martes, 14 de julio de 2009

Compañeros mortales

(The deadly companions, 1961)


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Tras la cancelación de The Westerner, Brian Keith, que encarnaba al personaje que daba título a la serie, fue contratado para protagonizar un western y recomendó a su conocido, Peckinpah, como director. Así, su debut en el cine era un western de bajo presupuesto protagonizado por Keith y Maureen O'Hara.


La película narraba la historia de un hombre sediento de venganza que mata por accidente al hijo de una mujer. Acosado por la culpa, escoltará a la mujer a través del desierto, mientras sigue preparando su revancha por un escabroso asunto del pasado.


Su primera experiencia en el mundo del cine ya acarreó a Peckinpah problemas con los productores, a los que él mismo achacaría el resultado de la película. Y es que, siendo el director, no tenía ni voz ni voto ni en el guión ni en el montaje, limitándose su labor prácticamente a encender y apagar la cámara. ¿Un presagio quizás de las constantes disputas que tendría a lo largo de su carrera? En cualquier caso, el director salió tan escaldado de la experiencia, que prometió no volver a rodar una película en la que no pudiera tomar ciertas decisiones fundamentales.


Compañeros mortales es un western que trata sobre la lealtad, la traición la venganza y el perdón; temas que estarían presentes, de una forma u otra, en la mayoría de los largometrajes posteriores de Peckinpah. Pero lejos del oeste que retrataría en otras películas, su opera prima termina siendo un a película con una factura demasiado televisiva y, sobretodo, con un acuciante problema ya desde su planteamiento.


Aunque su inusual premisa argumental da pie para una película verdaderamente interesante,el guión desarrolla la historia como si de cualquier otro western estuviéramos hablando, haciendo descansar toda la trama de la venganza sobre el personaje principal, cuyo trauma parece una estupidez comparado a la vivencia de la mujer, y reduciendo su relación con ésta a algún momento emotivo y alguna sonrisa canalla.


Así, el problema principal de la primera película de Sam Peckinpah es que el tópico del peor cine del oeste contrasta bizarramente con un dramático inicio, haciendo que sea no ya una película mil veces vista, sino absurda y surrealista en la construcción de sus personajes.


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