Hay autores que, por una u otra razón, disfrutan de una carrera exitosa y, en sus últimos días, terminan olvidados en subproductos de dudosa calidad (y viene a la memoria Orson Welles anunciando lavadoras).
Por otro lado, los hay que permanecen toda su carrera con un nivel más o menos estable. Y ahí es donde encontramos a genios como Billy Wilder (pese a su último trabajo) o Alfred Hitchcock, del que lo peor que se puede decir es que sus cuatro últimas películas no eran tan redondas como sus mejores trabajos, y eso es casi un cumplido.
Cortina rasgada (Torn curtain, 1966) fue el primer film menor del británico tras una racha que sólo puede ser definida como impresionante, con peliculón tras peliculón desde la fallida Pánico en la escena (Stage Fright, 1950).
Al filme protagonizado por Paul Newman y Julie Andrews le seguiría Topaz (1969), una película algo amena aunque carente de garra, y Frenesí.
Una serie de asesinatos en Londres implican a un hombre inocente, mientras el verdadero culpable permanece fuera de toda sospecha.
Tras los dos intentos fallidos en el terreno del comunismo, el director de Psicosis (Psycho, 1960) volvió a casa para dirigir un guión de Anthony Shaffer, escritor de esa genialidad llamada La huella (Sleuth, 1972), y que le hacía volver al cine que más le caracterizó.
Frenesí es una actualización de varios de los conceptos presentes a lo largo de toda la carrera del inglés, que nos recuerda a Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) e incluso Falso culpable (The Wrong Man, 1956).
Guiada por tres historias (la del acusado, la del asesino, la del policía), la película tiene elementos e ideas característicamente hitchcockianas, ahora con escenas más fuertes de lo que era habitual.
Así, momentos como la aparición del primer cadáver (con los transeúntes girándose progresivamente), la brillantísima visualización del segundo asesinato (bajando por las escaleras), el primer plano silencioso de Anna Massey, las hilarantes cenas caseras o la última linea de diálogo, nos recuerdan la genialidad de un autor que, si bien no estaba en plena forma y dejó pasar algún momento fallido y hasta vergonzoso, tenía más talento en el dedo meñique de su pie izquierdo en una mala racha, que muchos otros en toda su carrera.
Así, Hitchcock hace de Frenesí un thriller perfectamente realizado, en el que, salvo Jon Finch (por un papel por momentos demasiado antipático), todos los actores realizan una interpretación impecable, en especial Barry Foster (con su cara de buen tipo), Billie Whitelaw y Alec McCowen.
El retorno del maestro al tono inglés que había dejado atrás hacía tantos años, y al que contribuye vitalmente la por momentos soberbia partitura musical de Ron Goodwin (por encima de la lúgubre música inicial compuesta por Henry Mancini), no es a día de hoy una de sus mejores películas (un listón muy alto), pero si un thriller por momentos brillante y una estupenda despedida del género.
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