Elemental, querido Watson. Parte I
Elemental, querido Watson. Parte II
Ya en los 80, encontramos un par de productos destacados que, al margen de su calidad fílmica, parecen emperrados en infantilizar al personaje para utilizarlo como forma de comercializar nuevas chocolatinas. Dejamos atrás adaptaciones fieles y complementos dramáticos, para meternos en películas de índole familiar o cómica. Si bien es cierto que en esta época se enmarca la ya mencionada Las aventuras de Sherlock Holmes con Jeremy Brett, que el que esto firma no ha tenido la oportunidad de ver todavía.
Nicholas Rowe/Alan Cox
El secreto de la pirámide (1985)
La colaboración entre Steven Spielberg (productor) y un Chris Columbus (guionista) recién llegado al mundo del cine dio dos productos tan divertidos, honestos y, a la postre, exitosos, como son Gremlins y Los Goonies. El tercer y último film de esa colaboración sería una película para toda la familia con pretensiones de convertirse en una saga de gran éxito, de ahí su título inicial, Young Sherlock and the pyramid of fear. En esta obra, echamos un vistazo a la juventud de Sherlock Holmes y John Watson, cuando traban amistad en un internado y deben acabar con una diabólica secta satánica.
Así, pocas cosas hay más inútiles que visionar El secreto de la pirámide como una precuela de las aventuras de Sherlock Holmes, porque si bien se nos avisa al comienzo de la proyección de que la producción se ha realizado con el máximo respeto y cariño a los personajes de Arthur Conan Doyle, queda bastante claro que lo que sin duda respetaban los implicados era al todopoderoso dólar ese. Y es que la película tiene mucho más en común con el por entonces reciente estreno de Steven Spielberg, Indiana Jones y el templo maldito, que con Conan Doyle, como queda claro de sus fantasiosas escenas y su tónica de aventura familiar, que en ocasiones llega a rozar demasiado el infantilismo, con algún que otro momento vergonzoso (“¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”).
Igual sentido tiene intentar ver en los personajes de Nicholas Rowe (que posteriormente trabajaría en la opera primera de Guy Ritchie, quien, cosas de la vida, se encarga de la próxima adaptación de Holmes) y Alan Cox (hijo de Brian Cox) algo que no sea unos jóvenes estudiantes de la época victoriana convenientemente sazonados y adecentados para los tiernos prepúberes de la década de los 80. El conocimiento de los responsables de la obra de Conan Doyle, de haberlo, es efímero y superficial, o al menos eso se demuestra de la aleatoria inclusión de referencias a los elementos más icónicos y conocidos, aunque en ocasiones, como en la presentación de Watson y Holmes, el uso del razonamiento deductivo tenga cierta curiosidad. Y, por supuesto, el personaje de John Watson es aquí un secundario cómico en la acepción más desagradable del termino. El fiel compañero del detective ha sido convertido en un comilón que habla con pastelitos, no da pie con bola y se tropieza alocada y aleatoriamente durante toda la película. Así, intentar ver un intento serio de explicar ciertos elementos de la naturaleza holmesiana (Moriarty, su relación con las mujeres) sólo conseguirá enervar, y con razón.
Aun así, tomada como una simple película de aventuras de inocentes intenciones, El secreto de la pirámide termina siendo un espectáculo que, aunque vacío, resulta de lo más entretenido y presenta alguno o dos detalles interesantes (ciertos momentos dramáticos y una escena tras los créditos finales). Gracias a una resuelta dirección de Barry Levinson, a una factura técnica impecable (no sólo en decorados y vestuario, sino también en efectos, incluyendo el primer efecto digital de la historia, obra y gracia del Pixar de Steve Jobs) y a una ambientación la mar de agradable en las espectaculares localizaciones de Oxford, esta aventura del joven Sherlock Holmes resulta una película tan amena como inocente,.
Por supuesto, de mencionado obligado es la brillantísima banda sonora de Bruce Broughton, que probablemente sea una de las mejores partituras musicales de aventuras de los últimos 25 años.
Basil de Baker Street/Dr. David Q. Dawson
Basil, el ratón superdetective (1986)
Si hablamos de la traslación de los personajes de Conan Doyle a la pantalla en este clásico Disney, estos no pueden haberse dejado más intactos, pues su brevísima aparición es brillantemente visualizada mediante sombras en una pared, con la reutilización de voces del serial radiofónico con Basil Rathbone. No, Basil, el ratón superdetective, es un estudio de la vida de los roedores del 21b de Baker Street.
Llegada en un mal momento de la compañía Disney, Basil pasó tan desapercibida como la mediocre Tarón y el caldero mágico, a pesar de ser uno de los mejores clásicos Disney jamás hechos. Divertida como ella sola, la película presenta a los álter egos del celebre detective y su doctor, que, convenientemente adaptados para el niño y la abuela, hacen tanta justicia a los personajes originales como las películas de Basil Rathbone. Por supuesto, adiós al razonamiento deductivo y la cocaína. Y durante 80 entretenidisimos minutos, uno ni lo echa de menos.
La recreación de esta Inglaterra victoriana ratonil es magnífica, con unos diseños impresionantes a disposición de algunas escenas que, a día de hoy, no han perdido un ápice de su emoción. Momentos como el de la loca persecución en la tienda de juguetes (concluyendo con una maravillosa escalada final) o la pelea final en los engranajes del Big Ben dejan en evidencia al cine de aventuras actual y resultan más visualmente fascinantes que, por poner un ejemplo malintencionado, Tim Burton y su particular y (añado yo) repetitivo universo.
La función es salteada con el perverso Rattigan, uno de los mejores villanos Disney quien, con la voz de un descontrolado Vincent Price, nos brinda momentos tan hilarantes como el descacharrante número musical.
Y, por último, pero no por ello menos importante, uno no puede dejar de mencionar la contribución de Henry Mancini. Su partitura juguetona, divertida y, sobretodo, elegante, pone la guinda al pastel que es un producto que no por familiar o animado tiene menos valor que algunas de las películas ya mencionadas aquí.
Michael Caine/Ben Kingsley
Sin pistas (1988)
La última película a comentar es esta curiosa comedia disparatada con reparto de primera fila. A los ya mencionados Caine y Kingsley cabe añadirles el hoy perdido Jeffrey Jones y Paul Freeman (el legendario Belloq de En busca del arca perdida).
El argumento nos sitúa en una realidad en la que Sherlock Holmes es un apreciado y amado detective privado capaz de resolver los casos más complejos. Hasta ahí, todo bien. El universo de Conan Doyle se vuelve boca abajo cuando descubrimos que en realidad Holmes es un actor contratado por el prodigioso John Watson, que le utiliza como fachada para evitar problemas.
Si algo caracteriza esta película de Thorn Eberhardt es una absoluta falta de personalidad y un socarrón sentido del humor en todos los implicados. El resultado es una parodia del universo creado por Conan Doyle, pero desde una perspectiva más realista y razonable, no necesariamente mejor, que la que adoptó Gene Wilder en El hermano más listo de Sherlock Holmes. Esta comedia tontorrona hecha sin más pretensión que la de hacer pasar un buen rato tiene su principal aval en su dúo protagonista.
Michael Caine, probablemente uno de los mejores actores del panorama actual realiza aquí su única interpretación del célebre detective, como un borracho canalla y con unos cuantos pelos de tonto. ¿Y qué podemos esperar de un actorazo que hasta cuando pone cara de aburrido y cobra el cheque tiene un carisma arrollador?
Exactamente lo mismo podemos decir de Ben Kingsley, tipo irregular donde los haya, pero que es capaz de darnos una buena interpretación cuando quiere. Su Watson crispado por Holmes no pasará a la historia del celuloide (ni debiera), pero termina siendo, nuevamente, un personaje de lo más encantador.
Son Caine y Kingsley los que, con su interpretación, hacen que Sin pistas merezca un poco la pena, pues si ésta destaca por algo es por su factura absolutamente plana, capaz de combinar estos dos actores y la partitura del siempre maravilloso Henry Mancini, con un equipo que no está a la altura ni de una telenovela mejicana.
21 años después de esta película, llegará a las pantallas una nueva versión, de manos del temible Guy Ritchie, con un felizmente recuperado Robert Downey Jr. como Holmes y un siempre eficiente Jude Law como Watson. Y aunque prejuzgar es de mentes cerradas y fanáticos a ultranza, lo cierto es que esta nueva película parece enmarcarse más en esta última etapa, con obras que utilizan el universo holmesiano como simple excusa para salirse por la tangente. El tema que queda por ver es si, como muestra el trailer, toda la innovación se compondrá de ralentizaciones y patadas en la entrepierna, o será al menos un divertimento para pasar el rato. El 15 de Enero lo sabremos.
Ya en los 80, encontramos un par de productos destacados que, al margen de su calidad fílmica, parecen emperrados en infantilizar al personaje para utilizarlo como forma de comercializar nuevas chocolatinas. Dejamos atrás adaptaciones fieles y complementos dramáticos, para meternos en películas de índole familiar o cómica. Si bien es cierto que en esta época se enmarca la ya mencionada Las aventuras de Sherlock Holmes con Jeremy Brett, que el que esto firma no ha tenido la oportunidad de ver todavía.
Nicholas Rowe/Alan Cox
El secreto de la pirámide (1985)
La colaboración entre Steven Spielberg (productor) y un Chris Columbus (guionista) recién llegado al mundo del cine dio dos productos tan divertidos, honestos y, a la postre, exitosos, como son Gremlins y Los Goonies. El tercer y último film de esa colaboración sería una película para toda la familia con pretensiones de convertirse en una saga de gran éxito, de ahí su título inicial, Young Sherlock and the pyramid of fear. En esta obra, echamos un vistazo a la juventud de Sherlock Holmes y John Watson, cuando traban amistad en un internado y deben acabar con una diabólica secta satánica.
Así, pocas cosas hay más inútiles que visionar El secreto de la pirámide como una precuela de las aventuras de Sherlock Holmes, porque si bien se nos avisa al comienzo de la proyección de que la producción se ha realizado con el máximo respeto y cariño a los personajes de Arthur Conan Doyle, queda bastante claro que lo que sin duda respetaban los implicados era al todopoderoso dólar ese. Y es que la película tiene mucho más en común con el por entonces reciente estreno de Steven Spielberg, Indiana Jones y el templo maldito, que con Conan Doyle, como queda claro de sus fantasiosas escenas y su tónica de aventura familiar, que en ocasiones llega a rozar demasiado el infantilismo, con algún que otro momento vergonzoso (“¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”).
Igual sentido tiene intentar ver en los personajes de Nicholas Rowe (que posteriormente trabajaría en la opera primera de Guy Ritchie, quien, cosas de la vida, se encarga de la próxima adaptación de Holmes) y Alan Cox (hijo de Brian Cox) algo que no sea unos jóvenes estudiantes de la época victoriana convenientemente sazonados y adecentados para los tiernos prepúberes de la década de los 80. El conocimiento de los responsables de la obra de Conan Doyle, de haberlo, es efímero y superficial, o al menos eso se demuestra de la aleatoria inclusión de referencias a los elementos más icónicos y conocidos, aunque en ocasiones, como en la presentación de Watson y Holmes, el uso del razonamiento deductivo tenga cierta curiosidad. Y, por supuesto, el personaje de John Watson es aquí un secundario cómico en la acepción más desagradable del termino. El fiel compañero del detective ha sido convertido en un comilón que habla con pastelitos, no da pie con bola y se tropieza alocada y aleatoriamente durante toda la película. Así, intentar ver un intento serio de explicar ciertos elementos de la naturaleza holmesiana (Moriarty, su relación con las mujeres) sólo conseguirá enervar, y con razón.
Aun así, tomada como una simple película de aventuras de inocentes intenciones, El secreto de la pirámide termina siendo un espectáculo que, aunque vacío, resulta de lo más entretenido y presenta alguno o dos detalles interesantes (ciertos momentos dramáticos y una escena tras los créditos finales). Gracias a una resuelta dirección de Barry Levinson, a una factura técnica impecable (no sólo en decorados y vestuario, sino también en efectos, incluyendo el primer efecto digital de la historia, obra y gracia del Pixar de Steve Jobs) y a una ambientación la mar de agradable en las espectaculares localizaciones de Oxford, esta aventura del joven Sherlock Holmes resulta una película tan amena como inocente,.
Por supuesto, de mencionado obligado es la brillantísima banda sonora de Bruce Broughton, que probablemente sea una de las mejores partituras musicales de aventuras de los últimos 25 años.
Basil de Baker Street/Dr. David Q. Dawson
Basil, el ratón superdetective (1986)
Si hablamos de la traslación de los personajes de Conan Doyle a la pantalla en este clásico Disney, estos no pueden haberse dejado más intactos, pues su brevísima aparición es brillantemente visualizada mediante sombras en una pared, con la reutilización de voces del serial radiofónico con Basil Rathbone. No, Basil, el ratón superdetective, es un estudio de la vida de los roedores del 21b de Baker Street.
Llegada en un mal momento de la compañía Disney, Basil pasó tan desapercibida como la mediocre Tarón y el caldero mágico, a pesar de ser uno de los mejores clásicos Disney jamás hechos. Divertida como ella sola, la película presenta a los álter egos del celebre detective y su doctor, que, convenientemente adaptados para el niño y la abuela, hacen tanta justicia a los personajes originales como las películas de Basil Rathbone. Por supuesto, adiós al razonamiento deductivo y la cocaína. Y durante 80 entretenidisimos minutos, uno ni lo echa de menos.
La recreación de esta Inglaterra victoriana ratonil es magnífica, con unos diseños impresionantes a disposición de algunas escenas que, a día de hoy, no han perdido un ápice de su emoción. Momentos como el de la loca persecución en la tienda de juguetes (concluyendo con una maravillosa escalada final) o la pelea final en los engranajes del Big Ben dejan en evidencia al cine de aventuras actual y resultan más visualmente fascinantes que, por poner un ejemplo malintencionado, Tim Burton y su particular y (añado yo) repetitivo universo.
La función es salteada con el perverso Rattigan, uno de los mejores villanos Disney quien, con la voz de un descontrolado Vincent Price, nos brinda momentos tan hilarantes como el descacharrante número musical.
Y, por último, pero no por ello menos importante, uno no puede dejar de mencionar la contribución de Henry Mancini. Su partitura juguetona, divertida y, sobretodo, elegante, pone la guinda al pastel que es un producto que no por familiar o animado tiene menos valor que algunas de las películas ya mencionadas aquí.
Michael Caine/Ben Kingsley
Sin pistas (1988)
La última película a comentar es esta curiosa comedia disparatada con reparto de primera fila. A los ya mencionados Caine y Kingsley cabe añadirles el hoy perdido Jeffrey Jones y Paul Freeman (el legendario Belloq de En busca del arca perdida).
El argumento nos sitúa en una realidad en la que Sherlock Holmes es un apreciado y amado detective privado capaz de resolver los casos más complejos. Hasta ahí, todo bien. El universo de Conan Doyle se vuelve boca abajo cuando descubrimos que en realidad Holmes es un actor contratado por el prodigioso John Watson, que le utiliza como fachada para evitar problemas.
Si algo caracteriza esta película de Thorn Eberhardt es una absoluta falta de personalidad y un socarrón sentido del humor en todos los implicados. El resultado es una parodia del universo creado por Conan Doyle, pero desde una perspectiva más realista y razonable, no necesariamente mejor, que la que adoptó Gene Wilder en El hermano más listo de Sherlock Holmes. Esta comedia tontorrona hecha sin más pretensión que la de hacer pasar un buen rato tiene su principal aval en su dúo protagonista.
Michael Caine, probablemente uno de los mejores actores del panorama actual realiza aquí su única interpretación del célebre detective, como un borracho canalla y con unos cuantos pelos de tonto. ¿Y qué podemos esperar de un actorazo que hasta cuando pone cara de aburrido y cobra el cheque tiene un carisma arrollador?
Exactamente lo mismo podemos decir de Ben Kingsley, tipo irregular donde los haya, pero que es capaz de darnos una buena interpretación cuando quiere. Su Watson crispado por Holmes no pasará a la historia del celuloide (ni debiera), pero termina siendo, nuevamente, un personaje de lo más encantador.
Son Caine y Kingsley los que, con su interpretación, hacen que Sin pistas merezca un poco la pena, pues si ésta destaca por algo es por su factura absolutamente plana, capaz de combinar estos dos actores y la partitura del siempre maravilloso Henry Mancini, con un equipo que no está a la altura ni de una telenovela mejicana.
21 años después de esta película, llegará a las pantallas una nueva versión, de manos del temible Guy Ritchie, con un felizmente recuperado Robert Downey Jr. como Holmes y un siempre eficiente Jude Law como Watson. Y aunque prejuzgar es de mentes cerradas y fanáticos a ultranza, lo cierto es que esta nueva película parece enmarcarse más en esta última etapa, con obras que utilizan el universo holmesiano como simple excusa para salirse por la tangente. El tema que queda por ver es si, como muestra el trailer, toda la innovación se compondrá de ralentizaciones y patadas en la entrepierna, o será al menos un divertimento para pasar el rato. El 15 de Enero lo sabremos.
Debo de ser la unica persona que nunca se ha sentido atraida por Sherlock Holmes en el mundo.
ResponderEliminarSin embargo, me he tragado todo House.
El Secrero de la Piramide me parece una cinta familiar delciosa, aunque no soy muy ducho en el mundo de Holmes, he leído pocos de los relatos de Conan Doyle y encima en inglés, que me lo mandaron en el instituto.
ResponderEliminarMi paisano Skouris si es un fanático de Conan Doyle, se ha leído todo lo habido y por haber sobre Sherlock Holmes.
Sherlock Holmes, tomado como lo que es, relatos detectivescos para pasar el rato, es la mar de disfrutable; y hay algunas historias verdaderamente memorables.
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