lunes, 22 de febrero de 2010

Shutter Island

(2010)





Quién iba a decir hace unos años, allá por la época de Titanic, que ese joven actor que algunos encontraban tan repulsivo y otros tan atractivo, acabaría convirtiéndose en uno de los actores más interesantes del otro lado del charco (lo cual, las cosas como son, no es demasiado decir), pero así ha sido.
Gracias a papeles como los de la simpatiquísima Atrápame si puedes Leonardo DiCaprio ha ido ganando poco a poco estatus en el negocio y trabando una gran relación con el director Martin Scorsese, junto al que hizo las estupendas Gang of New York e Infiltrados, la convencional El aviador y, ahora, Shutter Island.


Si algo se puede decir de este proyecto es, sin duda, que es atípico para su director y se enmarca en un estilo más de moda, pero no por ello deja de presentar ciertos elementos interesantes.
Y es que ya desde el punto de partida, Shutter Island tiene madera para convertirse en una película de cine negro con tono clásico y, desde luego, tiene un gran equipo detrás para ayudarla a conseguirlo.
No sólo me refiero a un correctísimo reparto, sino también a un prodigioso diseño de producción, una magnifica fotografía de Robert Richardson (nominado por su igualmente brillante trabajo para Inglourious Basterds) y la mano experta de Scorsese.


Analizándola por escenas, Shutter Island es una película por momentos brillante, que sabe hacer uso de sus medios y presenta algunas ideas geniales (el uso de piezas de música clásica), con momentos cargados de misterio (el paseo por el pabellón C) o drama (la escena del lago y su atípico uso del sonido).
En este sentido, Scorsese sabe perfectamente cómo construir una gran ambientación, una atmosfera malsana que, por momentos, va bastante más allá de lo que nos tiene acostumbrados el género estos últimos años. Y, en este sentido, Shutter Island resulta un trabajo visual sin duda interesante.


Pero lo cierto es que la película termina hundiéndose de manera irremediable por culpa de su ritmo y, sobretodo, su historia.
Y es que no sólo la película dura bastante más de lo que debería, haciéndose por momentos repetitiva y algo tediosa (la escena de la cueva), sino que la historia está cargada de trampas que buscan la salida fácil, repetitiva y previsible y que por momentos resultan casi insultantes y sin sentido y terminan lastrándose enormemente la obra.


Al final, Shutter Island es una película que se queda enormemente lejos de lo que pudo ser y echa por tierra cualquier logro que tuviera con uno de los finales más enervantes de los últimos meses.

viernes, 12 de febrero de 2010

Invictus

(2009)





Desde sus inicios en el mundo audiovisual, Clint Eastwood ha pasado de ser un protagonista de series del oeste de segunda a ser un director de renombre, pero siempre ha sido un tipo interesante.
Como actor, las películas en las que ha trabajado han sido, cuanto menos, entretenidas. Como director, sin duda ha demostrado ser una persona con ideas y, en ocasiones, magníficos resultados. Incluso sus peores trabajaos tiene cierto interés.


Cuando en los 90 dejó el cine más entretenido por uno más ambicioso, su decisión se convirtió en un arma de doble filo. Por un lado, cuando acertaba, lo hacía brillantemente (véase Cazador blanco, corazón negro o Gran Torino). Por el contrario, cuando fallaba, sus películas se convertían en obras convencionales cuyo único propósito parecía acaparar premios por doquier (a.k.a. El intercambio o Banderas de nuestros padres).
Invictus, su más reciente trabajo, se sitúa estratégicamente entre ambas direcciones.


La historia de Nelson Mandela intentando reconciliar una nación mediante una final de Rugby tiene todos los ingredientes para ser una gran película o una obra convencional.
Argumentalmente, el guión de Anthony Peckham incluye ciertos elementos atractivos, para los que da la historia original, sobre la espiral del odio. El problema, lo que hace que Invictus no llegue a ser una gran película, por muy correcta que pueda ser, es la obsesión que existe por enterrar los elementos más originales en la convencionalidad y el tópico de unos diálogos supuestamente profundos, pero, en verdad, mal llevados. Charlas sobre el destino terminan resultando cansinas cuando su motivo parece no ser otro que ser falsamente emotivos.


Con un reparto no especialmente logrado (un Morgran Freeman que está gritando por un Oscar y un Matt Damon siempre correcto) y un equipo técnico que deja qué desear (una fotografía fallida y una partitura simple), Eastwood consigue hacer de Invictus una película medianamente lograda.
Teniendo todos sus fallos, el film consigue un buen ritmo y en general no cabe duda de que es entretenida, por mucho que no sea tan buena como pretende.

miércoles, 10 de febrero de 2010

En tierra hostil

(The Hurt Locker, 2008)





Casi como infiltrándose, la última película de Kathryn Bigelow empezó su recorrido en festivales y pequeñas premieres, obteniendo progresivamente más reconocimiento y llegando a la gala de los Oscar (que, las cosas como son cada vez significan menos).


Narrando la estancia de un grupo de desactivadores de bombas del ejercito en Irak, En tierra hostil se inscribe en la moda reciente del cine de películas bélicas contemporáneas; un campo que, hasta día de hoy, nos ha dado más disgustos (Redacted) que alegrías (El regreso, capítulo de Masteers of Horror).


La llegada de Bigelow a la guerra de Irak, pese a la irregular carrera de la directora, no es para nada desdeñable (lo que tampoco significa que no tenga sus fallos, que los tiene, y bastantes), especialmente en su primera hora.
El guión de Mark Boal consigue alejarse durante un rato de los mensajes fáciles que plantean este tipo de obras, para plantear la primera mitad de En tierra hostil como una película de set pieces sobre la guerra.


Y, durante esta primera hora, compuesta de cuatro escenas mayores llenas de tensión, la película resulta verdaderamente impresionante, gracias a la dirección de Bigelow.
La directora de Días extraños se vale de una fotografía realista y un sonido simplemente prodigioso (unido a una banda sonora ausente, lo cual no hace sino delirante su nominación al Oscar) para recrear una grandiosa atmosfera en la que acontecen esas cuatro escenas, llenas de tensión (la gente apareciendo en los balcones mientras se desactiva la bomba del coche) y narradas con una parsimonia que se agradece (el capítulo del francotirador).


Durante esta primera mitad, En tierra hostil es una película de acción más que lograda. Pero su continuación es lo que hace del conjunto una película fallida.
Durante la segunda hora, el guión de Boal entra en algo que había ignorado acertadamente hasta ese punto. Lo que comenzó siendo como un retrato de episodios bélicos logrados se ve en la obligación de adquirir un tinte más dramático y personal que de, supuestamente, un sentido a la película.
Pero lo cierto es que escenas como la de los soldados en la habitación o la del protagonista buscando venganza repiten cosas ya muy vistas, sin llegar a convencer realmente.


Así, En tierra hostil es una película irregular, con una primera hora brillante y una segunda hora olvidable, pero que en conjunto es un proyecto bienvenido en el cine bélico y de acción reciente, con una factura visual y sonora impresionante.

lunes, 8 de febrero de 2010

28 semanas después

(28 Weeks Later, 2007)





Mientras todos los medios de comunicación se vuelcan en anunciar la internacionalización de compatriotas como Alejandro Amenabar, Pedro Almodovar o Javier Bardem, uno no puede más que lamentar que haya otros, no carentes en absoluto de talento, que deban colarse por la puerta de atrás. No sólo hablamos de Nacho Vigalondo y el reconocimiento de su película en el extranjero (donde ha sido alabada por los creadores de Perdidos), sino de Juan Carlos Fresnadillo.


El director comenzó en esto del cine con la interesante Intacto (2001), una especie de thriller sobrenatural bastante bien llevado, pese a sus fallos. Tras éste, y de forma verdaderamente sorprendente, dio un salto y llegó a la dirección de 28 semanas después, que podrá gustar o no, pero que indudablemente es un proyecto enorme y sin duda provechoso, que Fresnadillo ha sabido utilizar para ganarse cierta fama y llegar a proyectos como Bioshock.
A la hora de narrar la historia de una Inglaterra asolada nuevamente, tras 28 días después (28 Days Later…, 2002), por zombies, el director pudo gozar de una gran libertad para llevar a su equipo técnico, con la curiosa la presencia del guionista de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2004), y personalizar una película que tiene una de cal y otra de arena.


Por un lado, el mayor defecto de 28 semanas después es, sin lugar a dudas, los momentos concretos de su historia.
Partiendo de unas ideas interesantes, como la presencia del ejército estadounidense o el delirante retrato de la familia tradicional, el guión, aunque correcto en sus diálogos, termina derivando en un sinsentido que parece estar solamente para crear momentos impactantes, más que en escenas que estén guiadas por una historia.


Pero lo bueno de la película es que reposa sobre una correctísima dirección de Fresnadillo. Con un gran número de recursos en su haber, el director realiza un trabajo destacadísimo para su segundo largometraje.
Visualmente, 28 semanas después bebe de muchísimas referencias, entre ellas el anime, y recrear un Londres desértico fascinante. La mano de Enrique Chediak es vital en este desangelado retrato futurista, para hacer un fascinante retrato de las localizaciones y dar una de las mejores noches americanas del cine reciente.


En los planos, en la fotografía, en la música… 28 semanas después presenta escenas verdaderamente pesadillescas que ayudan a hacer de la segunda película de Juan Carlos Fresnadillo una obra con algo de fondo pero con una forma enormemente interesante.

viernes, 5 de febrero de 2010

Los Increíbles

(The Incredibles, 2004)





Con el paso del tiempo, Pixar ha ido adquiriendo cada vez más fama, siendo sus películas reconocidas como los mejores filmes de animación actuales. Y aunque obras como Wall-E (2008) y Up (2009) son sin duda grandes, el éxito parece quizás algo desmedido, más aun con filmes como Ratatouille (2007) o Cars (2006), olvidando algunas de sus películas anteriores a esta fama, como Los increíbles, probablemente el mejor trabajo producido por la compañía hasta la fecha.


Pero lo cierto es que la película es más de su director, Brad Bird, que de Pixar, y eso se nota en cada fotograma. El autor de la simplemente sublime El gigante de hierro (The Iron Giant, 1999), como gran amante del cine que es, hace de sus películas no sólo maduras obras de animación, sino brillantes homenajes fílmicos.


Bird es uno de esos directores que entienden que la madurez y calidad de una película de animación (o de una de imagen real) no viene determinada por el número de chistes obscenos o supuestamente irreverentes, sino por la forma en que todo es guiado. Y Los increíbles es intachable en ese sentido.
Nacida durante la moda de adaptar cómics a la pantalla grande, la película va más allá de lo que han ido otras adaptaciones, para realizar un sentido homenaje a un cine de acción que podríamos llamar clásico y un viaje a los años 50, con todos sus encantos.


El estilo que respira cada fotograma es enormemente clásico, poniendo el énfasis en la historia y sustentando sobre ella la acción y el humor, y no al revés. Bird no se deja frenar por el hecho de hacer una película para toda la familia, y va más allá de contentar a los más pequeños, para hacer una película con un ritmo y unas cuestiones aptas para todo el mundo, tomando entre sus puntos de partida el magnífico comic Watchmen (y siendo muy superior a su adaptación oficial).


Visualmente, la película es un auténtico festín, en el uso de los colores (especialmente en su inicio), en la perfección de su animación o en todos sus diseños. Sonoramente, además, encontramos un reparto de voces no especialmente famosas pero perfectas (en especial Craig T. Nelson) y la primera partitura musical para el cine de Michael Giacchino (aun a día de hoy, su mejor trabajo), una magnífica obra que aúna multitud de referencias, yendo a contracorriente de lo que nos tiene acostumbrado el cine de acción reciente.


Con todos estos elementos, Los increíbles no sólo es una de las mejores películas de animación de los últimos años (junto a El gigante de hierro), sino también una perfecta obra de acción y aventuras.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Robin de los bosques

(The Adventures of Robin Hood, 1938)





Ahora que se anuncia la nueva película de Ridley Scott como una revisitación realista de la leyenda de Robin Hood, no está de más remontarnos unos años para ver otra obra sobre el personaje.
Y lo cierto es que la película de William Keighley y Michael Curtiz sigue siendo, a día de hoy, una película de aventuras verdaderamente encantadora.


Lejos de supuestos realismos épicos y dramáticos que hoy día parece que hacen mejor una película, el Robin Hood protagonizado por Errol Flynn no puede sino resultar verdaderamente encantador.
La fotografía de Sol Polito y Tony Gaudio retrata una Inglaterra de cuento y ayuda a Keighley y Curtiz con una magnifica planificación (no hay más que ver la lucha final) y un uso de colores enormemente acentuados que dan a la película un tono visual simplemente impresionante.
Ayudados de la partitura musical de Erich Wolfgang Korngold, consiguen un soberbio tono aventurero sin pretensiones pero con muy buenos resultados, lo que realmente se agradece.


Con un plantel de actores legendario, compuesto por Errol Flynn, Claude Rains y Basil Rathbone entre otros, la película puede resultar falsa y ficticia para los tiempos actuales, en los que se parece creer que las cosas más realistas y dramáticas son mejores, pero lo cierto es que resulta mucho más estimulante, entretenida y memorable que otras adaptaciones recientes, como la protagonizada por Kevin Costner o la serie producida por BBC.


Así, Robin de los bosques es una película de aventuras simplemente magnífica, una historia visualmente fascinante y rematadamente entretenida.

lunes, 1 de febrero de 2010

Doctor Who

(2005-2010)



El Doctor es un personaje cuyo origen se remonta a los años 60, cuando comenzó en la televisión inglesa una serie que duraría hasta los 80.
En 2005, Russell T. Davies tuvo la idea de relanzar la historia como una secuela que sirviera al mismo tiempo de nuevo inicio, y así llegó un nuevo Doctor para sintonizar con las nuevas generaciones, cosechando un enorme éxito en su país.
Esta nueva serie se extendería durante cuatro temporadas y varios especiales (el último de los cuales se emitió hace apenas un mes), con diferentes arcos argumentales llevados por el propio Davies, antes de que la batuta pasara a manos de Steven Moffat para la quinta temporada (a estrenar en un mes), guionista de algunos capítulos y de la película de Tintín que está preparando Steven Spielberg.


Al empezar Doctor Who, con Christopher Eccleston en el papel protagonista (quien dejaría paso a David Tennant en la segunda temporada), uno no puede pasar por alto que la serie de Davies no está a la altura de lo que la televisión actual nos tiene acostumbrados en cuanto a medios. A fin de cuentas, la obra puede parecer un poco pobre en comparación con series como Perdidos o Life on Mars (de la misma cadena). Los efectos y en general todo el aspecto visual se antoja ciertamente tosco.
Pero una vez superada esta primera impresión, en un mundo donde todas las series cansan por su absoluta falta de imaginación y sus continuas repeticiones (que digo eso por no mencionar directamente House o C.S.I.), Doctor Who tiene la curiosa capacidad de funcionar por acumulación. Pasados los primeros momentos, la serie no hace más que ascender.


Por un lado, el propio planteamiento de la serie, que narra la historia de un ser capaz de viajar en el tiempo y en el espacio, limita mucho menos la propuesta y permite conseguir una mayor variedad en sus episodios, que pueden estar ambientados en el pasado o en el futuro, ser de miedo o de aventuras…
Por otro, tenemos a su carismático protagonista y sus múltiples acompañantes y enemigos, encarnados estos últimos por un plantel correctísimo de actores de todas las edades. Desde los siempre solventes Derek Jacobi y Timothy Dalton, hasta el habitualmente muy moderado John Simm dando rienda suelta a su vena más histriónica (lo cual se agradece).


Probablemente uno de los personajes más carismáticos de la televisión actual, el Doctor termina siendo mucho más que un simple bufón (que también es), para guiar dilemas y ambigüedades morales que, si bien no son especialmente profundos ni novedosos, ayudan a enriquecer una historia más allá de una arquetípica figura heroica de las de toda la vida.
Y si la interpretación de Eccleston es más que atractiva, aunque sólo sea por ver como un actor usualmente tan inexpresivo es capaz de hacer tantas tonterías en pantalla, uno termina cogiendo verdadero aprecio a Tennant, no se sabe si porque es el que más ha durado o porque, en efecto, es el mejor.
Su capacidad para caer realmente bien, con sus frases y momentos memorables (“Allons-y”), hace que la combinación del actor con el personaje sea verdaderamente memorable y difícil de superar (a la espera de ver su relevo en la próxima temporada).


Y, como existe el riesgo en series tan variadas, los capítulos de Doctor Who y sus tramas oscilan entre lo prescindible y lo brillante.
Los episodios autoconclusivos, algunos verdaderamente interesantes (tales como Blink o Midnight), van guiando unas temporadas hasta un final épico que, por el lado negativo, Davies suele tener problemas para controlar. Así, pese a la corrección del final de la segunda y la cuarta temporada, y contando con los fallidos de la primera y la tercera, esta faceta de Doctor Who no se realiza completamente hasta el especial The End of Time, donde la combinación de humor, drama y acción acompaña a la confluencia de todas las tramas como un punto final más que correcto a esta etapa.


Así, Doctor Who, en la etapa de Russell T. Davies, es una serie que, in crescendo, termina resultando verdaderamente lograda y adictiva, con algunos de los personajes y momentos más destacados de la televisión reciente.