martes, 16 de junio de 2009

Elemental, querido Watson. Parte II (de III)

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Elemental, querido Watson. Parte I

En los 70, Holmes entra, de la mano de Billy Wilder, en una década que nos dejará películas que, lejos de quedarse en simples whodunits, contextualizarán e intentarán dar una mayor profundidad al personaje de Holmes, ejerciendo muchas veces más de complemento a las obras de Conan Doyle que de sustitución o adaptación formal.

Robert Stephens/Colin Blakely
La vida privada de Sherlock Holmes (1970)
La personalísima visión del siempre genial Billy Wilder fue una ambiciosa adaptación llena de problemas, tomando unos personajes que el director arrastró convincentemente a su mundo particular y convirtiendo la película en una visión wilderiana del universo holmesiano y en la mejor película (no necesariamente adaptación) jamás hecha sobre el detective de Baker Street.
El lunes que viene, un artículo de estos plomizos para hablar de ella.



Nicol Williamson/Robert Duvall
Elemental, doctor Freud (1976)
La película, dirigida por Herbert Ross y escrita por Nicolas Meyer (autor de la segunda entrega de Star Trek, la mejor de la saga), al igual que la obra de Wilder seis años antes, no busca una adaptación propiamente dicha de ninguna historia de Sherlock Holmes, sino que pretende tomar su esencia y su naturaleza para presentar lo que pretendía ser un curioso aporte personal de Meyer (autor de la novela en que se basa) a este universo.
Su título original, The seven per cent solution hace referencia a la cocaína tomada por Holmes que Conan Doyle mencionó repetidas veces y a la que Wilder fue uno de los primeros en dar una marcada importancia.
La historia de esta película, no por casualidad, toma el comienzo del esplendido La solución final con Watson haciendo una visita a su viejo amigo, para descubrirle en un estado de absoluta crispación: Holmes acaba de descubrir a un nuevo criminal. Pero no uno cualquiera, sino la mente delictiva más brillante de todo el país, el pérfido profesor Moriarty.
El giro de tuerca y el mayor atractivo de la propuesta de Meyer llega con su visión personal del susodicho amo del crimen. El siempre magnífico Laurence Olivier encarna aquí, en un breve papel, a un inocente profesor James Moriarty, que se ha visto de pronto acosado por un psicótico Sherlock Holmes. Con la ayuda del sagaz Mycroft, Watson traza un plan para distraer la atención de Holmes y llevarlo a Viena, dónde un tal Sigmund Freud, mente maestra del psicoanálisis, podría ayudarle.
El concepto de una aventura compartida entre Freud y Holmes es una idea bizarra y con un enorme potencial, que bien podría haber salido de la mente de Wilder y Diamond. Pero su mano maestra no está detrás de “Elemental, doctor Freud”, y eso se nota.
El prometedor comienzo termina llevándonos a una historia de misterio al uso, mil veces vista, en la que Meyer hace una simplificación por momentos insultante del psicoanálisis, rebajando su extensión a un par de momentos. Pero su principal fallo no es este resumen de Freud para tontos (que, a fin de cuentas, también se encontraba en la sobrevalorada Recuerda), sino la incapacidad de Meyer por mantener la originalidad de su propuesta. El guionista no tiene el talento ni el ingenio suficiente como para ser coherente con su idea de partida y termina conduciendo la acción hacia caminos ya muy vistos, que se enmarcan en el relato de misterio más tradicional e irrelevante. La sensación final es la de estar frente a la obra de un gran conocedor del universo holmesiano con las agallas de cuestionar parte de sus elementos fundamentales, pero también frente a un guionista irregular, en manos de un director que apenas sabe qué hacer con una cámara.
A esto no ayuda nada la actuación de sus dos estrellas. Mientras Alan Arkin y Vanessa Redgrave cumplen con su trabajo (de forma ajustada), Nicol Williamson retrata a un Holmes psicótico que parece sacado de la etapa más histriónica de Jim Carrey. La visión del psicoanalizado y drogadicto Holmes que nos dan Ross y Williamson encaja mejor en una parodia de Gene Wilder, antes que en una obra seria.
A su lado encontramos al americano Robert Duvall, actor irregular que aquí nos brinda el acento inglés más forzado visto en un cine en mucho tiempo. El doctor Watson de Meyer se aleja, gracias a Dios, del estereotipo cómico tan difundido, para presentar a un personaje maduro y responsable. Si bien no es especialmente brillante, su protagonismo y su iniciativa lo convierten en una adaptación más fiel, echada por tierra por culpa de un error de casting.
Así, de este curioso producto final se salva la idea en sí misma y la divertida partitura musical de John Addison.



Christopher Plummer/James Mason
Asesinato por decreto (1979)
Antes de encargarse de la legendaria (o, al menos, conocida) saga de pretensiones cómicas Porkys Bob Clark dirigió este curioso amalgama que adaptaba tanto los personajes de Arthur Conan Doyle como la teoría propuesta por The ripper file, libro de Jones y Lloyd sobre los asesinatos de Jack el destripador, dónde los autores hipotetizaban sobre un vínculo con la realeza (este libro fue desacreditada poco después). Nuevamente, encontramos una adaptación que se plantea salir de los límites naturales de Sherlock Holmes, para situarle con los más sonados individuos de su época y nuevamente encontramos una película que termina hundiéndose en su irregularidad.
Las propuestas interesantes y los momentos destacables terminan siendo lastrados por ciertas escenas tediosas que Clark no sabe hacer interesantes (todo su final) y que en ocasiones visualiza de forma ridícula (los asesinatos).
El Holmes de Christopher Plummer es una recreación que termina cayendo en los tópicos de un esquemático personaje protagonista y guardando poco o nada de la naturaleza de su inspiración original. Y aunque Plummer sea un actor consagrado con papeles destacados (Sonrisas y lágrimas, La batalla de Inglaterra), su adecuación al papel, más que su actuación, no es especialmente buena. La combinación de ambos elementos dan un Holmes olvidable.
El Dr. Watson de James Mason, por otro lado, va más allá de lo que fue Conan Doyle y nos da un personaje cargado de melancolía y dignidad que bien podría haber sido el doctor de El saludo final (el relato de espías en el que Holmes y Watson vivían su última aventura).
Al final, el verdadero aliciente de Asesinato por decreto, más que su supuesto dramatismo, su misterio o su teoría sobre el asesino de Whitechapel, termina siendo el personaje del Doctor Watson, del que lo único que cabe lamentar es su corto tiempo en pantalla.



Parte III: En los 80, Sherlock Holmes se convirtió en un entretenimiento infantil y familiar con poco rastro del original. Chris Columbus nos cuenta una surrealista infancia holmesiana con más parecido a la posterior Harry Potter. Walt Disney no recibe suficiente reconocimiento por uno de sus mejores clásicos. El genial Michael Caine interpreta por única vez al sagaz detective, que quizás no sea tan sagaz.

1 comentario:

  1. No he visto la versión de Wilder, convénzame de hacerlo con su próximo tochazo interminable, es una orden.

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