lunes, 24 de agosto de 2009

Los cronocrímenes

(2007)


El problema del cine español es largo y complejo. ¿Problema de los productores? ¿Problema de los directores? ¿Problema de los espectadores? ¿Problema de todos? Es un tema más difícil de lo que muchos quieren hacerlo.
La opera prima de Nacho Vigalondo entra en medio de este problema, olvidada por el amiguismo de cierto sector de la industria fílmica nacional que se emperra en promocionar determinados filmes e ignorar otras propuestas.


Al igual que le pasó a Eugenio Mira con su interesante opera primera The Birthday (2004), Vigalondo, que tiene a sus espaldas una nominación al Oscar por su estupendo corto 7:35 de la mañana (2003), se encontraba con una película y nadie que la distribuyera.
No es algo poco habitual en el cine español, en el que muchas obras se estrenan de tapadillo (en el caso de Mira, directamente en DVD), si es que se estrenan en algún momento.
Lo que hacía distinta a Los cronocrímenes no era sólo la nominación de su director, sino el éxito de la película en el extranjero. Distribuida por varios festivales, la película iba cobrando poco a poco fama, mientras España estaba demasiado ocupada con Woody Allen y su terrible, y me quedo corto, Vicky Cristina Barcelona (2008).



Quizás fuera el recibimiento en el extranjero, o quizás que Vigalondo tenía cierta fama en el mundillo del Internet patrio gracias a su blog; el caso es que Los cronocrímenes encontró distribución en España. Después de que Francia hubiera comprado los derechos, eso sí.


Los cronocrímenes narra la siniestra aventura temporal de Héctor, que, atraído por una mujer desnuda y acosado por una momia rosa, llega a una máquina que le transporta unas horas atrás en el tiempo.


La carrera de Nacho Vigalondo incluye trabajos diversos en programas como Vaya semanita o Gran Hermano, así como una carrera en el mundo del corto cuyo punto álgido fue no 7:35 de la mañana, sino el descacharrante Código 7.



Con esta demostración de sentido del humor, uno podría esperar que la opera prima del cántabro estuviera orientada a la comedia. Pero lo cierto es que su película constituye una rareza del cine patrio en su planteamiento, una obra de ciencia ficción con viajes temporales y una propuesta perfectamente ajustada a sus limitaciones económicas.
Los cronocrímenes huye de la espectacularidad que uno podría vincular al cine de género para convertirse en una película con un guión de acero inoxidable.


Los materiales de los que parte Vigalondo son ciertamente escasos. Cinco actores, dos casas, una máquina aparatosa y muchas vendas. Y la verdad es que el director no necesita nada más para desarrollar la intriga, el misterio y el drama.
Partiendo de una premisa sencilla, Los cronocrímenes relega la ciencia ficción a un par de momentos y hace descansar el resto del metraje sobre los giros y la tensión, envueltos en la que probablemente sea la mejor concepción de los viajes temporales jamás vista en una película.
La idea que plantea esta opera prima en cuanto al concepto del tiempo no es especialmente original, pero demuestra un sentido común muy estimable carente en otras producciones.


Las paradojas temporales permiten jugar con el tiempo de una forma absolutamente libre. Un tipo viaja al pasado, rompe la relación de sus padres, su mano empieza a desaparecer, restablece la relación, su mano vuelve a la normalidad.
No es cuestión de desmerecer a Regreso al futuro (Back to the future, 1985), que en ningún momento intenta trascender su condición de simple entretenimiento, por mucho que algunos intenten ver en ella una obra maestra del séptimo arte.


Los bucles temporales, por su parte, resultan mucho más monótonos, al impedir no sólo que el protagonista reconcilie a sus padres, sino que rompa su relación. Es decir, contemplan el pasado como algo imposible de modificar y hacen que el viajante temporal sea participe de ese pasado desde el comienzo. Citando a una serie de moda, "lo que pasó, pasó".


Obviamente, tomar el concepto de los bucles temporales como guía es un suicidio si no se cuenta con un guión a prueba de balas. La tarea de saber guardarse giros y progresión dramática aun a pesar del hecho de que todo lo que está sucediendo haya sucedido ya en el pasado no es fácil. Sirva como ejemplo la fallida Deja Vu (2006), que alternaba paradojas con bucles según le placía.


Pero, como se ha dicho, el guión de Los cronocrímenes es resistente y Nacho Vigalondo da la vuelta a la limitación que le supone el uso de bucles temporales para utilizarlos a su favor. El director juega con la idea de no modificar el pasado, ocultándose datos que va descubriendo con cuentagotas y que progresan hasta su dramático final y, en última instancia, termina dotando de una naturaleza interesantemente grotesca a las acciones repetidas por los personajes.


Por supuesto, por muy interesante que sea esta teoría temporal, la película perdería sin otros cimientos en los que sustentarse.
La historia sigue al personaje central, Héctor, que comienza siendo un hombre normal con una vida normal y que va cambiando a medida que la historia va descubriéndose al espectador.
Rodeado de personajes menos complejos que sirven para hacer avanzar la acción (la película cuenta con el desnudo más justificado de la historia del cine español reciente), el actor Karra Elejalde lleva sobre sus hombros todo el peso de la película y aunque flaquea en ciertos momentos, lo cierto es que una parte del mérito de Los cronocrímenes le corresponde a él.
Secundándole con corrección están Barbara Goenaga, Candela Fernández, Ion Inciarte (en un papel con truco) y el propio Nacho Vigalondo (cuya actuación cobra sentido al final de la cinta).


Por su parte, la dirección se ve perjudicada por limitaciones presupuestarias, pero resulta enormemente efectiva, no sólo en momentos de lucimiento (como el complejo plano final), sino en la ambientación campestre, en sus bizarros apuntes humorísticos y, sobretodo, en la construcción de la tensión y el ritmo de la cinta, enormemente ágil pese a la repetición de ciertas situaciones.


Así, Los cronocrímenes termina siendo no sólo una de las mejores películas españolas de los últimos años, sino un logradísimo thriller y una de las películas de viajes en el tiempo más interesantes jamás hechas.


A pesar de su magnífico guión y de la estupenda actuación de Karra Elejalde, fue completamente ignorada en los Goya (salvo por la nominación al mejor director novel, casi por obligación), relegada al olvido por producciones con una mayor campaña de promoción pero mucho menos logradas.


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