lunes, 21 de septiembre de 2009

Malditos Bastardos





"En mi película, cada actor encarna a un personaje de su propia nacionalidad y habla su idioma. Lo del lenguaje es muy importante, porque la acción transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y, en ese contexto, se daban situaciones en las que delatar tu acento te podía colocar en peligro de muerte"
(Quentin Tarantino en una entrevista concedida a la revista Fotogramas)

Que quede claro que mi posición con respecto al doblaje o la versión original subtitulada es el derecho de cada cual a ver la película como quiera.
El problema es que aquel que elija la segunda opción, o bien tiene que coger un avión a Madrid o Barcelona (como es mi caso), o bien tiene que esperar seis meses a que salga la película en DVD.
Y, a todas luces, no es un trato justo.

Pero el tema de Malditos bastardos es diferente (y no único, también sucedió con El libro negro , Femme Fatale, Bosque de sombras...).

Entiendo que la finalidad del doblaje es adaptar una cinta extranjera al idioma patrio, para que los espectadores sientan mejor la experiencia cinematográfica, sin necesidad de leer y quemar subtítulos en una imagen.

Pero si un director, por el motivo que sea, realiza una película que incluye fragmentos en otro idioma subtitulado, cuando se decide doblar estos fragmentos y eliminar los subtítulos se está contraviniendo el expreso deseo del autor de la película.
Y no se trata de si a uno le gusta o no leer textos en una pantalla; se trata de que cuando es una decisión del propio director, esos subtítulos forman parte de la película tanto como la fotografía y alterarlos (doblándolos al castellano) supone pervertir la obra original.

Malditos bastardos combina toda clase de idiomas y el equipo de doblaje ha decidido doblar al español todo el inglés (algo a lo que ya estamos habituados), la inmensa mayoría del francés y gran parte del alemán; de tal forma que la idea de Quentin Tarantino de darnos una película con variedad de idiomas se ve pervertida.

Y uno no puede dejar de pensar la enorme hipocresía que supone admirar al director de Pulp Fiction, traerle al festival de cine de Donostia y oírle hablar de los diferentes lenguajes de su película, cuando una gran mayoría no podrá ver la película en cine con esta variedad idiomática.



Crítica de Inglourious Basterds




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