jueves, 24 de febrero de 2011

Secuestrados

(2011)

El cine español ha empezado este 2011 con fuerza. A la estupenda comedia Pagafantas se une la exitosa Primos y Secuestrados, de la que es mejor no poner el trailer para no dar a confusión. Igualmente, tampoco se dejen guiar por su (horrible) poster.
Y es que, en apariencia, la película de Miguel Ángel Vivas es otra vez lo que ya hemos visto: la historia de una familia que vive en un chalet de Madrid en el que irrumpe una banda de centroeuropeos con propósitos oscuros.
Así, a simple vista, parece una nueva versión de La habitación del pánico o Firewall, valiéndose quizás de cierto morbo, aprovechando la proliferación de atracos en los alrededores de la capital. Y sí, pero no.

Porque Secuestrados es una adaptación del género, tan poco pródigo en el cine patrio (en el que también destacaría la genial Angustia, de Bigas Luna), con un guión, escrito por el propio Vivas junto a Javier García, que intenta aportar algo y diferenciarse con una aproximación realista (aquí son los secuestradores los que se las hacen pasar canutas a los protagonistas, y no al revés) y sin concesiones de ningún tipo (lo peor que puede pasarle a esta familia no es que les den un par de tortas) que consigue que sintonicemos con los personajes. Y eso ya es algo.

Esto de por si valdría para hacer una película digna y con puntos interesantes, pero lo que convierte a la convierte en algo más es, sorpresa, su dirección.
Es raro que la figura del director en una película española cobre una importancia tan grande como para sacar a flote un guión (más allá de la excelencia técnica), y más aun que demuestre tal afinidad con directores como Hitchcock: Secuestrados está rodada íntegramente con planos secuencia, no solo con exhibicionismo (que también), sino con un grandioso sentido narrativo.

Vivas utiliza estos planos con la misma idea que tuvo el maestro del suspense en La soga, pero en este caso usa la historia para limitar los planos y no a la inversa. La película se desarrolla prácticamente en una noche (tras dos escenas iniciales) y en dos localizaciones (una casa y un coche), llevando los planos secuencia tan lejos como le permita el guión, cuando no más (haciendo un magnífico uso de la pantalla partida).



Es esta planificación lo que diferencia a Secuestrados de otras películas similares.
En primer lugar, le da una enorme carga de realismo (a lo que también contribuye su poca música), pero también sirve para marcar el ritmo a través de las actuaciones y la dirección de actores en vez del montaje. En otras palabras, la película no tiene medio de pasarse un minuto enfocando a tres personas sentadas viendo la televisión. Y si lo hace, es porque, efectivamente, hacerlo es una buena idea: la tensión se acumula con las pausas y la agitación se crea con el propio movimiento de la cámara.

En segundo lugar, contemplar una planificación tan brillante es una auténtica gozada.
Lejos de ser anárquica, Secuestrados es una película cuidada, con planos que no por ser continuados y estar limitados por el espacio físico dejan de brindarnos imágenes perturbadoras y que se mueven con enorme fluidez. La cámara y el equipo transitan por los pasillos estrechos de la casa, suben y bajan las escaleras, entran y salen del coche, corren con los protagonistas… Y lo hacen de verdad, como si fueran otro personaje de la película, sin caer en movimientos forzados o confusos (como si pasa en muchas películas con cámara al hombro).
En último lugar, pero no menos importante, los actores. Sometidos a la prueba de fuego de memorizar sus papeles y recitarlos convincentemente en escenas de acción física, a la vez que esquivan al equipo de rodaje en estrechos espacios, absolutamente todos los actores superan la prueba holgadamente. Como todos los implicados en la película.



Secuestrados lleva la dirección a un nivel de espectáculo y sentido narrativo pocas veces visto en nuestro cine. Un guión común al servicio de una puesta en escena única.

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