Con Pat Garrett y Billy el niño, Sam Peckinpah entra en la etapa crepuscular de su propia vida que queda igualmente reflejada en sus películas. Cada día más perjudicado por el alcohol y, posteriormente, las drogas, sus películas terminarían contagiándose de su drama personal.
La amistad de Pat Garrett y Billy el niño se ve truncada cuando el primero se convierte en un hombre de ley y se ve obligado a cazar al segundo.
El director se enfrentó nuevamente a los productores, unos encontronazos a los que ya estaba habituado y que acarrearon aquí sus peores consecuencias desde Mayor Dundee.
Pat Garrett fue remontada por su productor, que modificó y simplificó la escena de apertura y quitó ni más ni menos que 20 minutos, dando una película confusa y peor que la original, que sería restaurada y reestrenada en los 80.
La película incluye prácticamente todos los elementos característicos que hicieron al cine de Peckinpah lo que es.
La amistad convertida en traición entre los dos protagonistas, que van más allá de maniqueos estereotipos y siguen guardando el respeto y parte de la amistad pasada, se ve hasta en su última escena. Con un tono por momentos más elaborado que el de Grupo salvaje, la relación entre estos dos hombres es el núcleo central de la película (como se deduce ya del título) y es en sus breves encuentros en los que ésta brilla realmente, dedicando el resto del tiempo a ese largo camino, ese constante crescendo, que debemos atravesar hasta ver el final. Es este un final sin la violencia que podíamos ver en Grupo salvaje, al construir cuidadosamente Peckinpah la relación entre los dos protagonistas y resultar absolutamente fuera de lugar cualquier artificio gratuito. La acción descansa en único disparo, el disparo fatal que destruye a ambos personajes, y que queda brillantemente rematado con el disparo de James Coburn a su reflejo en el espejo, un momento que quedó fuera de la película en su día.
El tono crepuscular, si bien muy marcado a lo largo de toda la película, y se puede ver en sus créditos iniciales, ni más ni menos que con la muerte de uno de los protagonistas; en la trama que hace referencia al personaje de Slim Pickens, escena a la que está dedicada la celebre canción Knockin on heaven's door... Y, por supuesto, está muy presente en la propia relación de los dos protagonistas. Pat Garrett debe ir contra su propia naturaleza y cambiar para cazar a Billy, que es prácticamente el último de su clase.
Todos estos personajes se sitúan en entornos de western, alejados de ciudades. Viven sus historias y caminan hacia su destino a través de pequeños pueblos de una sola calle o de grandes explanadas desérticas.
Por último, vemos el montaje característico de Peckinpah, que en esta ocasión añade un detalle verdaderamente original al contraponer la muerte de Garrett con su llegada al campamento de Billy.
A actores fetiche, en este caso Slim Pickens, R.G. Armstrong, L.Q. Jones y el propio James Coburn, debemos añadir el eficaz fotógrafo John Coquillon, que ya había trabajado con el director en Perros de paja y que sustituiría a partir de ahora a Lucien Ballard, que firmó con La huida su última colaboración con Peckinpah.
El músico Jerry Fielding, por contra, aunque ausente en esta película (cuya banda sonora recayó en Bob Dylan), seguiría colaborando con Peckinpah en películas posteriores.
El resultado final de Pat Garrett y Billy el niño es un western crepuscular que adopta una perspectiva más abiertamente dramática que la de Grupo salvaje y se basa únicamente, cosa inusual, en la relación entre los dos protagonistas, cuyos encuentros se dosifican cuidadosamente y constituyen los momentos culminantes de una cinta que, por otro lado, termina resultando excesivamente episódica y algo fallida, pero no por ello menos interesante.
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