(The ballad of Cable Hogue, 1970)
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Contra todo pronóstico, tras la nominación al Oscar al mejor guión, el siguiente filme de Peckinpah, si bien también un western, sería totalmente distinto a Grupo salvaje. Y es que La balada de Cable Hogue es una comedia.
Considerada por el propio Peckinpah como su mejor película, Cable Hogue muestra que no era un director fácil de catalogar y que el western puede no ser un género tanto como un contexto.
Cable Hogue ha sido traicionado por sus dos amigos y está a punto de morir en medio del desierto cuando descubre agua y con la ayuda de Joshua, un extraño individuo, y Hildy, una prostituta local, montará allí su casa.
Cable Hogue comienza con la traición pero, en su naturaleza afable, evoluciona más allá y termina derivando no en la venganza sino en el perdón, presentado de forma muy emotiva y algo cómica, pero sin caer en lo empalagoso (como si pasaba en Compañeros mortales).
Por otro lado, el rechazo a la modernidad está presente en su parte final. Y si bien en Grupo salvaje Peckinpah nos presentaba el automovil como una desconcertante forma de progreso que arrastraba al moribundo compañero de William Holden, aquí es ni más ni menos que Cable Hogue, que había triunfado desde la nada, el que era ahora sepultado por la modernidad.
Un tema nuevo en las películas de Peckinpah vendría delimitado por la historia de amor,dejando aquí la amistad entre hombres a una historia en segundo plano. La parte central de Cable Hogue reposa pues en los hombros de un siempre magnífico Jason Robards y en Stella Stevens.
Como complemento a esta historia romántica y como el elemento más sorprendente de la película existe un irregular sentido del humor, basado tanto en lo argumental como en lo visual.
Así, encontramos al personaje que da titulo a la película, un encantador canalla con el que vivimos esta amena aventura, y a su compañero, un pervertido tan cómico como turbador encarnado por un hoy injustamente olvidado David Warner. La nota cómica del guión está puesta por estos dos personajes y sus relaciones con los camaradas traidores y con las mujeres casadas.
El humor visual viene determinado por un cuestionable uso de la cámara rápida. Así, pretendiendo dar un tono cómicamente veloz, mejor conseguido a día de hoy con montajes rápidos, la película termina por momentos rozando el ridículo y no siendo tan graciosa como pretende.
A pesar de estos fallos, en su final vemos que Peckinpah, aunque pueda equivocarse en su humor, tiene un gran talento y sabe moverse de la comedia al drama con una agilidad envidiable.
En el equipo, volvemos a encontrar, además de a algunos actores habituales, al fotógrafo Lucien Ballard, distanciándose de su trabajo en Grupo salvaje para dar una imagen más viva y colorida, acorde con el tono de la película.
A modo de curiosidad, esta película marca la única colaboración de Peckinpah con el maravilloso compositor Jerry Goldsmith, que, como no podía ser de otra forma, nos da una gran partitura en la que sobresale la balada del título, que abre la película.
Así, La balada de Cable Hogue se erige como un curioso apunte en la obra de Peckinpah hacia la comedia que no logra estar al nivel de sus mejores obras pero que resulta amena y disfrutable, con algunos cuantos puntos de interés.
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