Parte IV: Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos eliminados
Parte V: Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos conservados
FANTASIA SOBRE UN PERSONAJE DE CONAN DOYLE I
Como ya se ha comentado, La vida privada de Sherlock Holmes fue la película más ambiciosa de Billy Wilder, en todos los aspectos. Utilizando un personaje mundialmente conocido, pretendía hacer una elegante comedia de más de tres horas de duración, ambientada en la Inglaterra victoriana.
Como en la inmensa mayoría de los casos, el guionista y director dependía tanto de su talento como del que los que le rodean para asegurarse de que la película fuera perfecta en todos los sentidos. Y lo es, o casi.
El diseñador de producción, Alexandre Trauner, era un fiel colaborador de Wilder, con quien había trabajado ya seis veces, incluyendo El apartamento, que le valió su primer Oscar. La recreación de la época en los decorados es absolutamente brillante. Tomando como inspiración algunas partes de Doctor Zhivago, Trauner crea no decorados, sino casas, absolutamente vivas y reales. Su falsa Baker Street es probablemente la más espectacular que se ha visto en una adaptación de Sherlock Holmes. Su inmensidad y perfección dan libertad a Wilder para enfocarla tal y como debe ser y mostrárnosla como un elemento realista y creíble de ese mundo, como también sucede con los decorados del 221B de Baker Street y el Club Diógenes.
Los decorados son fotografiados por Christopher Challis, en el que probablemente sea uno de sus mejores trabajos, complejo y elaborado, y que alcanza su perfección cuando la historia nos lleva a los parajes escoceses, igual de espectaculares en directo (el recorrido por los castillos) que en decorado (el campamento nocturno), y plagados de sus siempre bellísimos contrastes.
Pero sin duda uno de los elementos memorables y cuya contribución es esencial para la película, es la partitura musical del siempre excelente Miklós Rózsa. La adaptación del concierto para violín no sólo es apropiada por la clara vinculación de Sherlock Holmes con este instrumento, sino que resulta enormemente bella, enérgica y hasta melancólica. Y es que cuando hoy día se procura sumergir cada fotograma en música, la banda sonora de La vida privada se dosifica cuidadosamente en momentos clave, lo que la hace mucho más efectiva y, a la postre, memorable.
Todos estos elementos están al servicio de la dirección de Billy Wilder, que sabe sacar el máximo provecho de todo lo que le rodea. No sólo a los decorados, por los que se mueve con envidiable maestría, sino también a sus actores. Y es que si bien éstos fueron presionados hasta lo inhumano, su trabajo es excelente. Robert Stephens, Colin Blakely, Geneviève Page, Christopher Lee, Clive Revill... recitan literalmente los diálogos de Wilder y Diamond. Y si bien esta ausencia de improvisación puede lastrar una película, como bien demostró George Lucas en sus recientes episodios galácticos, la perfección de los diálogos y el talento de los actores termina siendo una combinación perfecta. La ironía, superioridad y el pequeño amaneramiento de Robert Stephens crean un Sherlock Holmes algo soberbio, pero elegante. La corrección y el sentido del humor de Colin Blakely son perfectas para el Doctor Watson y si bien el actor no está a la altura de Peter Sellers (originalmente tentado para el papel), su voluntad de secundario le hacen ser un complemento perfecto a ese Holmes y da un toque especial a los momentos en que la historia se vuelve más personal. En papeles secundarios, no por ello menos importantes, encontramos a un hilarante Clive Revill, que repetiría un papel parecido en la reivindicable ¿Qué sucedió entre tu madre y mi padre? (Avanti!, 1972), y a un siempre perfecto Christopher Lee, aquí ejerciendo muy eficientemente de contraposición al personaje de Stephens.
Los actores se sitúan estratégicamente en los maravillosos mundos de Trauner, para ser encuadrados por Wilder, quien sabe no sólo qué es una cámara, sino cómo funciona y dónde debe ir. Como en todas sus películas anteriores, el director sabe componer un plano y rodar una escena como debe ser y lo hace dejando descansar el ritmo de las escenas en sus propios actores, que interactuan en directo y no ayudados por triquiñuelas de montaje o ahora muy socorridos plano-contraplanos.
Y, por supuesto, todo estos elementos están puesto al servicio de un guión que participa de toda la ambición, complejidad y elegancia de la película.
Aprovechando el uso que hizo Billy Wilder del termino “sinfonía en cuatro movimientos” para definir La vida privada de Sherlock Holmes, podríamos seguir hablando en términos musicales y aplicar otro igualmente apropiado. Y es que esta obra bien puede ser una fantasía de Wilder sobre un personaje de Conan Doyle.
Obviamente, esto implicaría que, como adaptación, La vida privada no es la película más perfecta, ya que el guión de Wilder y Diamond presenta unos personajes algo diferentes a los protagonistas de las novelas de Conan Doyle. Pero no lo hace con afán de tornarlos más comerciales o familiares, como sí sucede en otras adaptaciones. No, esta modificación es fruto de su gran personalidad y la valentía de arrastrar a esos personajes a su universo personal y retratarlos a través de su particular prisma. No es una adaptación, es un curioso complemento a los relatos y novelas de Sherlock Holmes.
El guión toma los elementos que más fascinaron a Wilder del universo holmesiano, profundiza en ellos, los junta a otros de propia creación y los entrelaza magistralmente para dejarlos bien atados y salteados con un encomiable sentido del humor e ironía en gran parte de sus diálogos.
Así, aunque los detalles pueden ser nuevos, Wilder salpica la película de la ideología que subyacía a los relatos de Conan Doyle, aunque en ocasiones la hace más evidente que el autor inglés. Al igual que él, el director no pretende encarar su única adaptación del detective presentando un caso que sacuda los cimientos de su universo, como en Asesinato por decreto, o que inicie una saga de estrafalarias aventuras, como pretendía El secreto de la pirámide. No, Wilder, en su montaje original de cuatro movimientos, adopta el estilo de Conan Doyle y nos presenta cuatro relatos diferentes. Y, al igual que hizo el escritor a lo largo de los cincuenta y seis relatos, los saltea con diferentes detalles de la personalidad de Sherlock Holmes, que, y esto es un aporte de la película, son unidos y cerrados con su magnífica escena final.
La odisea concluye, con la segunda parte de la crítica.
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