miércoles, 13 de enero de 2010

Los nibelungos

(Die Nibelungen: Siegfried, 1924)
(Die Nibelungen: Kriemhilds Rache, 1924)





Aunque el cine alemán parezca, a día de hoy, parcialmente olvidado del mundo, enterrado por la maquinaria mainstream que nos bombardea con épicas superproducciones de costosos efectos visuales, conviene no olvidar que, allá por los albores del cine, fue el país que nos dio algunas de las mejores películas de la historia, con directores tan notables como F. W. Murnau o Fritz Lang.
Éste último nos ocupa a la hora de hablar de Los Nibelungos, una historia de aventuras y traiciones en el sentido más tradicional del termino, que supuso en su día una de las apuestas más épicas (y, hoy, más recordadas) de la UFA, junto a Metrópolis (Metropolis, 1927), también de Lang (cuya etapa alemana sólo puede ser descrita como prodigiosa).


Adaptando una leyenda que Wagner ya había hecho famosa con una serie de composiciones de las que Lang no era precisamente un seguidor, el alemán se puso manos a la obra con la que era su esposa por aquel entonces, la prolífica Thea Von Harbour, para hacer su proyecto más ambicioso hasta ese momento, sólo superado en el resto de su carrera por la mencionada Metrópolis.


Como ya había hecho antes con Doctor Mabuse (Dr. Mabuse, 1922) y Las arañas (Die Spinnen, 1919-1920), Lang decidió estrenar la obra como dos películas, aprovechando las dos partes claramente diferenciadas que posee la historia, y permitiéndose así una mayor duración (juntas, rondan las cinco horas).
Así, el díptico de Los Nibelungos comienza como una historia de aventuras de corte fantástico, narrando el ascenso y caída de Sigfrido, y concluye con un tono mucho más dramático y realista, con la venganza de Krimilda.


Y Lang, como ya demostró a lo largo de su carrera con toda clase de géneros, no tiene problemas para encontrar el tono exacto de ninguna de las dos historias.
La épica historia de amor y venganza del alemán no sólo presenta una perfección técnica impresionante (la maqueta del dragón, aunque irrisoria a día de hoy, no es muy inferior a algunas que se utilizaron en ciertas películas durante los 50 o 60 años posteriores), sino que, partiendo de un guión más que correcto, en plena época del expresionismo germano, Los Nibelungos tiene una factura audiovisual impresionante.


El talento visual de Lang y su deuda con el expresionismo se respira en cada fotograma.
Su fuerza para cargar con un proyecto tan ambicioso en medios es envidiable. Y aunque la película peque a día de hoy de ciertos fallos (el vestuario o ciertos elementos mágicos pueden por momentos resultar ridículos, aunque funcionen en el contexto del filme) el poderío visual que demuestra (por ejemplo, con el paseo de los reyes en el primer capítulo), unido a esa capacidad hoy tan perdida de contar una historia con las imágenes y relegar el diálogo (en este caso, los intertítulos) a momentos puntuales, hacen de la película una de las mejores de su director.


La capacidad de Lang y Von Harbour para dotar el relato del espíritu aventurero y enérgico que requiere la primera parte (acorde con la naturaleza de Sigfrido) y del drama que impregna la segunda (con la ira de Krimilda) hacen de su película una obra enormemente variada y memorable.


Y a pesar de ser una película muda, hemos tenido la suerte de que la partitura original de Gottfried Huppertz para el estreno (sobre la cual escribí un artículo para La abadía de Berzano) haya llegado hasta nuestros días (lo que no puede decirse de muchas otras).
Y es que, aunque parezca un elemento aislado de una película muda (al no ir en el propio negativo), si tenemos en cuenta la importancia que tiene la música en películas sonoras, qué podemos decir de una película muda cuya banda sonora se extiende durante todo el metraje y es el único audio que tiene, más aun cuando está supervisada por el propio director (quien no vio con buenos ojos que en los pases en Francia y Estados Unidos la película se acompañara de la obra de Wagner).


Y lo cierto es que ver Los Nibelungos sin oír la maravillosa música de Huppertz es hacerle un flaco favor a la obra.
El compositor clásico ayuda de una forma impresionante a conseguir el tono deseado por Lang, tanto en su aventura (los dos primeros capítulos con Sigfrido), como en su misterio (la conquista de Brunilda), en su drama (los últimos capítulos del relato), su emotividad (la llegada del hijo de Krimilda al banquete) y, por supuesto, en su épica (que impregna toda la obra) y acompaña a la historia adecuándose a ella de una forma impresionante y dando a Lang ese empujón que necesita para terminar de redondear su obra, como se ve en escenas como la llegada de Sigfredo a la cueva del tesoro, la marcha de Atila hacia Krimilda cuando ésta ha dado a luz o el intento de asesinato de Hagen Trojen en las escaleras; todas ellas con una combinación de imagen y sonido impresionante.


Así, Los Nibelungos no sólo es una de las mejores y más logradas películas de su director, una historia épica e hipnótica que en sus cinco horas de duración no se alarga en prácticamente ningún momento, sino una de las mejores obras fantásticas jamás hechas.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo en prácticamente todo, la primera vez que la vi era algo reticente por sus 5 horas, pero increíblemente no se me hizo pesada. Aún así, yo noto la primera parte bastante mejor que la segunda (que a veces creo que se alarga demasiado mientras que en la primera no sobra ni un minuto).
    Una maravilla, es impresionante lo buenos que eran los directores alemanes de la época en el aspecto visual.

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