domingo, 24 de octubre de 2010

The Peckinpah/Welles Connection


En su libro, Peckinpah, A portrait in Montage, Garner Simmons transcribe una anécdota del propio cineasta sobre su regreso de la segunda guerra mundial:
En 1945, Sam Peckinpah volvía de oriente y llegaba a Los Angeles. En el bar del aeropuerto, aun con el uniforme militar, el director se encontró de pronto con alguien que le llamó la atención. Se giró, todavía algo alerta, y vio a Orson Welles. Había dirigido Ciudadano Kane hace cuatro años, El cuarto mandamiento hace tres, y el legendario artista polifacético quería invitar a una copa a un soldado recién llegado de la guerra. Así lo hizo y Peckinpah le recompensó con la misma cortesía.
Aquel joven soldado no tenía aun interés alguno por el mundo del cine, éste apenas sí nacería unos pocos años después, que le llevaron a 1965, dos décadas después de su encuentro con Welles, cuando se puso tras la cámara para dirigir a Charlton Heston en Mayor Dundee. No sería esta la única similitud con sed de mal, de Orson Welles, también con Heston. Ambas películas, como ambos directores, estarían marcadas por los problemas de producción, los cortes, los montajes, los remontajes, la leyenda que se crecía poco a poco con los años…Y mientras Peckinpah luchaba por sacar adelante un film incuestionablemente personal, Welles andaba por tierras ibérica, narrando su particular amalgama shakespeariano, Campanadas a medianoche.

Apenas 12 años después, la fama de Peckinpah, que tan de sorpresa parecía haberle llegado con la revolucionaria Grupo salvaje, estaba prácticamente difuminada. Tras esa milagrosa racha en que consiguió expresar lo que deseaba con Perros de paja, Pat Garret, Alfredo Garcia…Su escaso tirón comercial le había situado en su faceta más comercial y automática con Los aristócratas del crimen. Estamos en 1975, dos años después de que Welles diera la que quizás fuera su última genialidad completa, Fraude. El inclasificable director había encontrado, igual que Peckinpah, una forma de salir adelante. Mientras el segundo se vendía a productos comerciales como director, el primero prestaba su figura y su voz a subproductos que jamás podrían soñar con alcanzar su genialidad.

Estamos en 1977, y mientras Welles seguía afanado en pequeño roles, Peckinpah había puesto sus manos sobre el guión de Los cruz de hierro. No produciría la película, no la escribiría, sólo la dirigiría. Aun así, ésta parecía, si hecha para alguien, para él. Pero no era un western crepuscular, era una historia sobre la Segunda Guerra Mundial, un relato antibelicista que motivó a otro cineasta a escribir una carta a Peckinpah alabando La cruz de hierro como la mejor crítica bélica que había visto. Ese cineasta era Orson Welles.
32 años antes, el propio Peckinpah volvía de la Segunda Guerra Mundial. 32 años antes Orson Welles estaba en el bar de Los Angeles. 32 años antes se invitaron el uno al otro a una copa. Tras unas carreras que podrían parecer tan diferentes como similares, una película les volvió a unir directamente. Y aunque Sam Peckinpah lo sabía, ¿se acordaría siquiera Orson Welles de aquel soldado que vio brevemente hace más de tres décadas?
En aquel bar, uno era un cineasta de prestigio, otro era un joven con todo un futuro por delante. Ambos mostrarían de lo que eran capaces, ambos tendrían problemas para ser ellos mismos en la meca del cine y, ahora, ambos luchaban por, simplemente, sobrevivir.
Había una diferencia de edad de 10 años entre ellos y una diferencia de 20 entre sus primeras películas como directores. Sam Peckinpah murió a finales de 1984. Orson Welles, 10 meses después.

2 comentarios:

  1. Es tarde y tengo sueño, mañana leeré este nuevo tocho y espero por su bien que sea interesante.

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  2. Vale un poco tarde pero aquí estoy.

    Pues dos genios malditos que tenían tanta personalidad como autores que en Hollywood a penas podía domarlos y por eso acabaron siendo unos outsiders.

    Aunque soy más ducho en Welles lo que he visto de Peckinpah me encanta y por ahí tengo pendiente La Húida que me la compré original y a ciegas y aún no la he visto.

    Nos vemos.

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