Las dos torres (The Lord of the Rings: The Two Towers, 2002)
El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003)
Hace ocho años, Hollywood inició una de esas modas cinematográficas que llevan a coger una formula que ha funcionado y repetirla hasta que pierda sentido y quede terriblemente deteriorada.
Cuando se estrenaron La comunidad del anillo y Harry Potter y la piedra filosofal (Harry Potter and the Sorcerer's Stone, 2001), la industria del cine decidió echar mano de cualquier novela, historia o elemento fantástico que pudiera, para sacar su propio Señor de los anillos personal, quedándose más bien con olvidables y olvidados productos como Eragon (2006).
Así, a día de hoy, la trilogía de los anillos y la saga del joven mago (aun en desarrollo) son las que mejor han resistido el paso del tiempo.
En su día, la reacción del espectador medio al oír que el director de Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992) iba a ser el encargado principal de llevar la trilogía de novelas de J.R.R. Tolkien a la pantalla grande, fue, cuanto menos, de desconcierto. No era para menos, pues tal labor estaba en manos de alguien que nunca se había enfrentado a una superproducción.
Pero lo que Peter Jackson sí tenía era energía, una enorme ilusión por lo que hacía y un respeto profundo por las novelas originales, y estaba dispuesto a trasladarlas a la gran pantalla como una gran película dividida en tres.
Alejado del mundo de Hollywood y rodando en su querida Nueva Zelanda, el director aglutinó a toda una serie de técnicos y artistas, que iban desde los dibujantes especializados en fantasía Alan Lee y John Howe, hasta el experto en manejo de espada Bob Anderson, pasando por un compositor musical especializado en películas oscuras, un equipo de efectos visuales que daba sus primeros pasos y unos actores llegados de todas partes del globo (todos ellos, correctos pero sin destacar).
Juntos, consiguieron hacer de la trilogía, no sólo un proyecto de gran envergadura, sino una obra con un estilo claramente diferente a otras vistas.
El señor de los anillos es, desde el punto de vista técnico y de producción, una labor impresionante. Que una trilogía tan épica se realizara con menos de 300 millones es del todo elogiable, más aun si tenemos en cuenta la perfección de algunos de sus elementos.
Con la colaboración de Howe y Lee, especializados en el mundo de Tolkien, así como de otros asesores y de labores de indagación, Jackson y su equipo dotan al vestuario, los decorados, las localizaciones y el maquillaje de la trilogía de una gran belleza y realismo, un trabajo absolutamente impecable.
Ayudando a estos elementos está la presencia casi constante de los efectos visuales, que a lo largo de toda la saga oscilan desde lo sublime hasta lo fallido. Y aunque en general funcionan y a día de hoy son necesarios para llegar a la épica que propone el relato (intentar recrear las batallas sin efectos es tan caro como imposible), lo cierto es que su presencia constante hace perder impacto a ciertos momentos que carecen de un tono más físico y tangible.
Para completar la labor audiovisual, y como elemento indispensable para llegar a la ambientación de la Tierra Media, encontramos la irregular fotografía de Andrew Lesnie, que carece del talento de otros grandes genios del oficio, pero logra salir más o menos airoso de la tarea con sus aciertos (las minas de Moria); y, por otro lado, la partitura musical de Howard Shore, que sin alcanzar la calidad de los buenos trabajos de John Williams (por ejemplo), destila el estilo característico del compositor, consiguiendo dar a la película esa sonoridad tan peculiar y por momentos memorable.
La labor de Peter Jackson en todo este magnoproyecto no deja de ser encomiable.
En su faceta de productor, el neozelandés logra sacar el máximo partido a todos sus colaboradores.
En su faceta de guionista, junto con Fran Walsh y Philippa Boyens, realiza una adaptación bastante efectiva, que sabe cuando ser original y cuando seguir el libro de Tolkien, si bien a veces peca de demasiado literal.
En su faceta de director, no brilla especialmente, pero no está exento de cierto interés.
Por un lado, El señor de los anillos saca un gran partido de las localizaciones y exteriores, sabe narrar las escenas de acción más que correctamente (las batallas finales de la segunda y tercera película), incluye algunos detalles ya míticos (los planos generales giratorios) e incorpora, por qué no apreciarlo, elementos de la etapa más bizarra del director que no dejan de otorgar a las cintas cierta peculiaridad y originalidad (como en el breve y delirante papel de Boca de Sauron en la versión extendida).
Por otro lado, la película, con su proliferación de primeros planos, su cuestionable decisión de reducir digitalmente a ciertos miembros del reparto (que en talento son superados por prácticamente todo el reparto de Willow, que sí tenía la altura correcta) y cierta falta de garra y talento para hacer de El señor de los anillos una obra redonda (no nos engañemos, el relato no llega ni a la suela de los zapatos del David Lean más épico), lastran las tres cintas.
Aun así, Jackson sabe reflejar, no cabe duda, el espíritu de aventura del relato (especialmente en la tercera parte), su emotividad, su humor, su dramatismo... Y, al final, El señor de los anillos es una trilogía que, para bien o para mal, pasará a la historia del cine, y que si bien no aprovecha todo su potencial, si resulta un logrado, entretenido y emotivo viaje por toda la Tierra Media.
El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003)
Hace ocho años, Hollywood inició una de esas modas cinematográficas que llevan a coger una formula que ha funcionado y repetirla hasta que pierda sentido y quede terriblemente deteriorada.
Cuando se estrenaron La comunidad del anillo y Harry Potter y la piedra filosofal (Harry Potter and the Sorcerer's Stone, 2001), la industria del cine decidió echar mano de cualquier novela, historia o elemento fantástico que pudiera, para sacar su propio Señor de los anillos personal, quedándose más bien con olvidables y olvidados productos como Eragon (2006).
Así, a día de hoy, la trilogía de los anillos y la saga del joven mago (aun en desarrollo) son las que mejor han resistido el paso del tiempo.
En su día, la reacción del espectador medio al oír que el director de Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992) iba a ser el encargado principal de llevar la trilogía de novelas de J.R.R. Tolkien a la pantalla grande, fue, cuanto menos, de desconcierto. No era para menos, pues tal labor estaba en manos de alguien que nunca se había enfrentado a una superproducción.
Pero lo que Peter Jackson sí tenía era energía, una enorme ilusión por lo que hacía y un respeto profundo por las novelas originales, y estaba dispuesto a trasladarlas a la gran pantalla como una gran película dividida en tres.
Alejado del mundo de Hollywood y rodando en su querida Nueva Zelanda, el director aglutinó a toda una serie de técnicos y artistas, que iban desde los dibujantes especializados en fantasía Alan Lee y John Howe, hasta el experto en manejo de espada Bob Anderson, pasando por un compositor musical especializado en películas oscuras, un equipo de efectos visuales que daba sus primeros pasos y unos actores llegados de todas partes del globo (todos ellos, correctos pero sin destacar).
Juntos, consiguieron hacer de la trilogía, no sólo un proyecto de gran envergadura, sino una obra con un estilo claramente diferente a otras vistas.
El señor de los anillos es, desde el punto de vista técnico y de producción, una labor impresionante. Que una trilogía tan épica se realizara con menos de 300 millones es del todo elogiable, más aun si tenemos en cuenta la perfección de algunos de sus elementos.
Con la colaboración de Howe y Lee, especializados en el mundo de Tolkien, así como de otros asesores y de labores de indagación, Jackson y su equipo dotan al vestuario, los decorados, las localizaciones y el maquillaje de la trilogía de una gran belleza y realismo, un trabajo absolutamente impecable.
Ayudando a estos elementos está la presencia casi constante de los efectos visuales, que a lo largo de toda la saga oscilan desde lo sublime hasta lo fallido. Y aunque en general funcionan y a día de hoy son necesarios para llegar a la épica que propone el relato (intentar recrear las batallas sin efectos es tan caro como imposible), lo cierto es que su presencia constante hace perder impacto a ciertos momentos que carecen de un tono más físico y tangible.
Para completar la labor audiovisual, y como elemento indispensable para llegar a la ambientación de la Tierra Media, encontramos la irregular fotografía de Andrew Lesnie, que carece del talento de otros grandes genios del oficio, pero logra salir más o menos airoso de la tarea con sus aciertos (las minas de Moria); y, por otro lado, la partitura musical de Howard Shore, que sin alcanzar la calidad de los buenos trabajos de John Williams (por ejemplo), destila el estilo característico del compositor, consiguiendo dar a la película esa sonoridad tan peculiar y por momentos memorable.
La labor de Peter Jackson en todo este magnoproyecto no deja de ser encomiable.
En su faceta de productor, el neozelandés logra sacar el máximo partido a todos sus colaboradores.
En su faceta de guionista, junto con Fran Walsh y Philippa Boyens, realiza una adaptación bastante efectiva, que sabe cuando ser original y cuando seguir el libro de Tolkien, si bien a veces peca de demasiado literal.
En su faceta de director, no brilla especialmente, pero no está exento de cierto interés.
Por un lado, El señor de los anillos saca un gran partido de las localizaciones y exteriores, sabe narrar las escenas de acción más que correctamente (las batallas finales de la segunda y tercera película), incluye algunos detalles ya míticos (los planos generales giratorios) e incorpora, por qué no apreciarlo, elementos de la etapa más bizarra del director que no dejan de otorgar a las cintas cierta peculiaridad y originalidad (como en el breve y delirante papel de Boca de Sauron en la versión extendida).
Por otro lado, la película, con su proliferación de primeros planos, su cuestionable decisión de reducir digitalmente a ciertos miembros del reparto (que en talento son superados por prácticamente todo el reparto de Willow, que sí tenía la altura correcta) y cierta falta de garra y talento para hacer de El señor de los anillos una obra redonda (no nos engañemos, el relato no llega ni a la suela de los zapatos del David Lean más épico), lastran las tres cintas.
Aun así, Jackson sabe reflejar, no cabe duda, el espíritu de aventura del relato (especialmente en la tercera parte), su emotividad, su humor, su dramatismo... Y, al final, El señor de los anillos es una trilogía que, para bien o para mal, pasará a la historia del cine, y que si bien no aprovecha todo su potencial, si resulta un logrado, entretenido y emotivo viaje por toda la Tierra Media.
Creo que posiblemente sea la adaptación definitiva de la saga, de acuerdo en casi todo lo que dices, es muy correcta sin llegar a brillante. Para alguien que no haya leído el libro o no esté introducido en el universo Tolkien, puede hacerse larga y aburrida (y para los que sí estén enterados, también) pero es normal porque el libro tampoco dá para demasiado más.
ResponderEliminarNo me gusta nada el personaje de Frodo (interpretado por Elijah Wood), parte por la floja interpretación del actor, parte por ser uno de los más flojos del libro a pesar poder considerarse el protagonista.
A mi el libro nunca me ha llamado especialmente la atención, lo veo demasiado pretencioso y extenso (lo que no significa que me parezca malo, ojo); no así El hobbit, que me encanta y cuya adaptación espero ansiosamente.
ResponderEliminarY es que, creo que soy el único, Guillermo del Toro me parece mejor director que Peter Jackson de aquí a Lima.
Secundo lo de del Toro, adaptando mundos de fantasía me parece un director muy bueno, el hobbit es mucho más entretenido que el Señor, este es demasiado complejo como para que quede una narración fluida. Pretencioso lo es mucho, Tolkien creó un mundo muy denso a partir de mezclar distintas mitologías.
ResponderEliminarLlego a su blog a través del blog de Randy, un ser ¿humano? que perdió dos pares de gafas en seis meses (la pérdida, tengo entendido, fue por impacto, no por despiste). A partir de ahora, puede contarme entre sus seguidor@s...
ResponderEliminarPero si yo no tengo seguidores y menos aun aceptaría a Genobudis, ser supremo, como tal.
ResponderEliminarCómo decirlo... Nietzsche habló de la muerte de dios (no dijo nada sobre las proyecciones futuras de una figura tan obsoleta), pero el profesor Bacterio dio una vuelta de tuerca a esta aseveración y declaró: "dios ha muerto, pero su cadáver estorba; en todo caso, Genobudis escapará al deicidio gracias a los mojitones". Con esto quiero dejar claro que no me explico por qué no tiene / quiere seguidores, y que no entiendo por qué no reivindica el 50% de la marca comercial que yo, usurpador@ (usurpadoro / usurpadora), empleo con desfachatez y descaro... ¡¡Todos somos Genobudis!!
ResponderEliminarSi usted/usteda pierde de vista el mito de la caverna planteado por el mismisimo Platón (cuyo nombre en inglés, qué duda cabe, es origen etimológico de aquel otorgado al plato; una decisión no del todo inadecuada, añadiré, puesto que, del mismo modo que el filósofo alimentó nuestro espíritu, el plato alimenta nuestro estómago) es normal que queden en su atribulada mente preguntas sin respuesta.
ResponderEliminarPero recuerde que, como decía Sun Tzu, "si pretende huir, no lo persigas".
Y si piensa que lo que he hecho ha sido poner una cita buscada aleatoriamente por internet, está en lo cierto.