Aunque Michael Caine firmó para cinco películas de Harry Palmer, todas las cuales iban a estar basadas en novelas de Len Deighton, su reticencia a hacer una cuarta convenció a Harry Saltzman para dejarle ir, haciendo de El cerebro de un millón de dolares la última película del espía británico.
En los años 90, se realizarían dos coproducciones entre Canadá, Inglaterra y Rusia, rescatando al personaje, con mucho menor acierto.
Harry Palmer se ha retirado del servicio de inteligencia inglés, cuando recibe la visita de un viejo amigo, que le habla de un coronel texano que pretende librar a los países nórdicos de Europa del comunismo invasor.
Para esta última aventura, el testigo de la dirección pasa del Furie de Ipcress y el Hamilton de Funeral en Berlín a Ken Rusell, quien dota a la película de un tono completamente nuevo y mucho más excesivo.
Y es que ya desde sus títulos de crédito uno sabe, por la maravillosa partitura musical de Richard Rodney Bennet (un tema legendario), que la película va a ir más allá que las anteriores, aunque en el fondo siga conservando toda su esencia.
El sentido del humor sigue presente en el personaje de Harry Palmer así como su carácter y su habilidad para meterse en toda clase de situaciones complejas de las que prácticamente saldrá escaldado (especialmente, en su dramático final), pero ahora todo está amplificado con la llegada de los amigos americanos.
De la mano de un siempre genial Karl Malden (atención a la escena con el rifle en la iglesia) y un descontrolado (y, por tanto, prodigioso) Ed Begley, la película nos lleva a la paranoia anticomunista y nos presenta una versión atípica del tradicional malo Bond, aquí más loco que una cabra, menos brillante que un guisante y rodeado de toda clase de bizarros elementos (el ordenador superdotado). Y todo nos conduce a una media hora final que sólo puede ser descrita como un delirante y bizarro espectáculo que pone un punto final absoluto a la vida cinematográfica del agente británico.
Así, El cerebro de un millón de dolares camina perfectamente, como Ipcress y Funeral en Berlín, entre el misterio, la comedia (negra) y el drama; y nos deja verdaderos momentos para el recuerdo. Un más que digno final a la saga de Harry Palmer.
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