miércoles, 30 de septiembre de 2009

Ipcress

(The Ipcress File, 1965)





Tras el éxito de las primeras películas de James Bond, su productor, Harry Saltzman, decidió adaptar las aventuras literarias de otro agente inglés. Pero, en la loable intención de no repetirse, buscó un tono completamente distinto.
Basada en la novela de Len Deighton, Ipcress cuenta la investigación que lleva a cabo el agente inglés Harry Palmer sobre las sospechosas desapariciones de diferentes científicos durante los últimos meses.


Las películas Bond, con sus más (Goldfinger) y sus menos (Quantum of solace), han gozado de una gran fama a lo largo del planeta y han ido extendiéndose hasta prácticamente borrar su origen británico.
La saga que inició Ipcress, limitada a tres películas oficiales y dos telefilmes de baratillo, convirtió a Harry Palmer (nombre creado para la película por Saltzman y Michael Caine) en el auténtico paradigma del espía al servicio de su majestad: un snob canalla y mujeriego, aficionado a la cocina.


Y qué mejor forma de empezar a crear un gran personaje que contando con una grandísima leyenda como es Michael Caine, uno de los mejores actores que el cine ha podido darnos, con un porte y un carisma hipnóticos, ya esté dando lo mejor de sí, como en esa obra maestra que es La huella, o simplemente se limite a cobrar el cheque, como en la hilarante Tiburón 4.
El actor, con su estilo, sabe cómo llevar sobre sus hombros el peso de la película y se ajusta perfectamente al personaje de Harry Palmer. O quizás habría que decir que ajusta el personaje a sí mismo.


La trama de Ipcress y su desarrollo se orienta mucho más hacia las películas de misterio que hacia la acción desenfrenada, y no teme en ningún momento remarcar lo antiheroico de su personaje protagonista y sostener la tensión y el interés sobre la revelación del misterio en sí mismo, sometiendo por el camino a toda clase de frustraciones y desengaños al propio Palmer.
Y lo hace todo con una dignidad y un estilo envidiable, al que sin duda ayuda el reparto de eficientísimos ingleses, con el siempre genial Nigel Green (una cara y una voz inolvidables).


Y, cosas de la vida, uno no puede dejar de sorprenderse al encontrar al nefasto Sidney J. Furie, que posteriormente dirigiría Superman IV, detrás de la cámara.
Harry Saltzman confiaba en este canadiense para sacar adelante Ipcress, pero le despidió nada más terminar el rodaje, cuando el director quemó delante de Saltzman una copia del guión (que, según dijo, no entendía en absoluto).


Y aunque ya hemos visto otras veces (Thief and the cobbler o Invasión) que el despido de un director a mitad de la producción no suele dar resultado, Ipcress sale sorprendentemente airosa del contratiempo; y no sólo por contar con un guión magnífico.
Quizás por su incapacidad para entender la historia, Furie decidió rodar la película de una forma muy visual, buscando hacer una historia más estimulante con planos rebuscados.
Su marcha dejó el montaje en manos de Saltzman y el montador Peter Hunt (con un pie en la saga Bond), quienes supieron dosificar los momentos descontrolados con otros moderados, dando a la película esa justa medida de extrañeza y misterio, que se ajusta perfectamente a su historia (en especial en su atípica parte final).


Así, uno no puede pasar por alto la inestimable labor de Saltzman en Ipcress. Y es que el productor no sólo llevó adelante un producto diferente a lo que había acostumbrado a la gente, sino que supo encargarse de él cuando hizo falta, y llevó consigo al magnífico John Barry (que crea un tema musical inolvidable que retrotrae a El tercer hombre) y al eficiente Otto Heller (cuya delirante fotografía con grano y contrastes es extrañamente atractiva).
El resultado final, aun a pesar de surgir a la sombra de 007 y contar con un rodaje ajetreado, es una elaborada película de espías, con un guión a prueba de balas y una factura visual interesantísima.


Harry Palmer vuelve para un Funeral en Berlín

domingo, 27 de septiembre de 2009

Música: Itoiz Suite










Itoiz es un grupo de música vasco que allá por los años 80 gozó de gran fama y marcó a toda una generación. Más de 20 años después de su último disco, Juan Carlos Perez, lider de la banda y compositor de sus temas más emblemáticos, empezó a trabajar en una revisitación un tanto peculiar de los temas del famoso grupo, adaptandolos en una suite orquestal para la BOS, la Orquesta Sinfonica de Bilbao.


La Itoiz suite, resultado de más de medio año de trabajo, es una obra completamente distinta a la del grupo Itoiz en la década de los 80.
A diferencia del concierto de Metallica, donde la célebre banda tocaba ayudados de arreglos orquestales del compositor Michael Kamen, hablamos de un trabajo puramente orquestal, una conversión de las melodías del grupo de rock a orquesta.
El 22 de Agosto, en plena Aste Nagusia bilbaina, la BOS dio un eoncierto gratuito al aire libre junto al museo Gugenheim. Posteriormente se repetiría en San Sebastian y fue grabada para su salida en disco el 2 de Diciembre de 2009.


La Itoiz Suite adapta ocho temas del grupo y los convierte en seis movimientos de entre 5 y 10 minutos.
La suite comienza con fuerza con Ezekielen Prophezia y mantiene el tono en Marea Gora, tras la cual nos lleva al sonido del viejo Hollywood con Marilyn (dedicada a la cantante y actriz de Con faldas y a lo loco). Nos devuelve a un tema de corte clásico con Goizeko Deiadar/Lo Egin, fusión de dos temas, a la que sigue la versión de su canción más conocida, Lau Teilatu.
El concierto termina con el que posiblemente sea el mejor tema de la suite, Hegal Egiten/Foisis Jauna, lleno de una energía, una fuerza y una belleza que se extiende durante 10 maravillosos minutos como broche final a tan peculiar y lograda propuesta.


Conservando integramente sus melodías y ayudandose de la evocación de los temas originales para conseguir emocionar a toda una generación de seguidores, la Itoiz Suite es una pieza de música orquestal impresionante.
Juan Carlos Perez demuestra un conocimiento extraordinario del lenguaje orquestal y no se deja arrastrar por el estilo del grupo a la hora de reinventar sus temas y adaptar las melodias a la música sinfónica. Lo que en su día fueron temas de rock funcionan ahora igualmente bien como piezas orquestales.


Sin necesidad de letra, los temas de la Itoiz Suite conservan toda su fuerza melódica y ahora se enriquecen de la influencia de piezas de música orquestal clásica y contemporanea.
El resultado final es una preservación del espíritu de Itoiz adaptado a un lenguaje diferente dentro del mundo de la música y conformando una obra de fuerza y belleza, disfrutable para conocedores de la melodía tanto como para profanos en la obra del grupo.



viernes, 25 de septiembre de 2009

The Good, the Bad, the Weird

(Joheunnom nabbeunnom isanghannom, 2008)







La película, aunque ha sido proyectada en algunos festivales, no ha sido estrenada en nuestro país y sólo puede encontrarse en el extranjero.


Nada más leer el título de este filme (El bueno, el malo y el raro), uno ya puede vincularlo con una famosa película rodada por Sergio Leone, probablemente el mejor western jamás hecho. El bueno, el feo y el malo (The Good, The Bad and the Ugly, 1966)
Más de 40 años después, el director coreano Ji-woon Kim se marca un remake que toma la idea inicial de Leone y su título como punto de partida, pero va por derroteros muy distintos.
The Good, The Bad, The Weird cuenta la historia de tres hombres que en 1930 atraviesan el desierto de Manchuria en busca de un tesoro.


Lo primero que hay que mencionar de este remake oriental del film italiano es el noble propósito de hacer de él un espectáculo visual y una película de aventuras que en ningún momento tiene la arrogancia de actualizar el filme original, simplemente de homenajearlo.


El propio Ji-woon Kim reconoció que el guión es, simple y llanamente, una excusa, pero esta afirmación merece acotarse por el propio bien del director. Cuando él habla de excusa, el sentido de esa palabra difiere ligeramente del que dan los guionistas de cualquier película de jóvenes asesinados en San Valentín o efectos especiales que destruyen monumentos históricos (con el máximo respecto a San Valentín Sangriento en 3D y 2012, faltaría más).


The Good, The Bad, The Weird es una obra argumentalmente sencilla y no inventa nada que no hayamos visto antes. Dicho lo cual, el guión sabe mantener un apreciable nivel de calidad en la construcción de los personajes y la evolución de una historia que oscila entre la acción, el humor y hasta el drama (dividida en pequeños episodios que aumentan la épica del relato), y es mantenida por unos actores que saben lo que hacen, especialmente Kang-ho Song (protagonista de ese peliculón que es The Host), con una interpretación que va más allá de ser simplemente cómica.


Esta sencillez en su historia desvía la atención hacia el verdadero acierto de la película: su factura visual y sonora.
Ji-woon Kim junta multitud de ideas en una propuesta ambiciosa, para crear una película de aventuras extremadamente física con una ausencia casi total de efectos visuales, llena de personajes y situaciones y cuyo bizarrismo (en el mejor sentido de la palabra) culmina con una delirante y espectacular persecución multitudinaria por el desierto de Manchuria al ritmo de Don't let me be misunderstood.


Pero su valor no está únicamente en la espectacularidad de sus escenas, oen la elaboración de sus coreografías, sino también en una inventiva visual llena de energía y humor, un joie de vibre de western coreano único.
Con unos decorados impresionantes, una cuidada fotografía y una iluminación prodigiosa (llena de contrastes imposibles), la película rebosa espiritu de aventura, llena de emoción (el segundo tiroteo en el mercado fantasma, impecable), humor (el raro), diversión (la mencionada persecución del desierto) y hasta drama (el desenlace con el indispensable duelo a tres bandas).


Este poderío visual y este grandioso sentido del ritmo conforman un divertimento que conjuga de todo un poco para convertirse en un entretenidisimo filme de aventuras.



miércoles, 23 de septiembre de 2009

Reservoir Dogs

(1992)






Ahora que Quentin Tarantino ha estrenado Malditos Bastardos, conviene echar la vista atrás para redescubrir los orígenes de un director reverenciado como uno de los mejores del cine independiente americano.


Reservoir Dogs es su primera película y a día de hoy se alza sobre otras por su falta de pretensiones y su sencillez.
Como opera primera, la película ya refleja perfectamente la personalidad de su artifice y los elementos básicos de su filmografía, algunos mucho más mesurados de lo que estarían posteriormente y todos ellos al servicio de unos personajes que, como en Pulp Fiction, mantienen el interés con largas conversaciones (mención especial al apunte de las propinas).


Y lo hace con algunos de los que serían actores fetiches suyos y de su compinche Robert Roriguez. Harvey Keitel, Steve Buscemi, Michael Madsen, Tim Roth y el propio Tarantino, en uno de esos papeles suficientemente pequeños para no resultar intrusivos. Y a pesar de cierta falsedad en algunos momentos, saben cumplir con su papel, especialmente unos prodigiosos Steve Buscemi y Michael Madsen.


Por supuesto, no podían faltar elementos que ya se han convertido en iconos del cine de Tarantino.
Los saltos temporales están aquí, en forma de flashbacks en los que la película la recuerda (no los personajes). La violencia y los diálogos no pueden faltar. Y, por supuesto, sus pequeñas referencias culturales, desde la conversación inicial hasta los nombres de los personajes, pero siempre completamente puestas al servicio de la historia o, al menos, sin interferir con ella y aportándole cierto valor extra.
Así, Reservoir Dogs termina siendo el guión más redondo de su filmografía. Quizás no el mejor, pues premisas posteriores (como la de Pulp Fiction) resultan más atractivas, pero sí el que, dentro de sus limites, mejor se desarrolla.


La dirección, por otro lado, está aun por depurar. A diferencia de lo que pasaría en películas posteriores, donde Tarantino demostraría un dominio supino de la planificación y la dirección, Reservoir Dogs presenta ideas realmente buenas y logradas, pero que, a la hora de materializarse, pueden llegar a resultar hasta forzadas (el corte de la oreja).
Pero no crean que la dirección no sabe mantener muy mucho el nivel, pues aunque algo acotada por las limitaciones de la película o la propuesta, sigue siendo un complemento perfecto a la historia, indispensable para que ésta se entienda.


Al final, Reservoir Dogs es una película que define completamente el estilo de su director y que complementa perfectamente a los trabajos posteriores de Tarantino, máxime si tenemos en cuenta que todos se inscriben en ese particular universo personal, donde el hecho de que el sheriff Earl McGraw muera (Abierto hasta el amanecer) no le impide seguir ajusticiando (Death Proof).



lunes, 21 de septiembre de 2009

Malditos Bastardos





"En mi película, cada actor encarna a un personaje de su propia nacionalidad y habla su idioma. Lo del lenguaje es muy importante, porque la acción transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y, en ese contexto, se daban situaciones en las que delatar tu acento te podía colocar en peligro de muerte"
(Quentin Tarantino en una entrevista concedida a la revista Fotogramas)

Que quede claro que mi posición con respecto al doblaje o la versión original subtitulada es el derecho de cada cual a ver la película como quiera.
El problema es que aquel que elija la segunda opción, o bien tiene que coger un avión a Madrid o Barcelona (como es mi caso), o bien tiene que esperar seis meses a que salga la película en DVD.
Y, a todas luces, no es un trato justo.

Pero el tema de Malditos bastardos es diferente (y no único, también sucedió con El libro negro , Femme Fatale, Bosque de sombras...).

Entiendo que la finalidad del doblaje es adaptar una cinta extranjera al idioma patrio, para que los espectadores sientan mejor la experiencia cinematográfica, sin necesidad de leer y quemar subtítulos en una imagen.

Pero si un director, por el motivo que sea, realiza una película que incluye fragmentos en otro idioma subtitulado, cuando se decide doblar estos fragmentos y eliminar los subtítulos se está contraviniendo el expreso deseo del autor de la película.
Y no se trata de si a uno le gusta o no leer textos en una pantalla; se trata de que cuando es una decisión del propio director, esos subtítulos forman parte de la película tanto como la fotografía y alterarlos (doblándolos al castellano) supone pervertir la obra original.

Malditos bastardos combina toda clase de idiomas y el equipo de doblaje ha decidido doblar al español todo el inglés (algo a lo que ya estamos habituados), la inmensa mayoría del francés y gran parte del alemán; de tal forma que la idea de Quentin Tarantino de darnos una película con variedad de idiomas se ve pervertida.

Y uno no puede dejar de pensar la enorme hipocresía que supone admirar al director de Pulp Fiction, traerle al festival de cine de Donostia y oírle hablar de los diferentes lenguajes de su película, cuando una gran mayoría no podrá ver la película en cine con esta variedad idiomática.



Crítica de Inglourious Basterds




domingo, 20 de septiembre de 2009

Invasión

(The Invasion, 2007)





A continuación se presenta la crítica seria y pretenciosa de Bob.
Si desean la crítica destructiva y socarrona que hice, les remito a El blog de Randy:
Parte I
Parte II


Para terminar con los ultracuerpos y las asimilaciones, despues de Don Siegel, Phillip Kaufman y Abel Ferrara, que mejor forma que meternos de lleno en la industria cinematográfica Hollywoodiense actual. Inolvidable fábrica de superéxitos veraniegos que tan buenos y malos recuerdos nos ha dejado.


El alemán Oliver Hirschbiegel saltó a la fama no por su estimable película El experimento o por sus colaboraciones en esa abominación que es Rex un policía diferente, sino por El Hundimiento, la película que, dicen, retrata la humanidad de Hitler de forma desgarradora (sobre lo que, no habiéndola visto, no puedo opinar).
La productora Warner Bros no dudó entonces en ponerse en contacto con él para encargarle la dirección del que sería la cuarta adaptación oficial del relato de Jack Finney "The Body Snatchers".
No está claro si los ejecutivos de Warner habían visto o no las películas de este hombre o si habían leído siquiera el guión que le habían dado. Es muy probable que no hicieran ninguna de las dos cosas, porque su reacción al ver la película rodada por el alemán fue ponerle de patitas en la calle.


La mejor idea que tuvieron para solucionar ese montaje, que no ha visto la luz a día de hoy, fue llamar a los mismísimos hermanos Wachowsky, los tipos que tuvieron un golpe de suerte con Matrix y a los que la catastrófica Speed Racer ha puesto en su sitio (es decir, el olvido).
Los cineastas trajeron al director James McTeigue, quien se encargó de rodar las numerosas escenas que habían añadido al guión. Más explosiones, más acción y más Daniel Craig, cuyo pequeño papel en el guión original era ahora extendido para poder poner su nombre en el poster.


Como suele pasar cuando los remontajes entran en escena, el resultado final termina siendo verdaderamente confuso. Invasión no sólo es un caso más, es la absoluta epítome de este fenómeno.
Y es que la película no aporta nada nuevo a la historia (salvo un timidisimo apunte sin demasiado sentido en su epilogo, absurdo y facilón), sino que la utiliza como mera excusa para poder desarrollar una historia de sustos tontos, escenas de acción y supuesta tensión emocional.
La película pierde absolutamente el norte ya desde su comienzo y su hora y media de metraje es un no parar de inconsistencias y, directamente, estupideces.
Y no es que en esto último difiera de muchos otros entretenimientos veraniegos, pero, a diferencia de ellos, Invasión derrocha una aureola de autoimportancia y trascendencia única.


Que la película fue escrita y rodada por dos sensibilidades diferentes se nota, y mucho.
No es cuestión de ir a lo fácil y decir que la visión de Hirschbiegel, más calmada y psicológica, era mejor que la de McTeigue, más centrada en la acción: tanto las escenas dramáticas como las más movidas resultan igual de simples.
Los personajes son estereotipos andantes (la madre que busca a su hijo desaparecido) cuyas acciones tienen poco o ningún sentido y se enfrentan a la invasión de los ultracuerpos de una forma que hubiera enorgullecido al mismísimo Arnold Swarchenneger (no hay más que ver su comienzo repleto de efectos visuales de, dicen, última generación). Añadir explosiones y persecuciones no salva un mal thriller y en todo caso hace un contraste tan brutal que termina de hundirlo.
La parte dramática de la película, por su lado, carece de tensión alguna. Las enigmáticas sustituciones y los terroríficos comportamientos anormales de las tres versiones anteriores son aquí filmadas como si de un mal telefilme se tratara, sin dar emoción o tensión ninguna a la obra y creando en el espectador un sólo deseo ferviente, que las malditas vainas los posean a todos de una vez y se acabe la cosa.
Y sí, la película acaba, pero lo hace de la forma más forzada, y simplona que les fue posible concebir a las mentes pensantes detrás de la máquina de escribir.


Al final, a todos aquellos que despotrican contra los remakes, la saga de los ultracuerpos ha terminado dándoles la razón con una cuarta versión que toma de aquí y de allá, sin aportar absolutamente nada e incurriendo en los tópicos más tontos del género de ¿terror? reciente.


viernes, 18 de septiembre de 2009

Secuestradores de cuerpos

(Body snatchers, 1993)


Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Y si lo son, la tercera seguro que no lo será.
Pero, curiosamente, la historia de los ladrones de cuerpos (llámelos ultracuerpos, secuestradores de cuerpos o acelgas ansiógenas) fue, al menos hasta el 2007 (el domingo hablaremos de eso), una historia con un potencial perfectamente desarrollado.
A la hora de encarar la tercera versión de la novela de Jack Finney, Abel Ferrara huyó del pequeño pueblo de Don Siegel y del San Francisco de Phillip Kaufman para irse ni más ni menos que a una base militar, dando un significado completamente nuevo a la historia.


La versión de 1993 completa esta extraña trilogía dando al espectador la sensación de estar presenciando una sola invasión a absolutamente todos sus niveles posibles, visualizado cada uno de ellos por directores con personalidad y talento.
Y, como ya pasó en la primera versión y volvería a pasar en la cuarta, Ferrara estuvo entre presiones para encajar la película en los cánones esperados. Stuart Gordon, director de esa obra maestra del gore que es Re-animator, produce y co-escribe la película, durante la que tuvo sus buenas rencillas con el director neoyorquino.


Y esas discrepancias se notan, porque por momentos parecen convivir en Secuestradores de cuerpos dos mentalidades distintas que, curiosamente, son fusionadas no del todo mal.
La parte más típica podemos encontrarla en las escenas de explosiones (aunque de una corta duración que se agradece) y disparos, que se inscriben más en la moda del cine de terror y alcanzan su culminación con la vergonzosa escena del ultracuerpo cayendo del helicóptero.
La otra mitad de la película hace referencia a la parte psicológica, con la recreación que hace Ferrara de la neurosis y esa crítica al estamento militar, que aportan algo nuevo y complementario, no mejor o peor, al mundo de los ladrones de cuerpos.


Ayudado de una esplendida fotografía de Bojan Bazelli que transmite a la perfección el ambiente, el director alterna las escenas más a la moda (la relación amorosa) con otros momentos verdaderamente interesantes (la última escena del doctor) y construye un tono mucho más directo y terrorífico que las anteriores versiones, cayendo por momentos en lo simplista (la voz en off final).


Y lo cierto es que aunque Secuestradores de cuerpos no sea una gran película, termina resultando una entretenidisima y estimable película de terror no indigna de estar junto a las dos visiones anteriores.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La invasión de los ultracuerpos

(Invasion of the Body Snatchers, 1978)





Se ha formado últimamente una extraña manía respecto a los remakes. Y no sin razón, pues estamos acostumbrados a ver nuevas versiones de obras que toman la idea original, bien como una mera excusa para darnos lo mismo de siempre, bien para hacer una calcomanía sin personalidad.
No obstante, cuando hablamos de una historia con potencial, una revisitación puede ser una idea enormemente estimulante en manos de alguien que sepa como llevarla a buen puerto.
Y Phillip Kaufman es ese alguien.
Perdido años después con la irregular Sol naciente o la directamente atroz Giro inesperado, el director alcanza el punto culminante de su carrera con La invasión de los ultracuerpos, la segunda versión de la novela de Jack Finney, tras La invasión de los ladrones de cuerpos.


Y es que Kaufman es un hombre que sabe (o, al menos, sabía) lo que se hace, y se enfrenta a la tarea de rehacer un clásico de la ciencia ficción con la idea de que dos directores encargándose del mismo guión pueden dar lugar a películas completamente diferentes e igualmente válidas.
Digo eso porque, argumentalmente hablando, la innovación que presenta esta nueva versión es más bien escasa.
Pero es en sus detalles y novedades donde sobresale como producto con entidad y quizás, y sólo quizás, mejor que el original (cuyo director y protagonista tienen aquí pequeños cameos, el segundo en una curiosa prolongación del final de la película anterior).
La ambientación pasa de un pequeño pueblo a una gran ciudad, San Francisco, y si ya no estamos en la caza de brujas de McCarthy ni nos vemos acosados por el comunismo, uno podría pensar que la historia nos habla ahora de la deshumanización de las grandes urbes y de los cambios que acarrean los tiempos, dándonos tanto momentos misteriosos, la mayoría de ellos, como intimistas, que en este caso serían los que componen la relación entre los dos protagonistas, más sutil de lo habitual y con la entidad de dos actores profesionales.


Puede que la historia no sea un perfecto ejemplo de construcción psicológica, pero Donald Sutherland, Brooke Adams, Veronica Cartwright, Jeff Goldblum y Leonard Nimoy (superando perfectamente su papel de Spock) consiguen con sus interpretaciones dar encanto y profundidad a los personajes, algunos de los cuales sirven para hacer una pequeña y no desacertada crítica hacia la cultura de la sociedad (el poeta de talento desplazado por la moda del momento).


Pero si algo destaca de La invasión de los ultracuerpos es Kaufman, quien desde el mismo comienzo se afana en componer una ambientación espectacularmente inquietante y busca lo tenebroso en la cotidianidad: el cable de teléfono que se recoge sólo, los baños de barro, el cristal del coche roto por una botella....
El director crea junto a Michael Chapman, fotógrafo, una magnifica construcción de un San Francisco nebuloso, y lo hace en base a lo tangible (salvo sus títulos de crédito, pura referencia al cine de extraterrestres clásico). Toda la recreación de la película es absolutamente realista y evocadora, ya desde el mismo comienzo (esa ciudad lluviosa o esos breves planos nocturnos).
Y la cámara contempla la historia desde el punto de vista de quien la vive, con planos ligeramente inclinados, desde sitios poco cinematográficos (las escenas del coche) o incluso algo borrosos (pero sin ser nunca intrusivos).


Kaufman utiliza todos esos elementos (además de la música y el sonido) en su progresiva evolución desde lo cotidiano hasta lo asombroso, que flojea cuando insiste en recalcar su naturaleza de producto de ciencia ficción (los personajes especulando sobre los alienígenas), pero encuentra su valor en todas las escenas que contemplan el acontecimiento desde un punto de vista más realista y cercano (los magníficos planos de Donald Sutherland andando por la calle mientras llama por teléfono), y que hacen de La invasión de los ultracuerpos todo un ejemplo de cómo hacer cine de misterio.

lunes, 14 de septiembre de 2009

La invasión de los ladrones de cuerpos

(Invasion of the Body Snatchers, 1956)





Y si ayer hablábamos de Distrito 9 y su mensaje alegórico, hoy nos ponemos con otra película de ciencia ficción que utiliza a los simpáticos (o antipáticos) hombrecillos verdes como portadores de mensajes y críticas sociales.
Basado en un legendario relato corto de Jack Finney, “The Body Snatchers”, el guión de Daniel Mainwaring (y, dicen, reescrito en gran parte por Sam Peckinpah), dirigido por Don Siegel (autor de la legendaria Harry el sucio), narra la historia de un pequeño pueblo cuyos habitantes comienzan a sufrir extraños cambios de personalidad. Hablan igual, se mueven igual, pero ya no tienen sentimientos. Han sido sustituidos por seres alienígenas.


La época en que se estrenó la película, por supuesto, marca enormemente su mensaje. Y es que Estados Unidos atravesaba la caza de brujas del senador McCarthy, empeñado en que todo buen americano debía denunciar a aquellas personas que parecieran ser comunistas.
De buenas a primeras, un simil salta a la cabeza: La invasión de los ladrones de cuerpos habla sobre pacificas gentes siendo poseídas de pronto por el diabólico espíritu insurgente del mismísimo Lenin, quien les hace perder su personalidad y convertirse en esclavos sin sentimientos.
Pero si ahora decimos que Mainwaring se encontraba en la célebre Lista Negra de Hollywood, que enumeraba a los cineastas con afiliaciones al partido comunista, la cosa cambia y otra visión igualmente válida surge.


Planeada como un reflejo de la histeria colectiva que sufría el país en la época, la película nos presenta un tono general de desconfianza en el que todos se ven obligados a disimular por miedo a que un dedo acusador les señales y lance sobre ellos toda la atención.
Así, el mensaje de la película funciona igual de bien en ambos sentidos y en cualquier otro que ustedes quieran darle.


Pero no sólo es mensaje lo que tiene esta estupenda película de ciencia ficción.
Y es que el hacer de Don Siegel es impresionante. No sólo por sus planos enormemente cuidados, sino también por una logradísima ambientación. Lo que comienza (prescindible prólogo al margen) como una obra costumbrista en un pequeño pueblo, se rompe cuando la verdad queda al descubierto, con un brutal cambio al misterio, el terror y la desesperación, que debería haber concluido con la escalofriante escena del protagonista, muy correcto Kevin McCarthy, corriendo entre los coches y anunciando el desastre inminente.


Y digo “debería haber concluido”, por la insistencia de los productores en modificar la película, para incluir tanto un prólogo y un epílogo como una voz en off constante que evidenciara aquellas partes menos claras y diera un giro tan gratuito como complaciente.
Pero gracias a la escasa presencia de esas escenas adicionales y a una abierta ambigüedad de su final (todo lo contrario a lo que sucedería con la versión de 2007 protagonizada por Nicole Kidman), La invasión de los ladrones de cuerpos consigue alzarse y perdurar en la memoria como la excelente película que es.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Distrito 9

(Distric 9, 2009)





Resulta cuantos menos loable que, a día de hoy, existan directores de ciencia ficción que sepan que la revolución no está tanto en la forma como en el fondo.
Mientras diversas campañas de marketing se emperran en anunciar hitos cinematográficos que parecen basar todo su atractivo en la cantidad y calidad de sus efectos visuales (y si James Cameron quiere darse por aludido, allá él), el sudafricano Neill Blomkamp ha colado en nuestras carteleras, como el que no quiere la cosa, una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años.
Producida por Peter Jackson, Distrito 9 nos sitúa en Johannesburgo, en cuyos cielos se alza una nave extraterrestre desde hace ya 20 años. Mientras los gobiernos buscan replicar su armamento, los alienígenas sólo quieren marcharse a casa.


Con tan sólo 35 millones de presupuesto (y aparentando 2 o 3 veces más) la película de Blomkamp no inventa nada, pero tiene la sagacidad suficiente de juntar ideas que hasta ahora no muchos habían contemplado como compatibles. Y empieza por adaptar un hecho real (el Distrito Seis que tuvo lugar en Sudáfrica en los años 70) a su manera. Vamos, como Casablanca, pero con extraterrestres.


Aunque la proliferación de melodramas insulsos y repetitivos nos dé a entender que el cine de género es simplón y de menor calidad, lo cierto es que una película es tan compleja como su director la hace. Y si bien el género ha sido perjudicado por Episodios I y Transformers varios (que, dicho lo cual, son correctísimos entretenimientos), lo cierto es que la ciencia ficción ha sido muchas veces ideada como contenedor de todo tipo de críticas, alegorías y filosofías, desde 1984 hasta Blade Runner pasando por Acción Mutante.
Y ahora llega Distrito 9, salvando mucho las distancias. Y es que no es una genialidad, pero si un soplo de aire fresco.


Entre la comedia negra y el drama (con un par de dosis de acción), la película visualiza la xenofobia desde el punto de vista del extraterrestre. Una extraña metáfora de drama social que demuestra un excelente uso de la ciencia ficción. Y es que, a fin de cuentas, qué mejor manera de hacer participe al público de ese sentimiento de rechazo hacia el extraño que con unos alienígenas con forma de abeja.
Sin depender de actores engreídos o inexpertos, pero sí de unos extraordinarios efectos visuales, la película logra hacernos sintonizar con estos seres y nos lleva desde el desconocimiento inicial hacia una progresiva empatía hacia ellos y el personaje principal (Sharlto Copley, debutando en el cine más que dignamente), sabiendo como emocionar cuando debe (la llamada de teléfono y la impresionante imagen final) aunque en ocasiones caiga en obviedades, maniqueísmos y alguna evolución pobremente llevada.


Y acorde con las nuevas tecnologías, Blomkamp nos propone con Distrito 9 un curioso amalgama que se puede beneficiar de los diferentes medios sin verse limitado por ninguno.
A diferencia de lo que sucedía en estimables producciones como Monstruoso o Rec, donde la cámara filmaba sólo aquello que veían los protagonistas, Distrito 9 utiliza un estilo de falso documental, pero no teme romperlo para adoptar un punto de vista cinematográfico cuando hace falta, siendo esta combinación la que dota a la película de un particular tono de realismo. Así, los diálogos y situaciones pueden no ser especialmente trabajados y algo tópicos, pero ese tono nos acerca más y hace que esas frases cobren un mayor dramatismo.
A esto cabe añadir una luminosidad atípica y unos efectos visuales simplemente prodigiosos. Con la mitad del presupuesto de una comedia socarrona de Jim Carrey, los técnicos de Distrito 9 hacen un trabajo sobresaliente en la inmensa mayoría de los planos, con unos efectos absolutamente subordinados a la historia (los simples pero efectivos planos de la nave sobre la ciudad).


Al final, Distrito 9 es la película más original del año (no la mejor), una obra que, como Déjame entrar, no teme ir a contracorriente y dar una visión completamente distinta de un género que parecía asentarse últimamente sobre unas bases dogmáticas inamovibles.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Manga: Pluto (Tomos 1 y 2)

Para terminar con Naoki Urasawa, indispensable se me antoja una pequeña mirada a su trabajo más reciente, aun editándose en España, pero concluido en Japón con la moderadísima cifra de 8 tomos, todo un ejemplo de contención tras los 24 de 20th Century Boys.
Lo más llamativo de Pluto es lo que algunos calificarían de reunión histórica de mentes creativas. Y es que Urasawa, autor del mejor manga de los últimos años, realiza una historia tomando como base una obra de Osamu Tezuka, considerado padre del cómic japonés y sabe Dios cuántas cosas más, y una inspiración patente en la carrera del primero.
Pluto toma como punto de partida un capítulo de Astro Boy. Situada en una Alemania futurista, nos cuenta la historia de un detective robot que investiga extraños asesinatos a lo largo de todo el continente.


Si algo se caracteriza el estilo de Urasawa es por ensalzar la humanidad y las emociones de sus personajes, además de otros muchos valores universales. Y ya desde el principio, son factores que encontramos en Pluto.
Los sentimientos en robots siempre ha sido un tema extrañamente atrayente para el mundo del cine y del cómic, y el japonés no podía pasarlo por alto. Y si bien su construcción del personaje principal (y del pequeño Astro Boy) es prácticamente intachable, no puede decirse lo mismo de ciertas tramas secundarias que, con menos tiempo para extenderse, se simplifican hasta, en ocasiones, resultar ridículas (la mujer del policía robot o el compositor y su guardaespaldas).


Y, por supuesto, no podían faltar sus buenas dosis de intriga. Como en Monster y 20th Century Boys, el autor es un auténtico experto en crear atmósferas misteriosas y, por momentos, terroríficas (los ojos del asesino o el preso robot) que no hacen sino aumentar el interés por una trama que poco a poco va descubriéndose y que, al igual que en otras ocasiones, estará perfectamente planificada y atada desde su mismo comienzo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Manga: 20th Century Boys

Mientras aun escribía la exitosa Monster, Naoki Urasawa, ya en el punto de mira de mucha gente, se puso manos a la obra para volver a sorprender al lector.
20th Century Boys cuenta la historia de un grupo de amigos que descubren que una misteriosa secta se basa en un club secreto que formaron siendo niños.


Quizás animado por el éxito de su obra anterior, el japonés compone una de las obras más ambiciosas del manga reciente, tan plural, compleja y extensa que termina cayendo por su propio peso.
La obra conserva completamente el espíritu de su autor, en una mezcla entre comedia, drama, thriller, misterio y ciencia ficción. Pocas cosas hay que falten en 20th century boys. Lo que empieza como una inocente historia de detectives va escalando hasta convertirse en algo mucho mayor, una historia sin límite.


Con más de 20 tomos por los que extenderse, el mangaka no tiene miedo ninguno a meterse en camisa de once varas con una historia repleta de subhistorias, saltos temporales, giros increíbles y misterios encerrados en interrogatorios envueltos en enigmas.
A lo mejor es eso lo que hace del comienzo de esta obra algo tan interesante y emocionante.


El problema de la propuesta es que su historia y sus personajes no logran estar a la altura.
No es demasiado criticable la forma simplista con la que en ocasiones el dibujante presenta sus mensajes, pero en última instancia su historia no deja de ser un grano de arena excesivamente magnificado, que recorren casi por inercia cientos de personajes similares entre los que perderse.
Y es que, a diferencia de mangas como Bleach o la esplendida Fullmetal Alchemist, el thriller que plantea Urasawa engancha en su justa medida, pero termina cansando y dejando al espectador indiferente en un final que, como sucedía con Monster, Urasawa deja muy ambiguo y abierto.


Pero si algo cabe elogiar de 20th Century Boys es que los momentos que brillan (especialmente en sus primeros tomos), brillan con verdaderos destellos de genialidad, y nos dejan con algunos personajes (el ya legendario Kenji...) y momentos (...vestido de conejo rosa gigante) para el recuerdo.