lunes, 13 de julio de 2009

Sam Peckinpah

Este artículo se centra sólo en las obras cinematográficas de Sam Peckinpah, pero conviene dejar claro su extensa carrera en el mundo de la televisión, donde creó, escribió y dirigió un gran número de series y películas.


Sam Peckinpah en una palabra. ¿Es eso posible? Controvertido, violento, atrevido, personal o incluso perturbado. Todo depende de con quién esté usted hablando. Lo que sí es cierto es que su cine no deja indiferente a casi nadie.
A día de hoy, el gran público prácticamente ha olvidado a Peckinpah, aunque muchas de sus películas permanezcan imborrables en la memoria de muchos y hayan servido de inspiración para innumerables películas, desde Una historia de violencia (A History of Violence, 2005) hasta Bosque de sombras (2006).


Cineasta americano nacido en los años 20, llevó una vida dominada por el alcohol y las drogas y se especializó en una cine excesivo, siendo recordado hoy día por la cruda violencia de sus películas. Era este estilo el que le valió enormes críticas y problemas de montaje en prácticamente toda su obra.
Y aunque su cine fuera violento, lo cierto es que siempre dotaba a sus personajes de una gran profundidad y llenaba la película con su personalidad y los elementos que le obsesionaban.
Se le considera el creador del western crepuscular y él mismo sintonizaba con su filosofía. Viendo su obra, uno descubre que Peckinpah escapa de modernidades y de grandes urbes para centrarse en espacios más naturales. El director se refugia en el viejo oeste o bien nos lleva a entornos fronterizos, como queriendo huir de las enormes y estresantes ciudades norteamericanas.
Igualmente, él mismo se reflejaba en sus propios personajes, tipos conflictivos, no tanto héroes como canallas, que dejan atrás su vida y se enfrentan a un desafío que les marcará para siempre; personas que ya han visto mucho mundo, hombres de otra época que conviven con la lealtad y la traición.


Peckinpah sustentaba la película sobre estos personajes bien construidos y no tenía ningún remordimiento en torturarlos, en llevarles hasta el mismísimo infierno y, muchas veces, no molestarse en sacarlos de allí.
Así, si podemos encontrar un elemento característico en su carrera, es el constante crescendo que puede terminar con un estallido de violencia que Peckinpah nos muestra en toda su crudeza, sin ningún pudor. Visualiza esta violencia sin estilizarla, sumergiendo toda la película y al espectador en un ambiente enormemente árido, lleno de tensión y nerviosismo, al que ayudan no sólo sus colaboradores (siendo los más memorables el fotógrafo Lucien Ballard y el músico Jerry Fielding), sino también su excelente montaje, rápido y calculado, y el inteligente uso de su cámara lenta, no para ralentizar a los protagonistas y mostrarlos más tiempo en pantalla, sino para enseñar las repercusiones de la acción y las diferentes víctimas de ésta.
Pero no todo es violencia en este cine, pues hablamos de un director valiente que sabe dotar de su sello personal tanto a una película de acción como a una comedia. Así, si bien la taquilla terminó demandando más de las primeras, él era un cineasta que no se amedrentaba con nada y que siempre sabía llevar la película, fuera cual fuera, a su terreno.


Los inicios de Peckinpah cabe encontrarlos junto al celebre director Don Siegel, con quien colaboró en Riot in Cell Block 11 (1954) como asistente de producción. Repetiría junto a él en Infierno 36 (Private Hell 36, 1954), An Annapolis Story (1955) y La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), antes de ganarse la vida trabajando como guionista y director en series de televisión, medio al que estaría muy ligado y donde crearía The Westerner (1960) un western. Fue esta experiencia la que le permitió saltar al largometraje.


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