lunes, 24 de mayo de 2010

Perdidos

Lost



Hará ya 4 años, Randy Meeks y un servidor hablábamos, como tantos otros, de la serie de moda. Y en aquel momento le dije que, francamente, no veía un final satisfactorio a todo el asunto, era imposible que hicieran una conclusión a la altura. Él me contesto que sin duda la conclusión decepcionaría, pero que el viaje hacia ella era lo que de verdad importaba.


Y ahora ha llegado el final. Miramos atrás y recordamos aquella tarde en que TVE1 emitió el primer capítulo y todo lo que ha cambiado desde entonces. Han pasado 5 años, y muchas cosas han cambiado en la ficción de Perdidos y en nuestras vidas. Y una serie siempre tiene ese encanto. Recordar los primeros episodios y revivir una y otra vez los descubrimientos más apasionantes, los momentos más memorables; recordar dónde estábamos cuando los vimos, con quién hablábamos sobre ellos, qué veíamos en el horizonte…
Recuerdo a Sawyer encender un cigarrillo frente a los restos del avión. Recuerdo cuando la cámara bajaba hacia la escotilla y la primera temporada terminaba, recuerdo los gritos que pegué en aquel momento. Recuerdo a Desmond girar la llave, el cielo poniéndose morado y esos dos portugueses jugando al ajedrez. Recuerdo a Locke abriendo la puerta de la cabaña antes de oír un susurro que pedía ayuda. Recuerdo a Jack gritando “Tenemos que volver”.
Y al final resulta que lo que importa de verdad no es la resolución final, la explicación de por qué las cosas son así. Lo que importa de verdad es el viaje.


Cuando Carlton Cuse y Damond Lindelof hablaban largo y tendido de que lo vital en Perdidos no eran los misterios, sino los personajes, todos nos reíamos. Nosotros empezamos por aquel oso polar en una isla tropical, por esa sombra que agitaba los árboles, por aquella isla misteriosa… Pero la verdad es que nos quedamos por saber qué pasaba con John Locke, por ver como el discman de Hugo se quedaba sin pilas, por conocer a Desmond mientras hacía footing en aquel estadio, por verle reunirse con Penny, por estar dentro de la furgoneta cuando Hurley y Charlie la conducían por aquella ladera…
Al final, los personajes sí que importaban y uno se da cuenta de que, siguiéndoles a ellos, seguimos el camino hacia el final; uno se da cuenta de que no hace falta saberlo todo. Porque a veces es mejor dejar las cosas a la imaginación; porque son los personajes los que nos importan; porque, como siempre sucede en la vida, las respuestas no siempre se dan.
Recuerdo a aquel Locke que se había descubierto a sí mismo. Recuerdo a aquel Ben manipulador y cruel que parecía conocerlo todo, a aquel Richard enigmático que aparecía de entre los árboles. Recuerdo al legendario Jacob. Y luego vi que, como en la vida, nada es infalible.
Lost deja misterios abiertos, y en realidad nos hace sentirnos como esos personajes que han pululado por la isla a lo largo de estos años, porque creemos que lo sabemos todo y luego resulta que hay más, porque las cosas no son fáciles y todo cambia en un segundo, porque el que es hombre de respuestas se convierten en un hombre destrozado, porque el que estaba perdido en una isla está ahora perdido en el mundo, porque todo termina a veces en un maloliente motel, en menos de un segundo…
Y después de seguir a todos estos personajes, después de verles perecer, después de verles olvidados, después de que se pierdan todos sus sueños de grandeza, sus visiones para el futuro, su radiante optimismo… Si la muerte es irreversible, si los que se perdieron no volverá más, lo que busco realmente es saber que no todo ha sido en vano, que quizás, al menos, si no podemos vivir juntos y morir solos, sí podamos vivir solos y morir juntos.


Y, al final, la isla es el escenario, es ese elemento enigmático que intriga nuestra mente, que nos deja con preguntas que debemos intentar responder.
Porque, después de reírnos con los tatuajes de Jack, con las desventuras de Kate… después de cinco años, algunas cosas pueden responderse y otras no.
Porque prefiero seguir contemplando ese trozo de tierra en el mar como un atractivo misterio sin solución. Porque así es la vida.
Porque no sabía que no estaba esperando una explicación. No sabía que, en el fondo, lo que estaba esperando era ese avión despegando, era esa última mirada al cielo.
Lo que estaba esperando, era ese ojo que se cierra.