lunes, 21 de diciembre de 2009

Donde viven los monstruos

(Where the Wild Things Are, 2009)





Spike Jonze es un director difícil de catalogar, de eso no hay duda. Sus películas, como también le sucede a Michel Gondry, irradian esa extraña atmósfera no demasiado habitual en el cine actual.
Así, a la delirante y genial Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, 1999) y a la fallida pero interesante Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation., 2002) se les une ahora Donde viven los monstruos, un proyecto verdaderamente desconcertante viniendo de quien viene.


Y es que la historia que la película cuenta parece algo convencional, especialmente en comparación con las otras obras de Jonze.
Max es un niño que, en un ataque de ira, se marcha de casa y llega a una isla extraña habitada por seres monstruosos.


Uno esperaría que este argumento diera para algo diferente a lo que el cine nos tiene acostumbrados, estando Jonze detrás. Y, en efecto, así es.
La mano de su director en una historia como esta la acerca en su mensaje más a la delirante y brillante escena final de Los héroes del tiempo (Time Bandits, 1981) que al forzado y complaciente final de Dentro del laberinto (Labyrinth, 1986).
La visión de la infancia que nos da el director es más anárquica, desencantada y, hasta cierto punto, realista, de lo que estamos acostumbrados. Pero esto por sí sólo no tiene por qué ser bueno.


Y es que la emotividad (la relación con los monstruos), la perfección técnica (la genial combinación de CGI con maquillaje) y ciertas escenas memorables (la llegada a la isla) son indicios de que existe una película con un mayor potencial del que ha alcanzado.


Por un lado, el guión cae por momentos víctima de su propia anarquía y presenta algunas escenas innecesariamente alargadas y hasta cansinas (100 minutos son demasiados para una cinta así).
Por otro lado, en su intención de darnos una visión diferente y más cercana de lo que pueden ser grandes producciones con efectos especiales, Jonze decide, sabe Dios por qué, enterrar toda la película en un tono indie que juega en contra de la obra. Si bien algunas cosas pueden beneficiarse de este estilo cinematográfico distinto (tal como la fotografía, alejada de los cánones para este tipo de filmes), otras, como la música, son realmente cansinas.


En este sentido, en lugar de aprovechar la sonoridad que una película así entraña, Donde viven los monstruos está sumergida en canciones indie compuestas por Karen O., que son más elementos masturbatorios del propio Jonze que un vehículo para narrar la historia, y que acaban haciendo que el espectador aprecie enormemente los dos o tres minutos en las que no hay una canción sonando de fondo.


Así, no cabe duda de que Donde viven los monstruos es una buena película, pero, enterrada en una aureola de autoimportancia, no consigue ser tan buena como pretende, por mucho que tenga potencial y grandes ideas.

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