miércoles, 16 de septiembre de 2009

La invasión de los ultracuerpos

(Invasion of the Body Snatchers, 1978)





Se ha formado últimamente una extraña manía respecto a los remakes. Y no sin razón, pues estamos acostumbrados a ver nuevas versiones de obras que toman la idea original, bien como una mera excusa para darnos lo mismo de siempre, bien para hacer una calcomanía sin personalidad.
No obstante, cuando hablamos de una historia con potencial, una revisitación puede ser una idea enormemente estimulante en manos de alguien que sepa como llevarla a buen puerto.
Y Phillip Kaufman es ese alguien.
Perdido años después con la irregular Sol naciente o la directamente atroz Giro inesperado, el director alcanza el punto culminante de su carrera con La invasión de los ultracuerpos, la segunda versión de la novela de Jack Finney, tras La invasión de los ladrones de cuerpos.


Y es que Kaufman es un hombre que sabe (o, al menos, sabía) lo que se hace, y se enfrenta a la tarea de rehacer un clásico de la ciencia ficción con la idea de que dos directores encargándose del mismo guión pueden dar lugar a películas completamente diferentes e igualmente válidas.
Digo eso porque, argumentalmente hablando, la innovación que presenta esta nueva versión es más bien escasa.
Pero es en sus detalles y novedades donde sobresale como producto con entidad y quizás, y sólo quizás, mejor que el original (cuyo director y protagonista tienen aquí pequeños cameos, el segundo en una curiosa prolongación del final de la película anterior).
La ambientación pasa de un pequeño pueblo a una gran ciudad, San Francisco, y si ya no estamos en la caza de brujas de McCarthy ni nos vemos acosados por el comunismo, uno podría pensar que la historia nos habla ahora de la deshumanización de las grandes urbes y de los cambios que acarrean los tiempos, dándonos tanto momentos misteriosos, la mayoría de ellos, como intimistas, que en este caso serían los que componen la relación entre los dos protagonistas, más sutil de lo habitual y con la entidad de dos actores profesionales.


Puede que la historia no sea un perfecto ejemplo de construcción psicológica, pero Donald Sutherland, Brooke Adams, Veronica Cartwright, Jeff Goldblum y Leonard Nimoy (superando perfectamente su papel de Spock) consiguen con sus interpretaciones dar encanto y profundidad a los personajes, algunos de los cuales sirven para hacer una pequeña y no desacertada crítica hacia la cultura de la sociedad (el poeta de talento desplazado por la moda del momento).


Pero si algo destaca de La invasión de los ultracuerpos es Kaufman, quien desde el mismo comienzo se afana en componer una ambientación espectacularmente inquietante y busca lo tenebroso en la cotidianidad: el cable de teléfono que se recoge sólo, los baños de barro, el cristal del coche roto por una botella....
El director crea junto a Michael Chapman, fotógrafo, una magnifica construcción de un San Francisco nebuloso, y lo hace en base a lo tangible (salvo sus títulos de crédito, pura referencia al cine de extraterrestres clásico). Toda la recreación de la película es absolutamente realista y evocadora, ya desde el mismo comienzo (esa ciudad lluviosa o esos breves planos nocturnos).
Y la cámara contempla la historia desde el punto de vista de quien la vive, con planos ligeramente inclinados, desde sitios poco cinematográficos (las escenas del coche) o incluso algo borrosos (pero sin ser nunca intrusivos).


Kaufman utiliza todos esos elementos (además de la música y el sonido) en su progresiva evolución desde lo cotidiano hasta lo asombroso, que flojea cuando insiste en recalcar su naturaleza de producto de ciencia ficción (los personajes especulando sobre los alienígenas), pero encuentra su valor en todas las escenas que contemplan el acontecimiento desde un punto de vista más realista y cercano (los magníficos planos de Donald Sutherland andando por la calle mientras llama por teléfono), y que hacen de La invasión de los ultracuerpos todo un ejemplo de cómo hacer cine de misterio.

1 comentario:

  1. Soberbia, mi versión favorita.

    Kaufman hizo un excelente trabajo y escenas como la del perro o ese final que pone la piel de gallina por lo owned que deja al espectador me parecen memorables.

    Brooke Admas perdió con el tiempo, pero aquí estaba riquísima y del último Kaufman destacar desde mi punto de vista Quills, para mí una genialidad.

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