viernes, 8 de enero de 2010

Solomon Kane

(2009)





Samuel Hadida es un productor de origen marroquí con una filmografía de coproducciones americano-europeas tan variada como insolita y que, en su irregularidad, ha terminado por asociar el nombre de Hadida a absolutamente cualquier posibilidad. Desde películas simplemente soberbias, como Buenas noches y buena suerte (Good Night, And Good Luck, 2005), hasta obras tan olvidables como La dalia negra (The Black Dahlia, 2006), pasando por productos la mar de interesantes como son El perfume – Historia de un asesino (Perfume: The Story of a Murderer, 2006), El imaginario del doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus, 2009) o El aura (2005), sin olvidar sus tres colaboraciones con el más que capaz director francés Christophe Gans.


Así, por mucho que Solomon Kane parezca poco atractiva, la presencia de Hadida en la producción, un reparto con algunos actores a tener en cuenta (Max Von Sydow, Jason Flemyng o Pete Postlehwaite) y el hecho de que esté basada en una creación de Robert E. Howard; pueden hacernos pensar en darle una oportunidad.
Pero lo cierto es que, para sorpresa de nadie, lo que se esconde debajo de la última película de Michael J. Bassett es, cómo no, una increíble combinación de tópicos nuevos y viejos, dando una película de aventuras y fantasía cuanto poco olvidable.


Y es que, para no andarnos por las ramas, la historia es una acumulación de clásicos tópicos del género que podrían salvarse en manos de un director más competente y que no esté centrado, como parece Bassett, en hacer una versión de bajo presupuesto de El señor de los anillos o, peor todavía, Van Helsing (2004).
Solomon Kane respira una atmosfera ya demasiado vista en los últimos años, que considera que la maldad en una película debe representarse bien por unas imágenes cuanto más oscuras mejor, bien por paisajes azules, contando, faltaría más, con soldados vestidos y maquillados para parecer satánicos, o algo así.


Si a esto le unimos unas localizaciones que no aprovechan toda su espectacularidad (los lugares más destacables apenas sí salen dos planos en toda la película), una persistente y convencional banda sonora del cada día más irritante Klaus Badelt, y una fotografía aburridísima del por lo general muy interesante Dan Laustsen (cuyas colaboraciones para el antes citado Gans no son nada despreciables), lo que queda en Solomon Kane no es una película insoportable, pero sí un relato que termina resultando enormemente apático e indiferente, más aun sin lo comparamos con la correctísima adaptación que hizo en su día John Milius de la otra gran obra de Howard, Conan el bárbaro (Conan the Barbarian, 1982).

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