La elección del director para la primera película de la saga del joven mago no pudo ser más curiosa.
Habiendo sido tentado el propio Steven Spielberg, el puesto recayó en el impersonal Chris Columbus.
Curiosamente, éste llegó al mundo del cine de la mano del director de Tiburón, quien le contrató para escribir tres producciones suyas de los años 80; Gremlins (1984), Los Goonies (The Goonies, 1985) y El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985), siendo esta última un precedente del estilo que tendría la primera parte de Harry Potter.
Columbus comenzó como un autor original con una vena macabra (el guión de Gremlins era más violento de lo que se ve en pantalla), pero quizás en su colaboración con Spielberg terminó adoptando otra visión de las cosas.
El tema es que cuando debutó en la dirección, Columbus era un artífice de espectáculos para toda la familia. A él debemos películas, algunas de dudosa calidad, como Sólo en casa (Home alone, 1990), La Señora Doubtfire (Mrs. Doubtfire, 1993) y El hombre bicentenario (Bicentennial Man, 1999).
Acostumbrado a trabajar con niños y siendo un director que se ajustaba a lo que le decían, Columbus hizo la primera entrega de la saga con corrección.
Siguiendo el guión del prestigioso Steve Kloves, el director no muestra ideas especialmente brillantes y se rodea de profesionales y para dejarles hacer lo mejor que saben.
Así, los créditos de Harry Potter y la piedra filosofal son verdaderamente impresionantes, y no sólo en el apartado técnico.
La primera aventura del joven mago reúne a nombres legendarios y no tan legendarios del cine inglés, como son Richard Harris, Maggie Smith, Alan Rickman, John Hurt, Robbie Coltrane... Y los pone junto a nuevos talentos que con el paso del tiempo acabarían haciéndose aun más celebres entre ciertos sectores de la población. Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson y Tom Felton dan aquí prácticamente sus primeros pasos en el mundo de la actuación y salen, aunque algo sobreactuados, airosos.
Todo este reparto se mueve en los decorados y localizaciones, que conforman uno de los mayores alicientes de la saga del joven mago. Si bien estarían mucho mejor desarrollados en entregas posteriores, en La piedra filosofal constituyen un atractivo ambiente para toda la acción, que contribuye a dar un tono aventurero a la propia película, algo a lo que también ayuda el fotogramo John Seale con una imagen que, aunque no demasiado elaborada, resulta muy apropiada en el uso de color.
Junto a estos, está la brillante banda sonora de John Williams, que después de habernos dado obras para el recuerdo durante 30 años, decidió volver a sorprendernos y crear el tema musical de la saga que ya es inconfundible. Su música, más importante de lo que pueda parecer en una película de estas características, da el toque perfecto a la primera parte de la saga y aunque resulta algo rimbombante por momentos, da algunos momentos de gran belleza.
Por supuesto, tampoco es cuestión de menospreciar la labor de Columbus, quien se carga a las espaldas una película enormemente compleja en toda su variedad de efectos. A diferencia de otros directores más talentosos que se ven en un apuro en grandes producciones, el director sabe exactamente a qué hace frente y, aunque carezca de una personalidad de la que dotar al conjunto, se aúpa en los hombros de otros profesionales para dar una producción amena y entretenida para toda la familia cuyas dos horas y pico de metraje pasan en un suspiro.
Harry Potter y la cámara secreta
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