lunes, 7 de diciembre de 2009

El héroe solitario

(The Spirit of St. Louis, 1957)





Billy Wilder pasó a la historia como uno de los mejores directores de la historia, con obras maestras como La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), El apartamento (The Apartment, 1960), Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959) o Perdición (Double Indemnity, 1944).
Con el ingenio, la agudeza y el talento del austriaco, contar la historia de cómo Charles Lindbergh realizó con éxito el primer vuelo entre Nueva York y Paris (es decir, hacer un biopic de los de toda la vida) parecía una decisión algo peculiar y hasta cierto punto fallida.


Así, partiendo de que El héroe solitario es una de las películas menos personales y más convencionales de Wilder, uno no puede negar sus cualidades. Es un film menor, sí. Pero en una filmografía llena de obras maestras, eso puede ser casi un cumplido.


Las 33 horas de vuelo transoceánico, así como toda su preparación, se encuentran en esas historias de superación personal que tanto gusta llevar a los Oscar.
Pero quizás por lo fascinante de la hazaña, quizás por la labor maestra de Wilder, la película, dentro de su convencionalismo, consigue erigirse como una obra nada despreciable, con humor, drama y aventura.


Las pequeñas vivencias de Lindberg (encarnado con su habitual corrección por James Stewart) componen una película de capítulos, pequeñas aventuras con unas dosis de ingenio que dejan traslucir la mano de su director en el guión: la llegada de Lindberg al taller, las lecciones de pilotaje del cura o la escena en la escuela de aviación, si bien lejos de ser escenas soberbias, están cargadas de un humor que no puede mas que despertar simpatía por todo el relato.


Pero como Wilder no sólo es un gran director de comedias, sino un gran director en general, El héroe solitario también sabe destacar en esos momentos más espectaculares y tensos (especialmente en todo el vuelo, magnificamente rodado), gracias al portentoso talento visual del director y a la destacable labor de sus colaboradores.
La bellísima música de Franz Waxman acompaña a los momentos más memorables (desde los títulos de crédito hasta las escenas de vuelo) y la atmosférica y lograda fotografía de J. Peverell Marley y Robert Burks saca un partido brutal de los exteriores y nos descubre unas escenas nocturnas y neblinosas (el despegue, el capitulo del correo) verdaderamente fascinantes.


Así, El héroe solitario es una película olvidada al palidecer en comparación con la filmografía de su autor, pero, aun siendo una obra menos personal, es una cinta endemoniadamente entretenida, verdaderamente simpática y con momentos de tensión que saben dejar un buen sabor de boca.

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