viernes, 17 de julio de 2009

Grupo Salvaje

(The Wild Bunch, 1969)


Artículo anterior: Mayor Dundee


Grupo Salvaje ya son palabras mayores, el paradigma del western crepuscular.
Tras el fracaso de Mayor Dundee, Peckinpah comenzó a dirigir El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965), en la que sería reemplazado a los pocos días de rodaje por Norman Jewison. De pronto, se había convertido en un director non grato en Hollywood. Su carrera parecía estar a punto de terminar al poco de haber empezado.


Su salvación llegó, como pasó en Duelo en la alta sierra, a través de la televisión. Sería para este medio para el que dirigiría Noon Wine (1966), telefilme cuyo éxito le volvió a abrir las puertas a la industria del cine.
Warner Bros se puso en contacto con Peckinpah para que se encargara de un western con el que querían hacer sombra a Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969). Pero la película terminaría siendo mucho más que una simple copia.
Grupo salvaje está protagonizada por una banda de forajidos que busca cómo ganarse la vida.


La película cuenta ya con todos los elementos característicos de Sam Peckinpah. Nos narra el enfrentamiento entre dos antiguos compañeros (magníficos William Holden y Robert Ryan), hombres que ya vieron pasar su época de esplendor y que ahora se encuentran sobreviviendo como buenamente pueden. Si bien están enfrentados, se respetan mutuamente y van más allá de ser meros estereotipos (como vemos con el final del personaje de Ryan). Pero no están solos, pues el personaje de Holden cuenta con un grupo de compañeros que se deben lealtad.



Una de las obsesiones ya mencionadas de Peckinpah, el crescendo de la historia hasta el estallido de violencia, se reflejaría a la perfección tanto en Perros de paja y Quiero la cabeza de Alfredo García, como en esta Grupo Salvaje. Si bien en las otras es más obvio, en cuanto que se trata de una sumersión progresiva en la violencia, en Grupo salvaje se desarrolla a un nivel, digamos, más psicológico, pues la película no escasea en escenas de acción. Comienza con una escena que utiliza este incremento paulatino en la tensión (atención al tema musical), con los protagonistas llegando al banco y culminando en la frase de William Holden que nos confirma que es un criminal (“si se mueven, mátadlos”) y, casualidad, en el crédito de Peckinpah como director.
Sin embargo, la última escena es la más compleja en cuanto a la implicación de los personajes. Tras toda una película buscando su supervivencia, Peckinpah introduce la tortura de un miembro de este grupo salvaje como una forma de activar a los demás.
Así, tanto en Grupo salvaje como en Perros de paja existe ese instante donde el mundo parece pararse, esos segundos entre el primer tiro y los demás, que hacen que los personajes y el espectador sean plenamente conscientes de qué es lo que va a empezar. Después de la larga caminata para construir la tensión, cuando Holden y lo suyos disparan al General Mapache, Peckinpah se molesta en darnos esos 30 segundos de quietud, donde los protagonistas son plenamente conscientes de que han sellado su destino.



Técnica y visualmente, Grupo salvaje probablemente sea la película más perfecta de Peckinpah.
El director deja de lado el tono clásico de Duelo en la alta sierra y sumerge al espectador en todo el polvo y la arena de este oeste fronterizo como no muchos saben hacerlo.
Se vale para ello de un equipo de primera, en el que encontramos a dos colaboradores habituales. Lucien Ballard vuelve a trabajar con él, realizando una fotografía que ayuda a todo ese tono árido de la película y que resulta enormemente variada, sirva como ejemplo la bellísima salida del grupo del pueblo mejicano.
El compositor Jerry Fielding inicia aquí su fructífera relación con el director, con una partitura simplemente extraordinaria que le valió una nominación al Oscar.



Y, por supuesto, el montaje, con algunas ideas perfeccionadas que el director tanteó en Mayor Dundee.
La película incluye unos 3000 cortes, más que ninguna hasta la fecha de su estreno. Esto no significa que sea mareante o rápida, pues Peckinpah sabe cuándo debe dejar respirar a la acción (el robo del tren) y cuando debe aumentar la tensión (la escena inicial y la final).
A diferencia de la batalla de Mayor Dundee, donde uno no sabía qué estaba pasando, Peckinpah controla perfectamente la situación en los tiroteos y los monta con precisión, aumentando así la emoción y tensión de la escena.
A esto cabe añadirle un inteligentísimo uso de la cámara lenta, que el director no utiliza para primeros planos sino para, por ejemplo, caídas montadas paralelamente con otros planos a velocidad real; siendo estos momentos pocos pero precisamente calculados.



Así, Grupo salvaje es una obra que si bien nos da algunas de las mejores escenas de acción de la historia, está enteramente conducida por unos personajes que, lejos del estereotipo, sirven para afianzar la historia, darle más profundidad y, en última instancia, contribuir a hacer de esta película la experiencia memorable que es.


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