miércoles, 30 de septiembre de 2009

Ipcress

(The Ipcress File, 1965)





Tras el éxito de las primeras películas de James Bond, su productor, Harry Saltzman, decidió adaptar las aventuras literarias de otro agente inglés. Pero, en la loable intención de no repetirse, buscó un tono completamente distinto.
Basada en la novela de Len Deighton, Ipcress cuenta la investigación que lleva a cabo el agente inglés Harry Palmer sobre las sospechosas desapariciones de diferentes científicos durante los últimos meses.


Las películas Bond, con sus más (Goldfinger) y sus menos (Quantum of solace), han gozado de una gran fama a lo largo del planeta y han ido extendiéndose hasta prácticamente borrar su origen británico.
La saga que inició Ipcress, limitada a tres películas oficiales y dos telefilmes de baratillo, convirtió a Harry Palmer (nombre creado para la película por Saltzman y Michael Caine) en el auténtico paradigma del espía al servicio de su majestad: un snob canalla y mujeriego, aficionado a la cocina.


Y qué mejor forma de empezar a crear un gran personaje que contando con una grandísima leyenda como es Michael Caine, uno de los mejores actores que el cine ha podido darnos, con un porte y un carisma hipnóticos, ya esté dando lo mejor de sí, como en esa obra maestra que es La huella, o simplemente se limite a cobrar el cheque, como en la hilarante Tiburón 4.
El actor, con su estilo, sabe cómo llevar sobre sus hombros el peso de la película y se ajusta perfectamente al personaje de Harry Palmer. O quizás habría que decir que ajusta el personaje a sí mismo.


La trama de Ipcress y su desarrollo se orienta mucho más hacia las películas de misterio que hacia la acción desenfrenada, y no teme en ningún momento remarcar lo antiheroico de su personaje protagonista y sostener la tensión y el interés sobre la revelación del misterio en sí mismo, sometiendo por el camino a toda clase de frustraciones y desengaños al propio Palmer.
Y lo hace todo con una dignidad y un estilo envidiable, al que sin duda ayuda el reparto de eficientísimos ingleses, con el siempre genial Nigel Green (una cara y una voz inolvidables).


Y, cosas de la vida, uno no puede dejar de sorprenderse al encontrar al nefasto Sidney J. Furie, que posteriormente dirigiría Superman IV, detrás de la cámara.
Harry Saltzman confiaba en este canadiense para sacar adelante Ipcress, pero le despidió nada más terminar el rodaje, cuando el director quemó delante de Saltzman una copia del guión (que, según dijo, no entendía en absoluto).


Y aunque ya hemos visto otras veces (Thief and the cobbler o Invasión) que el despido de un director a mitad de la producción no suele dar resultado, Ipcress sale sorprendentemente airosa del contratiempo; y no sólo por contar con un guión magnífico.
Quizás por su incapacidad para entender la historia, Furie decidió rodar la película de una forma muy visual, buscando hacer una historia más estimulante con planos rebuscados.
Su marcha dejó el montaje en manos de Saltzman y el montador Peter Hunt (con un pie en la saga Bond), quienes supieron dosificar los momentos descontrolados con otros moderados, dando a la película esa justa medida de extrañeza y misterio, que se ajusta perfectamente a su historia (en especial en su atípica parte final).


Así, uno no puede pasar por alto la inestimable labor de Saltzman en Ipcress. Y es que el productor no sólo llevó adelante un producto diferente a lo que había acostumbrado a la gente, sino que supo encargarse de él cuando hizo falta, y llevó consigo al magnífico John Barry (que crea un tema musical inolvidable que retrotrae a El tercer hombre) y al eficiente Otto Heller (cuya delirante fotografía con grano y contrastes es extrañamente atractiva).
El resultado final, aun a pesar de surgir a la sombra de 007 y contar con un rodaje ajetreado, es una elaborada película de espías, con un guión a prueba de balas y una factura visual interesantísima.


Harry Palmer vuelve para un Funeral en Berlín

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