Ahora, los sábados por la tarde es el momento de quedar con amigos para ir a casa de uno a ver un screener, que no tiene ya que ver con la piratería, sino con el buen gusto. Porque ver una película grabada con cámara casera en un cine no tiene nombre.
Personalmente, lo primero es algo que echo de menos muchas veces, pero también estamos hablando de una época en la que el cine costaba 3 de los euros de ahora, y no 8.
De pronto surgió internet, y ahora ya se podía ver película gratis. Y todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero es impepinable que mucha gente dejó de pagar por lo que ya tenía gratis en casa. No es de extrañar, teniendo en cuenta canones varios, y precios exorbitantes. Un dato: la edición española de Avatar cuesta casi el doble que la edición inglesa y en el susodicho país pueden encontrarse multitud de películas por menos de la mitad de lo que cuestan aquí… y no es que España duplique el nivel de vida de Inglaterra.

Está claro que no es ilegal bajarse una película, o las compañías telefónicas no utilizarían absurdas triquiñuelas de avisar y bajar la velocidad del ADSL. Porque si algo es claramente ilegal, se corta de raíz y se evitan canones absurdos que nos presuponen a todos como copiadores de material, como si todos las personas con carnet de conducir tuvieran que pagar por presuponérselas infractoras del código vial.

Pero por otro lado es cierto que mucha gente va a lo gratis, si puede tenerlo. Se clama libertad de expresión y cultura libre porque son las películas lo que está en Megaupload. Si fueran los tomates o las patatas, se demandaría la horticultura gratis, cuando en realidad, ninguna propuesta es sostenible.
Hace unos días, Francis Ford Coppola decía en una clase magistral que con el tiempo el cine debería hacerse no por dinero, sino por amor al arte. Queda bonito y moderno, no me cabe duda. Pero el cine no es sólo un arte, es un negocio por pura necesidad. Porque una película tarda años en hacerse, porque cuenta con gente que dedica meses completos de su vida a hacerla, porque necesita recursos físicos, porque necesita material… Y la cultura gratis significa hacer todo eso sin cobrar un duro, por puro amor al arte. Y si no cobras un duro, tienes que buscarte otro trabajo. Y si te buscas otro trabajo, no tendrás tiempo para hacer cine. Y serán mucho los que se den por vencidos. ¿Cine gratis? Estupendo, si lo que quieren es que salgan dos películas al año. Y créanme cuando les digo que no serían precisamente Transformers 2 y Avatar.

Pero bueno, ya se paga, se paga con el canon, con los precios exagerados… Descargarse películas es una forma de revelarse ante los precios de los intermediaros y gestores. En teoría, se sostiene. Según el mismo razonamiento, tampoco deberíamos pagar por las playeras, pantalones, camisetas… Pero no es lo mismo bajarse algo fácilmente de la red que pasar algo oculto en el abrigo a través del detector de la puerta.
Claro que jode pagar un canon, más aun cuando sabes que el productor de la película japonesa no editada en España que acabas de grabar en DVD no verá ni un céntimo de ese canon que, por pura teoría, debería corresponderle. ¿Pero la forma de combatir el canon es bajarse películas de gente que, precisamente, no tiene relación con ese canon, es decir, mercados internacionales?

Ahora, ¿es ético, moral, llámenlo-como-quieran? Ese es otro tema, a juicio personal de cada uno. Personalmente, creo en el reconocimiento de un trabajo bien hecho. Y el cumplido a través de Twitter no acaba de ser un reconocimiento, porque el cine funciona a través de lo que funcionan todos los negocios, oferta y demanda, retorno de la inversión. Y si me gusta una película, prefiero pagar por ella, prefiero reconocerlo de alguna forma.

Pero bien es cierto que la descarga de películas no es completamente negativa, los hay que han podido descubrir el cine gracias a ellas, que han podido hacerse con clásicos imposibles de encontrar, con películas que sólo pululan por la red y que pueden morir con una limitación de esta. Y, nuevamente, no me refiero a Transformers 2 ni Avatar.