David Lean es uno de esos (pocos) directores cuya carrera sólo puede ser definida como extraordinaria. Que de sus 16 películas sólo haya una que pueda ser considerada mala (o monótona), La barrera del sonido (The Sound Barrier, 1952), y casi una decena que son verdaderamente brillante, es, cuanto poco, impresionante.
Empezando su carrera junto al autor teatral, guionista de cine, novelista, actor, director, músico (y sabe Dios cuantas cosas más) Noel Coward, con quien codirigió la espectacular Sangre, sudor y lágrimas (In Wich We Serve, 1942), Lean elevó el cine inglés con películas tan recordadas como Breve encuentro (Brief Encouner, 1945) u Oliver Twist (1948), antes de dar el salto a un cine más grande y espectacular con la película que nos ocupa.
Ésta, que narra la estancia de un batallón inglés en una prisión japonesa en la Segunda Guerra Mundial, da inicio a la etapa más espectacular, brillante y recordada de su director, en la que también se inscribe esa absoluta maravilla que es Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962).
Lo cierto es que el genio del inglés se respira en cada fotograma de El puente sobre el río Kwai, todo un ejemplo de dirección y ambientación, al servicio de un guión de esos de quitarse el sombrero.
Situado en la zona japonesa de la guerra, menos vista en el mundo del cine, la historia presenta una situación poco habitual con unos personajes cuya evolución impresiona. Y es que aunque por momentos pueda antojarse algo convencional (especialmente en todo lo que concierne al personaje del americano, correctísimo William Holden), no por ello malo, donde la historia resulta memorable es en el personaje del inglés, encarnado con su habitual genialidad por Alec Guinness (fetiche de Lean) y en su progresivo cambio; alrededor del cual giran actores tan capaces como Jack Hawkins o James Donald.
Esta historia, que se permite también tener tanto drama como humor y cierta emotividad, está visualizada por Lean como sólo él sabe hacer. Con un prodigioso sentido para la planificación y contando con la inestimable labor fotográfica de Jack Hildyard, el británico crea una película con una ambientación verdaderamente espectacular, valiéndose no sólo de unas localizaciones increíbles, sino de un acertadísimo uso del sonido, copado por efectos sonoros y que relega la banda sonora de Malcolm Arnold a momentos puntuales sin hacerle perder ni un ápice de su fuerza (sirva como ejemplo la estupenda escena con Guinness paseando por el puente).
Así, poco o nada es realmente criticable en El puente sobre el río Kwai, y mucho es elogiable. Una de las obras imprescindibles de su director, una de las mejores películas bélicas jamás hechas y, por qué no, una de las mejores obras de la historia del cine.
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