lunes, 23 de noviembre de 2009

Lobos humanos

(Wolfen, 1981)





Y si el otro día hablábamos de depredadores, hoy seguimos con elementos de índole monstruosa y/o sobrenatural, pero retrocedemos unos años.
Dewy Wilson (Albert Finney) investiga una serie de asesinatos que parecen cometidos por una bestia en la ciudad de Nueva York.


En un primer vistazo, muchas cosas son las que llaman la atención de Lobos humanos.
La única película de Michael Wadleigh no relacionada con Woodstock (1970), cuenta en su reparto con unos casi primerizos Edward James Olmos, Tom Noonan, Gregory Hines y Diane Venora, y nos presenta como aguerrido detective de acción a Albert Finney.
Si esto es algo bueno o no, ya es otro tema.


Las cosas como son, hay que reconocer a Wadleigh un por aquel entonces prometedor talento visual, que es donde radica el mayor encanto (por no decir el único) de la película.
Con la atmosférica fotografía de Gerry Fisher y la efectiva (aunque no muy original) partitura de James Horner, el director presenta algunos momentos espectaculares (sus primeras tomas) y una ambientación y un tono cuanto menos curiosos en unas cuentas escenas (sus primeros veinte minutos y las escenas de la iglesia), incluyendo una visión subjetiva cuyo estilo y sonido parece haber sido una gran influencia para el Depredador (Predator, 1987) de McTiernan.


Pero ahí acaban prácticamente los puntos positivos de Lobos humanos. Y es que una dirección más o menos lograda no logra sacar adelante un guión y un reparto que no dan la talla.
Lo que comienza como una historia de misterio sobrenatural la mar de entretenida acaba desbocándose y convirtiéndose en una historietilla previsible, plagada de situaciones sin demasiado interés, cuando no forzadas o desconcertantes (todo su final).


Todo esto, con la presencia absoluta de un actor tan irregular como es Albert Finney, que aquí brinda esa cara de aburrimiento que tanto domina para interpretar a un personaje al que se ajusta poco o nada.


Aun así, Lobos humanos no deja de ser un entretenimiento medianamente ameno, en la tradición de cierto cine de terror de los años 80, que puede verse si no se pide demasiado.

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