martes, 28 de julio de 2009

Los aristócratas del crimen



Tras el fracaso critico de Quiero la cabeza de Alfredo García, que tardaría años en ser reivindicada, Peckinpah se vio obligado a recurrir a un gran estudio para presentar una película comercial que le permitiera seguir en el negocio.
Pero a diferencia de lo que pasaría en La huida, carecería de poder sobre el guión, viéndose obligado a rodar una historia con la que no conjugaba.


Mike Locken, traicionado por su compañero George Hansen, deberá rehabiliarse para volver a ser el eficiente agente gubernamental que fue.


Los aristócratas del crimen trata el tema de la lealtad y la traición, muy presente en la filmografía de Peckinpah, pero prácticamente ahí acaban las similitudes. Como sucedía con La huida, el director se las ingenia con el montaje para dar su toque personal a las escenas de acción y se rodea de colaboradores de confianza.
El actor Bo Hopkins repite con él tras Grupo salvaje y La huida y el músico Jerry Fielding colabora con él por última vez, haciendo una soberbia labor, como era habitual en él.


Los aristócratas del crimen está lejos de ser una mala película pero ciertamente no está al nivel de otras de la obra de Peckinpah, ni en resultados ni en implicación personal.
Claramente concebida y producida a la sombra del Harry el sucio (Dirty Harry, 1971) de Don Siegel, el hombre que introdujo a Peckinpah en el mundo del cine, la película es un thriller al uso que se inscribe en todas las modas de las que puede echar malo: polis duros, expertos karatekas, agencias gubernamentales secretas...


Rodada con corrección y partiendo de un guión simple pero efectivo, la presencia de Peckinpah en la historia es prácticamente nula, siendo esta su única película ambientada en una gran ciudad y alejada del tono de sus otras producciones.
La ciudad, como no podía ser de otra manera, es el San Francisco en que Harry Callahan comenzó a ajusticiar malvados unos años antes; y el fotografo Phillip Lanthrop se encarga de que luzca exactamente igual que en la película de Siegel, dando un tono visual mucho más parecido a los thrillers de la época que a lo que nos tenía acostumbrados el bueno de Peckinpah.


Al final, Los aristocratas del crimen es una película correcta, con algún que otro acierto a nivel visual y que sigue las modas de la época.
No alcanza el nivel de películas anteriores de su director, incluso La huida (también de encargo), pero puede disfrutarse igualmente como un divertido espectáculo simplón algo tonto por momentos.


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