jueves, 2 de julio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (y VII)

Anteriormente: Parte III: Postproducción
Parte IV: Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos eliminados
Parte V: Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos conservados
Parte VI: Fantasía sobre un personaje de Conan Doyle I


FANTASIA SOBRE UN PERSONAJE DE CONAN DOYLE II

El gusto de Wilder por algo más que los simples whodonit o el razonamiento deductivo es claramente evidente al comprobar que absolutamente todos los casos presentados, si bien comienzan disfrazados de misteriosos encargos, terminan yendo por derroteros más peculiares o cómicos. La inclusión de la aventura del detective atontado, si bien transita por caminos más típicos que los otros, se enmarca en un tema que el propio Conan Doyle exploró en Escándalo en Bohemia: el Holmes engañado que pierde el caso. Wilder utiliza este engaño para enlazar con la supuesta misoginia del personaje principal y presentar una historia que huye del tópico. A diferencia de otras adaptaciones, la introducción de un personaje femenino no es excusa para llevarnos a una obvia historia de amor, que en este caso traicionaría enormemente la naturaleza holmesiana. Wilder profundiza, dentro de sus limites, en la relación de Holmes con las mujeres y si bien en momentos cae en la obviedad (los recuerdos en el tren), huye absolutamente de lo evidente y sitúa una historia romántica en un segundo plano, expresada con miradas, pequeños e ingeniosos diálogos (“No soy un gran admirador del genero femenino” “Yo tampoco”) y momentos cómicos (la merienda en el campo). Un amor que si bien en momentos puede confundirse con el respeto (especialmente en su revelación final), termina revelando su naturaleza mediante la mirada final de Robert Stephens en Escocia y su última acción en la película.


Pero no sólo de amoríos trata La vida privada de Sherlock Holmes, ni muchísimo menos. Pues en última instancia, la película se apoya en la relación entre Sherlock Holmes y John Watson, que si resultan aquí algo típicos en ciertas ocasiones, lo son no por acomodación de Wilder a otras adaptaciones fílmicas, tanto como por estar dotados de su toque personal, que los hace más cómicos y, al mismo tiempo, más profundos. Detrás de la relación cómica se esconde una fuerte amistad que se revela con madurez, dentro de este mundo de lo cómico y en ocasiones dramático; muy especialmente en la versión de 200 minutos.

Así, la película comienza con la cómica escena del tren, con la que Wilder nos previene de que no estamos ante el Holmes de Conan Doyle o el Holmes cinematográfico, estamos ante SU Holmes, tan cínico como cómico y, sobretodo, elegante.
Esta escena da paso a la primera historia, que nos introduce en la película con la mencionada amistad entre Holmes y Watson en su mayor exponente. El caso termina siendo, tras su atípica resolución, una simple excusa argumental, si bien no tan exageradamente anecdótica como la de los recién casados desnudos, para mostrarnos que, debajo de toda esta comedia, tenemos a dos amigos con su relación de mutuo cariño y respeto, capaces de hacer cualquier cosa por ayudarse. Watson prepara la escena para evitar que Holmes se amodorre y Holmes recurre a una surrealista maniobra para evitar que Watson le deje. Y si bien en su naturaleza el diálogo del reencuentro puede antojarse algo tópico y facilón, la perfección de la escritura de Wilder y Diamond, siempre brillantes en diálogos ingeniosos y veloces, y la cómica y a la vez emotiva actuación (en este caso, entonación, pues su voz es lo único que se ha salvado) de Stephens y Blakely, hace que todo eso no importe absolutamente nada. Así, es una lastima que esta historia se haya perdido, pues nos da el que probablemente sea el segundo momento más personal entre Watson y Holmes (por detrás de la escena final de la película) que termina con ambos riendo al unisono.


La segunda historia, aquella que acontece en la habitación de los recién casados, podría parecer la más prescindible en cuanto a su contribución al conjunto, pues el caso es aquí una simple excusa para mostrarnos breves momentos personales entre los dos (ese final, retirándose por el pasillo), pero, muy especialmente, para permitir que Colin Blakely tome brevemente protagonismo y dé 20 minutos de pura comedia.
Si bien la primera historia nos mostraba la relación entre ellos dos desde la perspectiva de Watson, que hace lo posible por evitar que Holmes se encierre en su universo personal, esta hace lo propio desde la perspectiva del detective. Dejamos de lado el universo de las drogas, para llegar a una cómica perversión del razonamiento deductivo. Es decir, dejamos la visión de Watson de una vida de relación difícil, para adoptar la de Holmes, de una vida esencialmente basada en el razonamiento deductivo. Y como en la primera historia participamos de la crispación de Watson por la soberbia de su compañero, aquí Wilder nos considera lo suficientemente sagaces como para descubrir el error de Watson en la cubierta y la cabina (que, si bien se indica, no se evidencia torpemente, lo cual es todo un acierto) y poder participar del divertido espectáculo del que disfruta Holmes. Y si bien su epilogo resulta menos rocambolesco (recordemos que Holmes disparaba a la pared en el episodio anterior), termina siendo igual de emotivo, con Holmes y Watson asumiendo cada uno su puesto y retirándose a una nueva aventura.


La tercera aventura, en torno a la bailarina rusa, aporta una nueva visión de la relación entre estos dos hombres. Ya no es desde el prisma holmesiano o watsoniano (me perdonarán ustedes las palabras), sino desde el escandaloso. Wilder recurre a un tema de cotilleo y sensacionalismo siempre vigente. Y es que ya se sabe que, aun a día de hoy, la gente siempre encuentran algo morboso y escandaloso en dudar de la orientación sexual de una persona. Así pues, nuevamente nos introduce en una trama cómica para terminar derivándola hacia esa relación de los dos compañeros, que en este caso debaten un tema que va más allá de su amistad y llega a un sitio mucho más personal y que terminaría evolucionando en Holmes en la historia del detective atontado ya comentada.
Estas cuatro historias son finalmente rematadas con la escena final. Billy Wilder huye del humor (la visita de Clive Revill) o del guiño (Lestrade y Jack el destripador), para enfatizar que La vida privada de Sherlock Holmes es ante todo, y como él mismo la definió, “una historia de amor entre dos hombres”. La escena nos muestra la amistad desde la perspectiva de Watson (primera historia) y la de Holmes (segunda historia), en lo que hace referencia a un hecho escandaloso (tercera historia), desencadenado por un acontecimiento de índole muy personal (cuarta historia).
Así, ante la muerte de la señora Valladon, Holmes recurre a la cocaína, parte de ese elemento morboso del personaje, al que Wilder dio, junto a su supuesta homosexualidad, gran importancia. Watson comprende ahora y simpatiza con su compañero, a diferencia de lo que sucedía en la primera historia, y le revela el escondite del maletín médico, que Holmes no había podido encontrar y por el que le felicita, lo que nos retrotrae a la batalla de ingenio de la segunda historia.


Así, Wilder presenta cuatro historias, cada una con sus elementos que aportar, pero sumergidas en el mismo ambiente. Y si el propio director las dividió en farsa, comedia, drama y romance, lo cierto es que, de una forma u otra, esos cuatro elementos no están contenidos en cada movimiento de esta sinfonía, sino que caminan de la mano durante todo el metraje.
Por último, el propio Wilder no puede evitar aparecer en su propia creación. Y es que, como admirador de la obra de Arthur Conan Doyle, se permite el lujo de ser él quien nos introduzca en su particular visión de la misma. Él, eso sí, bajo los rasgos del actor John Williams, quien encarna en la primera escena (eliminada) al director del banco. Y Wilder y Diamond no sólo le convierten en un seguidor del personaje de Conan Doyle, sino que van más allá.
En un momento en que Billy Wilder se veía rodeado de jóvenes directores que se inscribían en innovadoras e iconoclasta corrientes (o no), quizás podía verse como una persona estancada en lo ya visto. Así, Wilder aprovecha esta nostalgia para dotar de la misma al personaje de Havelock-Smith. Así, toda la película desprende este tono, ayudado por la magnífica partitura de Miklós Rózsa y muy enfatizado en su montaje original.
Holmes y Watson llevan ya décadas fallecidos y han sido olvidados por las jóvenes generaciones, en favor de modas (James Bond); no por Wilder, que nos sumerge en la siempre encantadora Inglaterra victoriana, para revivir los pasos de estos dos grandes amigos. Así, Wilder incluso sitúa parte de esta nostalgia en el personaje de Holmes, cuando este muestra su descontento ante la perdida de estilo de la clase criminal.


Y sería en este fragmento, uno del que no se conserva audio ni sonido, solamente fragmentos de guión y fotografías, el que pudiera haber resultado más fallido. A falta de ver posibles modificaciones posteriores de Wilder y Diamond sobre los diálogos y la actuación del siempre esplendido John Williams y un Colin Blakely en un personaje radicalmente distinto, lo cierto es que la escena, tal y como fue originalmente escrita, aunque curiosa e interesante en su propuesta, termina siendo demasiado obvia y por momentos conlleva toda la soberbia de un director del talento de Wilder.

“La película me gustaba, pero la estropearon”
La vida privada de Sherlock Holmes, si bien con menor fama, es una de esas películas incompletas, como Metrópolis (1927), Avaricia (Greed, 1924) y una infinidad más; cuya recuperación casi podemos dar por perdida. Y uno no sabe si ésta, en este caso, es tan imposible como se dice o si la irrelevancia popular de la obra hace que nadie esté interesado en ella; pues resulta difícil creer que negativos de la película más cara del director de moda sean destruidos accidentalmente por los estudios MGM. Quizás es que nunca será tan rentable el montaje original de La vida privada de Sherlock Holmes como el extendido de cualquier blockbuster actual.


Así, de las más de tres horas iniciales, sólo podemos disfrutar de dos. Y como hay casos en que una duración excesiva no sólo no cansa, sino que descansa; uno no puede evitar soñar con la experiencia de ver La vida privada de Sherlock Holmes como la película roadshow que inicialmente era. Ese montaje con cuatro historias que nos daba más comedia y más profundidad de la que podemos disfrutar en la versión final.
Aun así, la meticulosidad de la recreación, la elegancia de su historia, la dignidad de sus personajes, la dirección enfermizamente calculada... todo contribuye a hacer de la versión final de La vida privada de Sherlock Holmes la cuidada y personalísima “Fantasía sobre un personaje de Arthur Conan Doyle”, esa maravillosa sinfonía de dos movimientos.


“Era la película más elegante que he rodado.”

1 comentario:

  1. En fin, qué puedo añadir yo a su excelente y exhaustivo mega-post sobre la película.

    Cambia totalmente la percepción de la misma teniendo en cuenta lo que iba a ser y lo que ha acabado siendo: podría haber sido un film maravilloso sobre la relación Sherlock-Watson y algunos aspectos sobre su vida que no suelen aparecer tanto en sus historias (como las fatigosas épocas entre casos) y al final parece que el film se centra en la relación de Holmes con las mujeres o el gran amor de su vida.

    Igualmente el resultado final es muy bueno, todo el reparto está perfecto (y por lo que leo es normal, Wilder debió tenerlos bien controlados) y las dos historias me gustan mucho. La primera aunque explota el típico morbo estúpido sobre su posible homosexualidad, está llevada con gracia. La segunda me encanta por mostrar a Holmes perdiendo un caso, viéndose engañado en su propio juego... por no hablar de la aparición de la reina al final, un momento que siempre he adorado.

    Es triste que haya acabado siendo una película más de su filmografía (por otro lado, con su historial es normal) teniendo en cuenta lo que significó para él y todo el esfuerzo que puso en ella.
    Billy, si algo debiste aprender de Orson Welles es que NO puedes irte a otro país dejando la película en manos de montadores confiando que todo irá bien. Una pena...

    ResponderEliminar