Considerada por muchos su mejor película, Quiero la cabeza de Alfredo García fue la única película en la que Peckinpah estuvo a gusto con el montaje final.
Cuando Bennie acepta el encargo de matar a Alfredo Garcia y cortar su cabeza, no sabe exactamente en qué se está metiendo a si mismo y a Elita, su amante y exnovia de García.
Alfredo García conforma junto a Grupo salvaje una especie de epitome de Sam Peckinpah. Y aunque ambas películas son distintas en apariencia, como tantas otras veces, vemos que tienen muchos elementos en común.
La mayor diferencia con el célebre western sería que Bennie no es un violento criminal, sino un don nadie, un canalla inocente que no sabe dónde se mete y se ve arrastrado por la corriente, que lleva la película a desencadenar, cómo no, en una dosis de violencia.
En este sentido, el protagonista tiene más del Dustin Hoffman de Perros de paja que de cualquier otro personaje de la filmografía de Peckinpah. Aun así, lo que le hace similar a otros, no tanto en sus acciones como en su estilo, es la propia identificación de Peckinpah con el personaje, como ya le pasó en otras películas, lo que lleva al director a dotar a Bennie de ciertas cualidades personales, empezando ya por el propio estilo del personaje, con sus inseparables gafas de sol. A esto se le añade que el propio actor, Warren Oates, se tomó este trabajo como un tributo a su director y, básicamente, le interpretó.
El crescendo hasta el estallido se da aquí también, como en otras películas de Peckinpah, pero este final es más elaborado que los enfrentamientos de Perros de paja y Grupo salvaje, en cuanto que la ira de Bennie no se limita a una sola escena, sino a todo el viaje de vuelta.
La película comienza como una road movie protagonizada por Bennie y Elita. Motivado por un objetivo obsceno, traer la cabeza de Alfredo Garcia, el recorrido no tarda en tornarse sórdido y dramático, en una escena en la que Kris Kristofferson, en un breve cameo, parece retrotraernos a Perros de paja. La acción sigue, ahora con un tono distinto y aumentando su tensión y dramatismo a medida que nos acercamos a la cabeza.
Tras haber llegado hasta su objetivo, Bennie es traicionado y es en esta escena, totalmente inesperada, en la que se da el giro que en las otras dos producciones venía marcado por el primer disparo, y lo que, en última instancia, hace de Alfredo García lo que es.
Peckinpah aprovecha toda esta segunda mitad para conferir a la película un tono turbadoramente enfermizo y malsano que implique al espectador con el drama emocional de Bennie y su bizarro viaje con la cabeza llena de moscas, culminando emocionalmente en la llegada a la casa, y violentamente en la última escena, donde, como ya ha hecho antes, Peckinpah no se anda con medias tintas y tira la casa por la ventana.
Alfredo Garcia es una película única en la carrera de su director, en tanto que éste opta abiertamente por un viaje al infierno, dejando al personaje allí y evitando epílogos innecesarios.
Y no sólo en lo que a violencia se refiere es una hija de su director, pues durante la primera mitad, Peckinpah nos presenta la relación entre Bennie y Elita con algunas reminiscencias de La huida y perros de paja. A la ya mencionada escena de la violación, cabe añadir el subtexto de los celos que Bennie parece tener constantemente por la antigua relación de ella con Alfredo García.
Peckinpah sitúa toda esta acción no en la frontera, sino directamente en Mexico, como se ve ya desde el título, huyendo de las grandes urbes y situando el delirante recorrido en pleno campo y pequeñas villas.
Para la cuarta y última colaboración de Peckinpah con el actor Warren Oates, el primero le permitió trascender su condición de secundario, para hacerse cargo de todo el peso de la película. Y encarnando a un personaje sencillo y apático, Oates cumple a la perfección con un papel que sería su tributo y regalo personal a su amigo director.
Secundándole encontramos a Emilio Fernandez, el malvado General Mapache de Grupo salvaje, que aquí colaboraba por tercera vez con Peckinpah, y al mencionado Kristofferson; además de otros secundarios habituales en su cine.
La música vuelve a correr a cargo del genial Jerry Fielding, en su penúltima colaboración con Peckinpah, con una composición a la altura de las que realizó para Grupo salvaje y Perros de paja.
Tras la salida de Lucien Ballard de su vida, Peckinpah había trabado buenas migas con el director de fotografía europeo John Coquillon. No obstante, como su estilo quizás no podría ser adecuado, y buscando un tono visual a juego con la acción y algo distinto a lo que nos tenía acostumbrados, contó para Alfredo Garcia con el fotógrafo mexicano Álex Phillips Jr., con quien ayuda a construir el ambiente caluroso y malsano que impregna toda la película y, como en Grupo salvaje, termina llegando al propio espectador.
Al final, Quiero la cabeza de Alfredo García termina siendo un viaje desesperado, violento y malsano, difícil de olvidar y brillantemente desarrollado y visualizado por Peckinpah.
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