JFK, como es obvio, habla del asesinato del presidente Kennedy desde el punto de vista de la investigación que lleva a cabo el fiscal de Nueva Orlean, James Garrison.
El asesinato de JFK es aun a día de hoy uno de los enigmas más intrigantes de la historia de la humanidad, rivalizando con la formula de la Coca Cola, y toda clase de teorías han surgido para explicar las múltiples conspiraciones que tuvieron lugar.
Desde el complejo plan de los malvados comunistas, hasta la presencia de su propio gobierno.
Lo que sí es cierto es que, parafraseando a Walter Matthau, probablemente ya no exista nadie que crea que Kennedy fue asesinado sólo por Lee Harvey Oswald. Más aun si hablamos de una época en la que cualquier persona que intentara cambiar las cosas era abatido a tiros (Robert Kennedy, Martin Luther King...), lo que nos lleva a concluir la existencia de un pobre sistema de seguridad o de unos conspiradores con muy poca imaginación.
Investigaciones de dudosa veracidad, testimonios encontrados, imposibilidades físicas... ¿Sabremos algún día quién estaba detrás del asesinato? Puede ser, pero les avanzo desde ya que esta película no parece acercarnos ni remotamente a la verdad.
Si hace unos días comentabamos la escrupulosa recreación de los hechos de Zodiac, hoy hablamos de todo lo contrario. Oliver Stone toma ciertos elementos de realidad y sobre ellos construye todas sus teorías y planteamientos. Y esto, tal cual, no es demasiado criticable.
El problema es que JFK da rumores nunca probados como hechos reales (las orgías de los malvados de turno), inventa personajes sobre los que justifica cualquier impedimento que surja en la investigación, grita “Conspiración” y “Encubrimiento gubernamental” sobre cualquier cosa que se interponga en su camino, justifica muertes naturales abriendo la posibilidad de envenenamiento (una escena eliminada implicaba que uno de los testigos fue inyectado... ¡con cáncer!) y, por último, nos lleva a un juicio final en que lo único que consigue probar es que el presidente fue, en efecto, asesinado, y que no murió por un catarro o algo así.
Pero Stone no acaba aquí, pues nos da una visión maniquea como pocas de los acontecimientos. En “Más allá de la cúpula del fracaso” Homer Simpson proponía a Mel Gibson incluir un perro con mirada aviesa para desviar las sospechas de los espectadores hacia el diabólico can. JFK tiene, más o menos, el mismo nivel de sutileza. Diálogos obvios y evidentes, miradas malvadas y un Joe Pesci tan hipertenso que en cualquier momento puede literalmente explotar.
Y, sin embargo, tengo sentimientos encontrados con respecto a esta película.
Stone imprime a la cinta un ritmo y una visceralidad (en el buen sentido de la palabra) que, aun consciente de sus agujeros y sus momentos de telefilme, me enganchan cada vez que la veo.
Olvidando todo lo que Stone pisotea y de su vil manipulación de los hechos, las cosas como son, JFK es una película extremadamente entretenida y bien hecha.
La fotografía de Robert Richardson, enormemente variada (los flashbacks con sus claroscuros), junto al estupendo montaje y la emocionante banda sonora de John Williams (uno de sus mejores trabajos), da una combinación que sólo se puede describir como memorable y que conforma un todo que otorga una aureola sobre la película y se disfruta sin necesidad de entender o fijarse en cada campo.
Así, con un reparto de estrellas (encabezadas por un sosisimo Kevin Costner) que se ven obligadas a recitar los diálogos más obvios que Stone podía pensar, JFK es enteramente salvada por la labor del director y sus colaboradores. Y si son capaces ustedes de dejar de lado cualquier afición por la veracidad, se convierte en una película enormemente disfrutable y con un ritmo que no decae en (casi) ningún momento de sus más de tres horas de duración.
El asesinato de JFK es aun a día de hoy uno de los enigmas más intrigantes de la historia de la humanidad, rivalizando con la formula de la Coca Cola, y toda clase de teorías han surgido para explicar las múltiples conspiraciones que tuvieron lugar.
Desde el complejo plan de los malvados comunistas, hasta la presencia de su propio gobierno.
Lo que sí es cierto es que, parafraseando a Walter Matthau, probablemente ya no exista nadie que crea que Kennedy fue asesinado sólo por Lee Harvey Oswald. Más aun si hablamos de una época en la que cualquier persona que intentara cambiar las cosas era abatido a tiros (Robert Kennedy, Martin Luther King...), lo que nos lleva a concluir la existencia de un pobre sistema de seguridad o de unos conspiradores con muy poca imaginación.
Investigaciones de dudosa veracidad, testimonios encontrados, imposibilidades físicas... ¿Sabremos algún día quién estaba detrás del asesinato? Puede ser, pero les avanzo desde ya que esta película no parece acercarnos ni remotamente a la verdad.
Si hace unos días comentabamos la escrupulosa recreación de los hechos de Zodiac, hoy hablamos de todo lo contrario. Oliver Stone toma ciertos elementos de realidad y sobre ellos construye todas sus teorías y planteamientos. Y esto, tal cual, no es demasiado criticable.
El problema es que JFK da rumores nunca probados como hechos reales (las orgías de los malvados de turno), inventa personajes sobre los que justifica cualquier impedimento que surja en la investigación, grita “Conspiración” y “Encubrimiento gubernamental” sobre cualquier cosa que se interponga en su camino, justifica muertes naturales abriendo la posibilidad de envenenamiento (una escena eliminada implicaba que uno de los testigos fue inyectado... ¡con cáncer!) y, por último, nos lleva a un juicio final en que lo único que consigue probar es que el presidente fue, en efecto, asesinado, y que no murió por un catarro o algo así.
Pero Stone no acaba aquí, pues nos da una visión maniquea como pocas de los acontecimientos. En “Más allá de la cúpula del fracaso” Homer Simpson proponía a Mel Gibson incluir un perro con mirada aviesa para desviar las sospechas de los espectadores hacia el diabólico can. JFK tiene, más o menos, el mismo nivel de sutileza. Diálogos obvios y evidentes, miradas malvadas y un Joe Pesci tan hipertenso que en cualquier momento puede literalmente explotar.
Y, sin embargo, tengo sentimientos encontrados con respecto a esta película.
Stone imprime a la cinta un ritmo y una visceralidad (en el buen sentido de la palabra) que, aun consciente de sus agujeros y sus momentos de telefilme, me enganchan cada vez que la veo.
Olvidando todo lo que Stone pisotea y de su vil manipulación de los hechos, las cosas como son, JFK es una película extremadamente entretenida y bien hecha.
La fotografía de Robert Richardson, enormemente variada (los flashbacks con sus claroscuros), junto al estupendo montaje y la emocionante banda sonora de John Williams (uno de sus mejores trabajos), da una combinación que sólo se puede describir como memorable y que conforma un todo que otorga una aureola sobre la película y se disfruta sin necesidad de entender o fijarse en cada campo.
Así, con un reparto de estrellas (encabezadas por un sosisimo Kevin Costner) que se ven obligadas a recitar los diálogos más obvios que Stone podía pensar, JFK es enteramente salvada por la labor del director y sus colaboradores. Y si son capaces ustedes de dejar de lado cualquier afición por la veracidad, se convierte en una película enormemente disfrutable y con un ritmo que no decae en (casi) ningún momento de sus más de tres horas de duración.
A mí me parece un prodigio de dirección y montaje, una de las mejores cintas de Stone y con uno de los repartos más grandes jamás vistos, se me pone la carne de gallina al ver a Mattahu y Lemmon al inicio y Gary Oldman tiene el cielo ganado así como Tommy Lee Jones.
ResponderEliminarLa veracidad, pse, la película chana mil lo demás no me importa mucho.