lunes, 17 de agosto de 2009

Harry Potter y el misterio del príncipe

(Harry Potter and the Half-Blood Prince, 2009)


Harry Potter y la orden del fénix



Cuando Chris Columbus, Alfonso Cuarón y Mike Newell abandonaron la saga del joven mago tras darle su personal (o impersonal) toque, Warner Bros aseguró que el cambio de director tenía como propósito dar mayor variedad a las adaptaciones de los libros de J. K. Rowling.
Y aunque la permanencia de David Yates en la saga a partir de la quinta película echa por tierra esta justificación, lo cierto es que pasar al joven mago por diferentes prismas es lo único que mantiene con vida e interés sus aventuras fílmicas, máxime ahora que Yates, al margen de su talento, tiene la noble intención de no repetirse en sus trabajos.
Así pues, el director británico decidió imprimir a su segunda incursión en el mundo de Hogwarts un estilo totalmente diferente al de La orden del fénix, también dirigida por él


Tras el guión de Michael Goldenberg para la anterior entrega, Steve Kloves, autor de los cuatro primeros libretos, vuelve para adaptar una de las tres peores novelas de la saga.
Así, el guionista, que ya ha demostrado su talento en películas como Jóvenes Prodigiosos (Wonder Boys, 2000) se ve lastrado, como ya ha sucedido anteriormente en la saga, por su material de partida. Y no sólo porque éste esté carente de interés, sino porque la moda de entender “adaptación” por “traslación” lleva a muchos a ignorar las reglas básicas de narración fílmica para elaborar historias que se afanan por ser meras referencias dedicadas a los fanáticos de la obra original.
Y es que aunque la autora de los libros ha asegurado estar supervisando las películas para que no pasen por alto ningún detalle importante, lo cierto es que parece más preocupada en señalar tendencias sexuales de personajes que en ocuparse de preservar subtramas de posible relevancia. Poco a poco, las películas van dejando preguntas sin resolver, pequeños enigmas y personajes olvidados que progresivamente se acumulan hasta sus dos entregas finales que, curiosamente, parece ser que pondrán final a todas esas subtramas que las películas han dejado fuera y que ahora se antojan verdaderamente irrelevantes (es decir, bodas y elfos domésticos).


Harry Potter y el misterio del príncipe indaga ya en el mundo hormonal de Hogwarts. Algunas historias amorosas han sido ya casi intuidas desde el final de la segunda película, a diferencia de los libros (donde estas se sueltan de golpe y porrazo en la sexta entrega). Al adaptar tan fielmente el material, uno tiene la sensación de repetición en la historia de amor secundaria y de cierta incoherencia narrativa en la historia de principal, como ya sucedía en la anterior película, donde el amor surge esponmtaneamente y sin preparación alguna.
Aun así, el guión de Kloves sale más o menos airoso, con ciertos momentos de interés argumental, como los apuntes de la relación de Harry con Dumbledore o Slughorn, o el drama de Draco Malfoy.


David Yates se mueve por este mundo con la misma corrección que en su anterior trabajo, con algunos movimientos elaborados en momentos puntuales que, por desgracia, no son una constante (como si lo eran en El prisionero de Azkaban) y dejan paso a una proliferación ocasional de primeros planos.
El director sigue demostrando que tiene cierta idea de dónde poner la cámara y continua con esas localizaciones tan inglesas, bien sea en ciudad con unos estupendos exteriores, o en campo con los fascinantes alrededores de Hogwarts.
A pesar de estos aciertos, la película se ve parcialmente perjudicadas por un ritmo en ocasiones confuso y un montaje algo abrupto, como si los 153 minutos de metraje no fueran suficientes para contener la historia.


Si algo se puede elogiar a Yates es su negativa a repetirse. Así, aunque la mayoría del equipo de la película anterior repita, el británico ha contado con la ayuda del prestigioso director de fotografía Bruno Delbonnel, colaborador de Jean-Pierre Jeunet.
El francés retrata este mundo mágico con algo de acierto, pero también de forma bastante irregular. Los tonos y colores que da a Hogwarts resultan mucho más atractivos y crepusculares que los de la entrega precedente, sirva como ejemplo la escena en la cabaña de Hagrid, donde el fotógrafo sabe sacar mucho de los fondos escoceses. Su retrato de Hogwarts, sumado a los siempre brillantes decorados, ayuda a diferenciar esta entrega de otras, dándole cierta entidad con una acertada atmósfera.
Por otro lado, para construir la sensación de misterio, Delbonnel llena ciertos planos de un tono neblinoso que, aunque funciona en ocasiones, termina siendo demasiado cansino.


El compositor Nicholas Hooper repite en la saga y si bien su partitura para La orden del fénix (de la que se han reciclado un par de temas para El misterio del príncipe) dejaba qué desear, su trabajo para esta entrega, aunque no iguala a los de Williams y Doyle, resulta mucho más elaborado en la creación de temas misteriosos, emotivos y emocionantes, colaborando con ese tono oscuro y casi dramático de la película.


Por otro lado, el elenco de nombres de la saga se amplía con la llegada de Jim Broadbent, en la piel del nuevo profesor de Hogwarts. El actor da rienda suelta a su vena más cómica y descontrolada, para secundar a los habituales. Y si bien Michael Gambon hace su segundo mejor trabajo como Dumbledore (tras El prisionero de Azkaban), el resto del reparto no se queda atrás, incluyendo a Daniel Radcliffe, que aunque se muestra algo soso y forzado en las escenas dramáticas, cumple de sobra cuando tiene permiso para hacer tonterías y plantar cara a estas leyendas del cine inglés.


Así, a pesar de la torpeza de ciertos momentos (su ridículo clímax en la cueva) o el excesivo componente amoroso, tonto por momentos, Harry Potter y el misterio del príncipe resulta una película sorprendentemente entretenida para sus más de dos horas de metraje, aunque se vea demasiado lastrada por su material de origen.


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