lunes, 10 de agosto de 2009

Harry Potter y el prisionero de Azkaban

(Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, 2004)


Harry Potter y la cámara secreta



La complejidad que supone manejar una película de efectos terminó cansando a Chris Ciolumbus, director de las dos primeras, que ejercería en la tercera de productor ejecutivo, para acabar retirándose a filmar aburridos musicales para jovenzuelos pocos años después.


Así, Warner Bros aprovechó para anunciar que a partir de ahora contrataría a un director para cada parte de la saga para dotar a cada película de un tono distinto, siendo en realidad que no encontraban a nadie dispuesto a repetir con obras de estas dimensiones. Pero esa ya es otra historia.
Y entre todos los directores que uno podría esperar, la elección no pudo ser más curiosa.

Tras tantear a Guillermo Del Toro, que por aquel entonces no disfrutaba del éxito de El laberinto del fauno (2006), el puesto llegó a Alfonso Cuarón, amigo de Del Toro y director de Y tu mamá también (2001).


Guste o no, lo cierto es que el mexicano tiene mayor talento y personalidad que su predecesor en la saga del joven mago
Uno podría esperar, no obstante, que manejando su primera producción millonaria y trabajando para un gran estudio, su estilo quedara difuminado entre complejos efectos visuales que no estaría demasiado preparado para filmar. Nada más lejos de la realidad.


Si algo brilla en El prisionero de Azkaban es la arrolladora personalidad de su director. Cuarón llega al mundo de Hogwarts no para repetir la formula, sino para revisarla y fundirla con su particular estilo y su inventiva.
Así, el mejicano no tuvo inconveniente alguno en reinventar lo que ya conocíamos y brindarnos un mundo completamente distinto.
En lo que fue una decisión muy criticada por los seguidores de la saga, tuvo la osadía de revisar los diseños, decorados y localizaciones para dejar la continuidad con las películas precedentes en un segundo plano y centrarse en su visión particular.
Escocia pasa a ser un elemento más del mundo mágico. Relegada en las dos películas precedentes a breves planos lejanos o digitales, Cuarón elimina los decorados llanos y simples para hacer justicia al terreno en que la acción tiene lugar y situar Hogwarts en medio de las mágicas montañas escocesas, que hacen maravilloso cada plano en que aparecen.
Desde este prisma, la saga de Potter se enriquece, pues no nos presenta ya diferentes historias, sino diferentes visiones de este mundo mágico.


Ante la imposibilidad de trabajar con su director de fotografía, el fascinante Emmanuel Lubezki, cuyas cuatro nominaciones al Oscar no hacen justicia a su talento, Cuarón recurrió a un director con más experiencia y un estilo similar. El colaborador habitual de Alan Parker, Michael Seresin, filma Hogwarts con su estilo habitual que resulta ser radicalmente distinto al de cualquiera de las dos primeras películas.
Cuarón entiende que Harry Potter va derivando hacia lugares más siniestros que requieren algo más que una fotografía contrastada y escenas nocturnas. Harry Potter y el prisionero de Azkaban presenta un aspecto visual de colores algo apagados, entre verdes y azulados, que confiere a este mundo un aspecto mucho más fascinante y atractivo y, a la vez, le dan ese tono inglés del que Columbus carecía.


Por su parte, al reparto ya visto, cabe ahora añadir al siempre interesante Michael Gambon, haciendo un Dumbledore mucho más activo que el del fallecido Richard Harris; al legendario Gary Oldman, en un breve pero crucial papel; y al David Warner del nuevo siglo, David Thewlis, un tipo que sabe oscilar como nadie entre lo genial y lo atroz y que para Azkaban se queda muy correctamente entre ambos términos.


La dirección de Cuarón, por su parte, demuestra una enorme energía. Alejado de la monotonía, sabe visualizar este mundo con una gran naturalidad, a diferencia de lo que sucedía en las películas precedentes, tanto en su vestuario y humor como en sus actuaciones.
Su cámara llega a Hogwarts para captar todos estos detalles de una forma que no habíamos visto. El mexicano lleva sus característicos planos largos y elaborados al mundo de Harry Potter, haciéndolo más real, fascinante y vivo de lo que jamás estuvo.


Quizás consciente del cambio que atravesaba la saga, el compositor John Williams volvió a tiempo completo para componer la banda sonora que, alejándose de la música de las dos primeras entregas y relegando el tema principal a un par de momentos, enfatiza el tono enérgico de la cinta y, por momentos, el dramático, con temas como A Window to the Past, no tan mítico como el tema principal, pero igualmente emocionante.


Al final, El prisionero de Azkaban termina erigiéndose como una cuidada película fantástica gracias a una dirección que se implica al máximo en todos los aspectos y sabe llevar un cambio total a algo ya visto.


Harry Potter y el cáliz de fuego

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