viernes, 31 de julio de 2009

Clave Omega

(The Osterman weekend, 1983)


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La despedida de Peckinpah del mundo del cine estaría desafortunadamente lejos de ser la que se merecía.


Una agencia gubernamental investiga a Osterman, un ejecutivo con sospechosas conexiones.


Ya desde su llegada, Peckinpah dejó claro su disgusto por el guión de la película, pero los productores, ajenos a dónde se metían, querían contar con un director de renombre. Cuando éste les entregó la película que había filmado, ellos la remontarían a su gusto, siendo esta la versión que ha llegado a nuestros días.


Como sucedía con Los aristócratas del crimen, Clave Omega es una película victima de su tiempo, en la peor acepción posible de la palabra: una película de espías al uso.
Si bien la historia gira en torno a la amistad y la traición, estos elementos se alejan del habitual estilo de Peckinpah, que posiblemente no estuviera muy por la labor de hacer de Clave Omega algo demasiado personal, y se inscriben en los tópicos del cine de espías, como toda su trama, confusa y gratuitamente enredada; adecentada con toques del peor y más descuidado cine de los años ochenta.


Peckinpah colaboró una vez más con el director de fotografía John Coquillon, un viejo conocido; pero está en general rodeado de caras nuevas.
El reparto, en el que vemos a Burt Lancaster, John Hurt, Craig T. Nelson, Dennis Hopper y Rutger Hauer (deseosos de trabajar con una leyenda cómo él), está muy lejos de sus potencialidades y termina relegado a personajes sin demasiada gracia, siendo el protagonista y su última escena el momento más interesante de la película.
En la banda sonora, el también de moda Lalo Schifrin compone una música que, alejada del genial estilo con el que dotó a la serie Misión: Imposible (Mission: Impossible, 1966-1973), da una partitura carente de estilo.


Clave Omega es una película que puede intentar disfrutarse como un divertimento sin demasiada elaboración, pero que resulta triste si es tomada como testamento cinematográfico de una leyenda que dejó películas imborrables. Peckinpah cuenta con un equipo que no está a la altura y a él mismo se le nota una cierta apatía por estar rodando algo con lo que no comulga, como se ve en las escenas de acción, que aunque siguen parte de sus principios, carecen de la garra de las de, por ejemplo, Alfredo García.
Por si esto fuera poco, el resultado final fue remontado por los productores, quienes no querían a Peckinpah por su talento como cineasta, asumiendo que hubieran visto alguna película suya.


El resultado final es un simple entretenimiento, no peor que cualquiera que podemos ver hoy día, aunque terriblemente confuso en su montaje, simple en su guión y enervante si pensamos en quién es el director.




Aunque con la cruz de ser censurado y zarandeado por productores que querían convertirle en un obediente subordinado, Sam Peckinpah es un director que, si bien carece de la fama de otros grandes artistas, en su irregularidad supo darnos películas memorables y descubrirnos todo su fascinante universo personal, con sus obsesiones sobre el mundo y sus ideas sobre dirección, que a día de hoy permanecen perfectamente vigentes y dejan en ridículo a un gran número de directores.


1 comentario:

  1. Da profundo asco todo lo que sabe usted de este director, tengo pendientes y compradas desde hace tiempo Grupo Salvaje y La Huída, espero verlas antes de que acabe el periodo estival.

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