martes, 30 de junio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (V)

Anteriormente: Parte III: Postproducción
Parte IV: Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos eliminados



SINFONÍA EN CUATRO MOVIMIENTOS: FRAGMENTOS CONSERVADOS

THE SINGULAR AFFAIR OF THE RUSSIAN BALLERINA
(EL SINGULAR CASO DE LA BAILARINA RUSA)
Llegamos ya a los dos fragmentos incluidos en el montaje final. El primero nos presenta nuevamente la situación de aburrimiento y monotonía entre casos, hasta que el responsable del ballet ruso envia una carta solicitando la asistencia de Holmes a la representación de El lago de los cisnes. Al llegar, el encargado, Rogozhin (genial Clive Revill), acompañado de la famosa Petrova (Tamara Tournanova), comenta al detective el caso a resolver. La gran bailarina ha llegado a una edad en la que desea tener un hijo. Para ello, se ha lanzado a la búsqueda de un padre y el sagaz detective, que será recompensado con un violín Stradivarius, es la mejor elección.


En un apuro, debido a su repulsa por la bailarina, Holmes se verá obligado a implicar a su compañero, el doctor Watson (que anda en ese momento seduciendo a las bailarinas), cuando sentencie que ambos mantienen una relación homosexual. La mentira permitirá al detective escapar pero disgustará, una vez más, a su amigo y compañero, que llegará a Baker Street pidiendo explicaciones y dudando de si ha habido mujeres en la vida del Holmes.
Este segmento incide en un rumor de esos que tanto gustan, sobre dos hombres viviendo juntos. De hecho, la presencia de este factor en la película pudo ser mayor, pues Wilder dijo querer “que Holmes fuera homosexual... Por eso es un adicto, ya sabes”. Sin embargo, Wilder opta por algo distinto.


THE ADVENTURE OF THE DUMBFOUNDED DETECTIVE
(LA AVENTURA DEL DETECTIVE ATONTADO)
La pregunta de Watson nos conducirá a la historia más extensa y menos cómica del conjunto (no por ello peor), narrando la historia de Holmes y las mujeres a través de su relación con una.
La vida en Baker Street transcurre con normalidad, hasta que una noche llega un cochero con una mujer (Geneviève Page). La encontró flotando en el río y con la dirección del 221B escrita en la palma de su mano. Ha sido golpeada en la cabeza y no recuerda nada. Mientras Watson y la señora Hudson se desviven por ayudarla, Holmes se muestra bastante indiferente a su presencia, aunque termine siendo el que descubra su pasado. Ella es la señora Valladon, una mujer que busca a su marido desaparecido.


Sus pesquisas les llevan a tropezarse con el Club Diógenes y el misterioso Mycroft Holmes (Christopher Lee), hermano de Sherlock y hombre al servicio del gobierno inglés. En su reunión, Mycroft aconsejará a su hermano a dejar el caso. Pero éste ignorará su advertencia y recabará nueva información que le lleve al origen de todo, en Inverness, Escocia.
Es en el viaje en tren a este lugar donde la versión original añade un pequeño flashback a la juventud de Holmes en Oxford, en el que descubrimos, como sustituto a los relatos de todos sus encuentros con el género femenino presentes en el montaje final, la historia en la que el detective quedaba prendado de la belleza de una mujer local, sólo para descubrir accidentalmente que era una prostituta, algo que todos sabían menos él, “que se enorgullecía de sus poderes de observación y deducción”. Este pequeño flashback, de pocos minutos y apenas un par de escenas, venía a incidir en la idea de que el entrometimiento emocional “enreda el juicio y nubla la razón”.


Una vez llegan a Escocia, Holmes y la señora Valladon van creando una relación más cercana, con el subsecuente aburrimiento de Watson.. Los tres acabarán descubriendo que todo está relacionado con el club Diógenes y la reina misma, y que no todo es lo que parece. La revelación de que la señora Valladone es en realidad una espía alemana que ha a Holmes, incide nuevamente en la idea de que el juicio de éste se nubla al envolverse emocionalmente en el caso.
La película termina con Hokmes y Watson de vuelta en Baker Street. Una carta llega, de Mycroft Holmes, comunicando a su hermano que Valladone murió en una misión en Japón. Holmes pedirá entonces el maletín médico al doctor Watson quien, entendiendo las circunstancias, le revelará que estaba oculto entre los archivos de los casos. “Está usted mejorando” dice Holmes antes de encerrarse en su habitación.


Este final de película, si bien gustaba a Wilder, no era del agrado del montador, Ernest Walter. Otro final había sido rodado. En él, Rogozhin, el jefe del ballet ruso, llegaba a Baker Street con un Stradivarius para Holmes y un ramo de rosas para Watson. Walter creía que las mejores películas de Wilder eran aquellas que tenían un final con un punto cómico, al estilo de 1,2,3, Con faldas y a lo loco y El apartamento, y encontró este final dramático de La vida privada como inadecuado y algo tonto. Preparando Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra, 1971), el montador comentó el incidente con el productor de ésta, Sam Spiegel. Spiegel coincidió con él y llamó a Wilder para que utilizara el final cómico. Pero el director estaba sabía lo que quería.

Por último, existen rumores que mencionar sobre escenas escritas en el guión original.
Así, se dice que la inclusión de los característicos personajes de este universo, Holmes, Watson, la señora Hudson, Mycroft y Lestrade, se complementaba con una escena en la que Holmes se encontraba con el mismísimo Moriarty y mantenía un diálogo que Wilder y Diamond revisaron hasta hacerlo perfecto. Si dicha escena aparecía en el guión, desde luego no fue rodada.
Por último, más extendido es el conocimiento de que la película incluía un momento final en que Lestrade volvía a escena para solicitar ayuda a Holmes con un nuevo caso, el de Jack el destripador. Esta última escena está incluida en un guión que existe por la red, que como transcripción no es exacta y como guión original no es valido, pues carece de los fragmentos eliminados, estando claramente sacado de la película editada.


Primera parte de la crítica del abajo firmante

lunes, 29 de junio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (IV)

Anteriormente: Parte III: Postproducción


SINFONÍA EN CUATRO MOVIMIENTOS: FRAGMENTOS ELIMINADOS
El montaje inicial de La vida privada de Sherlock Holmes estaba constituido de cuatro historias diferentes, precedidas de un pequeño prólogo, en lo que Billy Wilder llamaba una “sinfonía en cuatro movimientos”. Tras ser eliminadas de la película, dos de las historias y el prólogo quedaron destruidos, lo que hace imposible la recuperación del montaje original. Aun así, pequeños fragmentos se han salvado y, con ayuda del guión, permiten hacerse una idea de cómo era esa sinfonía inicial. El orden en que dichas historias estaban montadas no está claro y varía en función de las fuentes, de modo que presentaremos aquí un orden distinto del que puede figurar en otros sitios y que sitúa la mayoría de las escenas perdidas (todas menos una de un par de minutos de duración) en la primera mitad de la película, antes de los fragmentos que compusieron el montaje final.


PRÓLOGO
El montaje original de La vida privada de Sherlock Holmes comenzaba exactamente igual que el montaje final, con un plano de la placa del Banco Cox & Co., en la cual vemos reflejados dos célebres autobuses rojos ingleses, que nos llevan a concluir que no nos encontramos en la Inglaterra victoriana, sino en el mismo año 1969.


El montaje final presentaba esta imagen con la voz en off del doctor Watson leyendo su testamento, en el que hablaba de una caja en el banco con recuerdos de su relación con Sherlock Holmes, incluyendo un determinado número de relatos que no fueron publicados en su día por su carácter demasiado privado. Dos personas uniformadas entran en el almacén y abren una caja. Comienzan los títulos de crédito, con la música de Miklós Rózsa, durante los cuales vemos cómo se van extrayendo diferentes elementos icónicos del universo holmesiano, mezclados con otros particulares aportados por Wilder. Así, encontramos la pipa, el sombrero, la lupa, la aguja hipodérmica, una partitura musical... Junto a éstos, están una fotografía de la mujer que aparecerá más tarde en el relato y una carta, el siete de diamantes, que posteriormente sería vital en un fragmento eliminado. Los créditos terminan con una bola de nieve de la reina Victoria, que tendrá qué decir en la historia, y dan paso a un montón de hojas con la historia que el doctor Watson comienza a leer.

El montaje inicial profundizaba mucho más en esto y lo hacía como sustituto a los títulos. Tras la insignia del Banco Cox & Co., pasamos a un taxi, del cual se baja el Dr. Watson, nieto del original, interpretado por un Colin Blakely teñido y sin bigote. En las oficinas encontramos al director del banco, Havelock-Smith (John Williams), y su ayudante, Cassidy. Ambos reciben al doctor, que ha recibido una carta comunicándole que, de acuerdo a la última voluntad de su abuelo, existe una caja que le corresponde. Havelock-Smith y Watson entabla una conversación en la que descubrimos que el segundo es un veterinario afincado en Canadá que pensaba en cambiar su apellido, al ser siempre perseguido por el molesto “Elemental, querido Watson”. En ese momento, el director se confiesa fiel admirador de las aventuras de Conan Doyle y miembro de la Sherlock Holmes Society. La conversación termina derivando en comparaciones con James Bond. Así, mientras Watson y Cassidy, ambos jóvenes, son fervientes seguidores de la creación de Ian Fleming, Havelock-Smith, mayor que ellos, no dudará en calificarlo como basura sensacionalista.


Al abrir la caja, descubren que está llena de los recuerdos vistos en los créditos de la otra versión. Havelock-Smith, frente a la indiferencia de sus dos acompañantes, no cabe en sí de gozo, examinando todos los artilugios y llegando a soltar el casi obligado “Elemental, querido Watson”. Su emoción incrementa al ver un manuscrito de material no publicado. La voz en off del Watson original entra para leer un texto que también aparece en la versión cinematográfica y que aquí nos introduce en una historia que sería casi en su totalidad eliminada.


THE CURIOUS CASE OF THE UPSIDE DOWN ROOM
(EL CURIOSO CASO DE LA HABITACIÓN BOCABAJO)
Es 12 de Agosto de 1887 y Holmes y Watson viajan en tren. Vuelven de haber resuelto el caso del asesinato del Coronel Abernathy, hecho que también se comenta en la versión final, pero cuya resolución es distinta aquí, aunque igualmente imposible y exagerada.
La puerta del compartimento se abre y un hombre entra, en un estado visiblemente alterado. Se sienta junto al doctor Watson y se queda dormido. Las dotes deductivas de Holmes aparecen cuando explica que el individuo es un profesor de canto residente en Napoles que saltó de la ventana del segundo piso de casa de Lord Rosendale, tras encontrarle éste con su mujer. Ante la incredulidad de Watson, Holmes pronuncia la celebre frase “Ves, pero no observas” y pasa a explicar con meticulosidad los indicios que le han llevado a su conclusión mediante el razonamiento deductivo. Para probar que tiene razón, al entrar en un túnel y quedar todo completamente oscuro, imita la voz de Lord Rosendale, lo que hace que el italiano entre en pánico. Al salir del túnel, el hombre no está. “Parece ser que por segunda vez hoy, nuestro amigo italiano a saltado por la ventana”. Ante la absoluta desaprobación de Watson, Holmes cierra los ojos y echa una siesta.


La película nos lleva a la llegada de Holmes y Watson a Baker Street, escena que sí se ve en el montaje cinematográfico. Obviamente, la voz en off no es la misma. Aquí, Watson expresa su absoluto descontento con ciertos aspectos de Holmes. “Era el hombre más brillante que he conocido, pero también era egocéntrico e insoportable”. Por último, hace mención a un hecho que ya era remarcado en los relatos originales y que será parte clave de esta historia, al decir que vivir con él “podía ser un infierno, especialmente cuando se encontraba entre casos”. En ambos montajes encontramos dos escena. En la primera, Holmes y Watson llegan a la casa. El primero reprocha la excesiva dramatización de los relatos y el segundo manifiesta su desaprobación por el consumo de cocaína. Este momento da paso a otro en que Holmes, aburrido, consume su dosis habitual.

La historia de la habitación bocabajo comienza con Watson en el salón, mientras de fondo oímos el violín de Holmes, encerrado en su habitación. El celebre inspector Lestrade (George Benson) hace en este relato su primera y única aparición en la película. Su retrato es el de un secundario cómico, algo en la tradición wilderiana, que llega en busca de ayuda para un caso surrealista. Ante el anuncio de Watson de que el policía ha llegado, la melodía del violín adquiere un tono dramático, un par de segundos antes de cesar. Esperando a que Holmes se prepare para recibir al inspector, Watson comenta su reciente descubrimiento de una conspiración para asesinar al zar con un grupo de enanos, una cómica referencia a un momento anterior de la cinta. La puerta se abre y Holmes sale en pijama y con barba de unos días. Lestrade, que tamborilea con sus dedos sobre el sombrero, reclama su ayuda para un caso único, el de un cadáver descubierto en una habitación con todos sus muebles clavados al techo.


Al llegar ven que la habitación ha sido, en efecto, dada la vuelta. También encuentran un periódico chino, una copia de La isla del tesoro y una carta, el siete de diamantes que ya salía en los créditos de la versión final. Ante este panorama, Lestrade no duda en observar que no hay pocas pruebas. “Demasiadas”, responde enigmáticamente Holmes, quien ya ha deducido que el cadáver fue vestido después de muerto.
En ese momento llega el dueño, un ciego que asegura que el hombre que alquiló la habitación era inglés y comenta, con el típico humor wilderiano, que cobrará un chelín por ver la habitación con los muebles clavados al techo. Dos chelines si dejan el cadáver.
La naturaleza cómica de Lestrade se intensifica aun más cuando sugiere dar la vuelta para entender mejor la situación. Holmes y Watson no tienen ningún inconveniente en ayudarle y marcharse dejándole así, mientras él pide su ayuda.


Holmes y Watson llegan al 221B de Baker Street. Al ver a la señora Hudson jugar a las cartas, Holmes devuelve el siete de diamantes a su baraja. Y es que, efectivamente, las pruebas le han llevado a una inequívoca conclusión. El escenario ha sido un caso imposible diseñado por su buen amigo el doctor Watson quien, con la ayuda de Lestrade, ha tomado prestado un cuerpo del hospital y lo ha situado en un entorno rodeado de elementos y objetos que o bien sustrajo del 221B o bien compró en tiendas cercanas. El propósito no era otro que evitar el consumo de cocaína de Holmes, entreteniéndole “Buen intento. Primitivo pero con algún detalle divertido. Me ha engañado durante 10 minutos” dice Holmes. “Nadie podría pedir un amigo mejor”.
Watson, harto de su compañero, revienta y reprueba su actitud de drogadicto. En un ataque de ira, hace su maleta para irse de Baker Street. Comienza a buscar su bolsa medica, que no aparece por ningún lado. Holmes le indica que está escondida debajo de la mesa, un lugar “más imaginativo que la última vez, cuando lo escondió debajo de la cama”. Watson abre el maletín y deja una aguja nueva a Holmes, bajo la advertencia de que, si quiere destruirse, no se lo impedirá. Así, la curiosa triquiñuela del maletín médico escondido se introduce aquí por primera vez y será un pilar de la escena final de la película. Al eliminar esta historia, ese instante queda cojo en el montaje final.
Justo en el momento en que Watson abre la puerta, listo para irse, se oye un disparo. Sube a toda prisa, para encontrar a Holmes haciendo prácticas de tiro con la pared. El doctor pide a la señora Hudson que vaya a deshacer su maleta. Watson agradece a Holmes esa estrafalaria forma de detener su marcha, a lo que el detective contesta que “se me ha acusado de ser frío y poco emocional. Y lo admito. Y en mi fría y poco emocional manera, estoy orgulloso de usted”. “Watson, sabe que no hay nada que no haría para mantenerle aquí”.
La historia termina con Watson recordando a Lestrade bocabajo, lo que causa un ataque de risa compartido entre el detective y el doctor, a los que la señora Hudson ve desde el fondo, convencida de que ambos se han vuelto locos.



THE DREADFUL BUSINESS OF THE NAKED HONEYMOONERS
(EL TERRIBLE ASUNTO DE LOS RECIÉN CASADOS DESNUDOS)
El siguiente fragmento es situado en algunos sitios como el último y en otros como el tercero, después del caso de la bailarina rusa.
Nos encontramos en verano de 1886 y Holmes y Watson vuelven de Constantinopla, donde resolvieron un caso sobre una de las concubinas favoritas del sultán. Mientras escribe la historia, Watson reflexiona sobre su condición de cronista del genio deductivo de su amigo. Holmes, quitándose importancia, le asegura que no tiene merito y que el doctor lleva tiempo suficiente con él como para entender y aplicar los principios del razonamiento deductivo. Watson, atraído por la idea, propone entonces resolver un caso algún día. “Podría sorprenderle”.
Providencialmente, el capitán del barco se acerca a la pareja. Se han encontrado dos cuerpos en el camarote A de la cubierta B y sólo el ingenio del sagaz detective podrá resolver el misterio. De camino, Holmes propone a Watson que tome la iniciativa y resuelva en caso. Aunque reacio, el doctor pronto acaba tan convencido de que puede hacerlo, que no deja a su amigo ayudarle, ni siquiera para indicar que está de camino al camarote B de la cubierta A.
Hay dos clases de zapatos en la puerta. Watson deduce: las víctimas son hombre y mujer.


Al entrar en la habitación, se encuentran, efectivamente, con un hombre y una mujer durmiendo desnudos en la cama. Son recién casados en su luna de miel y parecen estar muertos o profundamente dormidos. El razonamiento de Watson se pone a trabajar y pronto deduce que ambos han sufrido una muerte por veneno disuelto en el champán por un hombre corpulento. Holmes se sitúa en la puerta del camarote, contemplando con regocijo el espectáculo, mientras se regodea con frases como “Esplendido, acaba de eliminar todas las posibilidades” o “¿Está seguro de que es su primer caso”. Y es que Watson termina resultando menos sagaz de lo que esperaba, especialmente cuando sentencia que “cuando eliminamos todas las posibilidades, lo que queda, por muy improbable, es sin duda imposible”.
Con toda su teoría bien atada, Watson se acerca a la pareja para examinarlos y es entonces cuando, al despertarse, el buen doctor descubre todo su error. Al salir de la cabina, deja claro a Holmes que no vale para eso y que tendrá que manejar el caso autentico sin su ayuda. Al retirarse por el pasillo, Holmes pone cariñosamente la mano sobre el hombro de su amigo.

RESUMEN DE LA VERSIÓN ORIGINAL: LOS FRAGMENTOS CONSERVADOS

martes, 23 de junio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (III)

Anteriormente:


POSTPRODUCCIÓN: SINFONÍA EN DOS MOVIMIENTOS
Con todos los efectos físicos y decorados utilizados durante el dilatado rodaje, la postproducción de La vida privada giró en torno a dos nombres: Miklós Rózsa, compositor, y Ernest Walter, montador.
Esta habría de ser la primera y única colaboración de Billy Wilder con el segundo, recién salido de Las sandalias del pescador (The shoes of the fisherman.1968). La labor de Walter, ya se ha comentado, no era especialmente creativa o tediosa, pues la forma que tenía el director de rodar la película, con planos calculados al detalle, hacía que su labor fuera bastante intrascendente, limitándose a cortar claquetas y poco más, cosa que hacía durante el propio rodaje.


El primer montaje de la película duraba unos 200, lo que sin duda reflejaba las intenciones de Wilder cuando dijo que “debería mantener a la gente en el cine unas tres horas”. Este primer montaje se componía de los cuatro movimientos ya mencionados por Wilder.
Miklós Rózsa había puesto música a filmes tan destacados como El Cid (1961) y El Ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1940) y fue colaborador habitual de Wilder durante los años 40, en los que compuso las bandas sonoras de Perdición, Cinco tumbas al Cairo (Five Graves to Cairo, 1943) y Días sin huella (The Lost Weekend, 1945).
Su implicación en el proyecto vino determinada por su magnífico Concierto para violín, Opus 24, que Wilder y Diamond escuchaban durante la escritura del guión, tanto por su belleza como por su uso del violín, elemento indispensable en una adaptación de Sherlock Holmes, consumado violinista. Así pues, a la hora de componer la música de La vida privada, Wilder pidió a Rózsa que adaptara este concierto, lo que él haría sin problemas, disfrutándolo bastante.


Su banda sonora se ajustaba al montaje inicial de más de tres horas. Rózsa observó la película y decidió qué debía llevar música y qué no, resultando que todo un fragmento de 20 minutos, aquel que hace referencia a los recién casados desnudos, no llevaría ni una nota de música. Recientemente, una regrabación de la banda sonora completa fue editada por Tadlow Music, incluyendo temas compuestos (y grabados en su día) para escenas que quedaron fuera.La amistad entre Wilder y Rózsa llevó al director a ofrecer al compositor un breve cameo en la película, precisamente como conductor de orquesta.

Con la película completada, California fue el sitio elegido para realizar un preestreno con el que recabar la opinión de la gente. La recepción fue desastrosa y los Mirisch, productores de la película, presionaron a Wilder para que la acortara. Pero éste, que no estaba demasiado interesado en desvivirse ajustando la obra a las demandas de un limitado número de personas, abandonó el montaje y se dirigió a Francia a, dijo, preparar una nueva película.


Si bien la decisión final del montaje recaía enteramente en él, quizás por cansancio, Wilder dijo a Ernest Walter “Confío en ti, ya sabes lo que me gusta”. Esto, él no lo sabía, terminó siendo su gran error. “No haga nunca una película con episodios, porque se pueden eliminar algunos. (…) Y ellos tenían sus preferencias sobre qué partes quitar, unas preferencias que no eran mías.”
Cuando volvió, el editor y los productores habían reducido considerablemente la duración. De 200 minutos se había pasado a 125, eliminando completamente la introducción y dos de las cuatro historias. “Era un desastre absoluto. (…) Se me saltaban las lágrimas al verlo”. Así, aunque la película duraba ahora hora y media menos, “parecía más larga”. En palabras del Rózsa, “el film era muy bueno, pero muy largo, unas tres horas, lo cual no importaba debido a la calidad del material. (…) Si yo hubiera sido Wilder, les habría dicho que se fueran al infierno, aunque significara el fin de mi carrera”.
Así, una vez con la versión de poco más de dos horas lista para estrenar, el panorama empeoró con la desaparición y destrucción parcial de los negativos. A día de hoy, su recuperación ha sido imposible, conservándose de algunos el sonido, de otros la imagen y de otros absolutamente nada; lo que hace improbable la restauración del montaje original.


La vida privada de Sherlock Holmes, truncada sinfonía de cuatro movimientos reducida a dos, se estrenó el 28 de Octubre de 1970, envuelta en la más absoluta indiferencia y siendo considerada a día de hoy una de las películas más fallidas de su director.
Miklós Rózsa se referiría a este montaje diciendo que “el film truncado tal y como lo veis hoy día es una lamentable perversión del original y una gran decepción para todos los implicados”.


lunes, 22 de junio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (II)

Anteriormente: Parte I: Introducción/Preproducción


UN RODAJE COMPLICADO

La vida privada de Sherlock Holmes era la obra más ambiciosa de Billy Wilder. Un presupuesto de 10 millones, el mayor de toda su carrera, para rodar un guión de 260 páginas ambientado en la Inglaterra victoriana y que el propio Wilder definió como una “sinfonía en cuatro movimientos”.


El 5 de Mayo de 1969, una década después de idear la película, comenzó el rodaje, entre los célebres Pinewood Studios y las Higlands escocesas (en concreto, Inverness).
La vida privada fue la primera y única colaboración de Wilder con el director de fotografía, Christopher Challis, que se enfrentaba, entre otras cosas, a un decorado de 140 metros de Baker Street diseñado por Alexander Trauner. Y es que si bien Wilder se planteó rodar en la calle original, su cambio desde la época victoriana hacía que fuera complicado y no demasiado provechoso. Esta recreación incluía fachadas enormemente detalladas, una perspectiva forzada para parecer mayor y varias tuberías para crear efecto de lluvia. Pero la contribución del diseñador no se paró ahí, pues también implicó la realización de ciertas partes del espectacular Club Diógenes, así como, por supuesto, los interiores del 221B de Baker Street. La meticulosidad de Trauner era tal que, en palabras de Challis, “construía casas, no decorados”.


Pero la sinfonía de Wilder no sólo requería la construcción de los lugares más emblemáticos del universo creado por Conan Doyle, sino también la de todos los nuevos elementos que el director introdujo en la ecuación. Así, la perfección técnica llevó al equipo a montar ni más ni menos que un barco, para un segmento enormemente caro. Éste aparecía en apenas un par de planos, pero sus interiores eran el contexto de toda esta aventura. Su gran tamaño hizo absolutamente imposible rodar esos planos en un tanque, por lo que se realizaron en la costa inglesa, con el incremento de coste que ello supuso. Un trabajo, un esfuerzo y un gasto enormes, especialmente teniendo en cuenta que dicho capítulo sería posteriormente eliminado de la película final.


Pero, sin duda, sería en Escocia donde estarían las mayores complicación del rodaje, incluyendo lo costoso de trasladar a todo el equipo al mismísimo Lago Ness y construir un pequeño submarino con forma de monstruo. Challis se vio incapaz de iluminar ciertas escenas nocturnas (como las que acontecen en el campamento de Mycroft) debido a lo vasto del paisaje, que salía totalmente negro en la imagen. La perdida más grande se dio cuando el muñeco submarino de Wally Veevers se hundió en las profundidades del Lago Ness. El rodaje se trasladó entonces a Pinewood para rodar esas escenas con fondos.


Así, los contratiempos se unieron al perfeccionismo maniático de Wilder y hicieron aumentar el tiempo de rodaje y el presupuesto. Las 19 semanas inicialmente previstas se convirtieron en 29.
El control que Wilder ejercía sobre absolutamente todos los elementos era enfermizo. Su absoluto conocimiento del guión y su determinante convencimiento de qué quería hacer le permitieron rodar la película prácticamente montada para, al estilo de Alfred Hitchcock, evitar problemas y tiempo en el montaje. En palabras de Ernest Walter (montador), sólo había que “quitar las claquetas y enganchar todo lo demás”.


Parte de este control absoluto era la prohibición de cualquier atisbo de improvisación. Wilder y Diamond habían estado una década perfeccionando aquella historia y estaban emperrados en que se rodara absolutamente tal y como estaba escrita. Así, Diamond tenía la curiosa potestad de parar el rodaje de una escena si así lo creía conveniente, algo que hizo varias veces, pues, como recordaba Walter, “estas son las palabras correctas y deben recitarse como en el guión”.
Diversas personas y periodistas serían testigos de este entorno milimétricamente controlado. Wilder era capaz de medir la cantidad de liquido en un vaso para que fuera exactamente como la deseaba, así como de sustituir toda la hierba de un decorado minutos antes del rodaje para que fuera del verde que había pensado. Esta actitud le llevaba incluso a sustituir lo verdadero por lo falso, llegando a rechazar las lágrimas auténticas de la actriz Geneviève Page. “¡Maquillaje! ¡Lagrimas de glicerina! ¡Grandes y hermosas lagrimas falsas de Hollywood! De las que no se ven en las películas de Godard, salvo en la cara del que las financia”.


Pero su exigencia no era sólo para los aspectos técnicos, sino muy especialmente para los actores. En cierto momento, Wilder indicó a Blakely que se moviera como Rudolf Nureyev, bailarín clásico, y actuara como Charles Laughton. Cuando la escena terminó, Wilder se acercó a Blakely. “¿Por qué has actuado como Nureyev y te has movido como Laughton?”
Realizaba un control tan absoluto de las actuaciones que le llevaba a pasar horas con frases irrelevantes. “Todo se exprimía hasta tal punto que te entraban ganas de salir corriendo a gritar fuera del plató, que era, más o menos, lo que yo hacía”, dijo el propio Sherlock Holmes, Robert Stephens.
Precisamente, éste fue el que peor llevaba esta presión. Debido a exigencias, había perdido mucho peso, se encontraba muy débil y su mujer, la actriz Maggie Smith, se había ido temporalmente de Londres para representar una obra de teatro. Decaído, presionado y sin apoyo, el rodaje era como pasar “por una picadora de carne todos los días”; días con sesiones de rodaje que, más de una vez, llegaron a las 12 horas.
Exasperado por las exigencias de Wilder e incomodo por la intensidad del rodaje, Stephens estaba al limite. En la vuelta a Londres, después de haber rodado las escenas de Inverness, se encerró en su habitación y tomó un puñado de píldoras para dormir junto a una botella de whisky.


Laurence Olivier, mentor de Stephens, consiguió retener la historia y evitar la polémica, mientras Wilder se culpaba. “Billy estaba muy preocupado”, dijo posteriormente el actor, “dijo que todo era culpa suya. Pero no lo era. Se trató de una acumulación de acontecimientos”. Cuando Stephens se reincorporó al trabajo, Wilder, que le “adoraba” y le consideraba un “actor verdaderamente culto y profesional”, le prometió que el ritmo a partir de ese momento no sería tan intenso. Por supuesto, todo siguió como hasta el momento.

Un buen día, durante el rodaje en un cementerio, Wilder se quedó mirando las tumbas y dijo algo para sí mismo.
“Esta gente murió muy vieja. Es imposible que tuvieran algo que ver con la industria del cine”.


LA POSTPRODUCCIÓN

domingo, 21 de junio de 2009

La vida privada de Sherlock Holmes (I)

Comienza aquí el artículo dedicado a La vida privada de Sherlock Holmes:

La producción:
Introducción/Preproducción: En los 10 años de preparación, un musical con Peter O'Toole y Peter Sellers fue una posibilidad.
Rodaje: Decorados espectaculares, atrezzo en el fondo del Lago Ness e intentos de suicidio.
Postproducción:
Los 200 minutos de la versión de Wilder son reducidos a 125.

La película:
Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos eliminados

Sinfonía en cuatro movimientos. Fragmentos conservados
Resumen de la versión original de 200 minutos, incluyendo las cuatro historias, el flashback y la introducción.

Fantasía sobre un personaje de Conan Doyle I
Fantasía sobre un personaje de Conan Doyle II
Opinión del abajo firmante



INTRODUCCIÓN
SOME LIKE IT HOLMES


Sherlock Holmes, que Arthur Conan Doyle basó en el doctor Joseph Bell, es el personaje más adaptado, tanto a películas, como a series y videojuegos. Lógicamente, en este panorama coexisten obras enormemente fieles (Las aventuras de Sherlock Holmes de Granada Television) con delirios que toman al personaje como lejana inspiración (El secreto de la pirámide).
La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970) se encuentra a medio camino entre ambos polos y podría considerarse, si no la mejor adaptación, sin duda la película más redonda e interesante que haya salido del universo holmesiano de Conan Doyle. ¿O quizás deberíamos hablar del de Billy Wilder e I.A.L. Diamond? La obra constituye la vigésima primera película de su director, la centésima vigésima octava basada en el detective de Baker Street y supone una conjugación del brillante talento deductivo y la personalidad del detective con el mejor humor (y drama) que pueden proporcionarnos Wilder y Diamond.
La historia de amor entre director y personaje surgió en la juventud del primero, cuando leyó las aventuras de Sherlock Holmes traducidas al alemán y quedó fascinado (o, al menos, interesado) por esa curiosa personalidad. “¿Había algo en su vida que le dolía? (…) ¿Odiaba a las mujeres? ¿Por qué tomaba drogas?”


Desde que debutó en el cine en solitario con El mayor y la menor (The Major and the minor, 1942), Wilder se había ido labrando una bien merecida fama con películas tan redondas como diversas. Desde la comedia con Un, Dos, Tres (One, Two, Three; 1961), hasta el drama con El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), pasando por el biópic de El héroe solitario (The Spirit of St. Louis, 1957), el cine negro con Perdición (Double Indemnity, 1944), películas bélicas como Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953) y de intriga con Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957). Nada se resistía a Wilder y colaboradores, siendo los dos más destacados Charles Brackett en algunas de sus primeras películas y Diamond en gran parte de las siguientes.
A finales de los años 50 y comienzos de los 60, Wilder vivía un gran momento profesional, con dos de sus películas más reconocidas, la hilarante Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959) y la magnífica El apartamento (The Apartment, 1960). Fue entonces, o de eso hay constancia, cuando Conan Doyle volvió a su memoria.
Wilder comenzó así a preparar la que sería una de sus próximas películas: una ambiciosa adaptación del personaje de Sherlock Holmes. Ambiciosa tanto en recursos, por la recreación histórica que conllevaba, como en intenciones, pues aquella no iba a ser una simple historia de misterio. Wilder buscaba una película perfecta en todos los sentidos, “no le importaba cuánto se tardara en hacerla”, según declaraciones del actor Robert Stephens. Las intenciones eran hacer lo que se conoce como un roadshow film, como Lawrence de Arabia y Sonrisas y lagrimas: películas ambiciosas con obertura e intermedio y proyectadas en un número limitado de cines.
La perspectiva a la hora de enfrentarse a esta adaptación era explorar todos esos aspectos que le habían fascinado. Holmes era “un adicto y un misógino y con todas las películas que se han hecho sobre él, nadie ha explicado por qué. Quiero cambiar su imagen. Seguirá siendo alto, ascético y cerebral, pero será real”. Esto se complementaría con el personaje de Watson, cuya relación con el detective fue definida por Wilder como “una situación parecida a la de La extraña pareja, aunque con un telón de fondo victoriano: dos solteros que viven juntos.” Es decir, una “historia de amor entre dos hombres”.
Wilder quería llevar al personaje de Conan Doyle a su mundo, explorar una creación ajena con su particular visión, huyendo de lo simple, que habría sido realizar una película de detectives al uso, para hacerla “divertida y romántica”.
¿Qué sucedió finalmente con la ambiciosa visión de Billy Wilder? El maniático perfeccionismo del director y su máxima atención al detalle no pudo impedir que la película fuera mutilada en el montaje, siendo la versión que ha llegado a nuestros días 80 minutos más corta de la inicial.



PREPRODUCCIÓN
10 AÑOS DE PREPARACIÓN


Que Billy Wilder no es un director previsible es algo que debería estar claro. Habiendo él mostrado su disgusto con su película más típica (pero no exenta de valor), El héroe solitario, por ser un biópic en al que no pudo dar el toque personal que le habría gustado, podemos concluir que no era la clase de persona que aceptaría realizar otra adaptación de Sherlock Holmes sin convertirla en una película con personalidad.


Tanto es así, que su primera idea de adaptar el personaje de Conan Doyle, a comienzos de los 60, era mediante una película musical. Tras el éxito de My Fair Lady (1964), Alan Jay Lerner (letras) y Frederick Loewe (música) estaban en la mente de Wilder como colaboradores indispensables de su obra, al igual que Peter O'Toole y Peter Sellers. O'Toole, que había saltado a la fama por su papel en Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), encarnaría al Holmes. Sellers, que apareció en la versión de Stanley Kubrick de Lolita (1962), sería Watson.
En 1963 la idea del musical fue desechada y el director comenzó a trabajar en lo que llamó “un estudio serio de Holmes”, aclarando años después que no pretendía realizar un “análisis freudiano”. Ahora se encontraba frente a una ambiciosa producción, en la linea del cine más épico de David Lean, aunque desde un prisma puramente wilderiano. Obviamente, Lerner y Loewe no tendrían ninguna implicación. No así O'Toole y Sellers, que seguirían vinculados a la producción.


En 1967, Wilder y su inseparable colaborador Diamond comenzaron a escribir el borrador de una historia que ya habían ido ideando desde el comienzo de la década. “No quería hacer un remake de El perro de los Baskerville. No creo que sea pretencioso si digo que he estructurado la película en cuatro partes, como una sinfonía: una para el drama, otra para la comedia, una para la farsa y la otra para el romance”. Así, La vida privada de Sherlock Holmes era una obts formada por cuatro historias distintas e independientes, una película por episodios.
Terminado el borrador, Diamond fue a escribir Flor de cactus (Cactus Flower, 1969) y Wilder comenzó a buscar colaboradores que le ayudaran a escribir el guión. Harry Kurnitz, que ya había trabajado con él en Testigo de cargo, y John Mortimer, que estaría nominado al Globo de Oro por John y Mary (John and Mary, 1969), estuvieron en algún momentos implicados, pero terminaron marchándose por diferencias creativas. Wilder recibió con las brazos abiertos a su viejo colaborador una vez terminó de escribir el otro guión.


El guión final alcanzaría las 260 páginas y, tal y como dijo el compositor Miklós Rózsa, “tenía la imaginación y el encanto de las mejores películas de Wilder y yo estaba convencido de que esta iba a ser la mejor de todas”.
La búsqueda del reparto se intensificó una vez se cayeron O'Toole y Sellers, quien también había intentado colaborar con el director en Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964). Wilder buscaba un reparto solido, no necesariamente conocido. Rex Harrison para el papel de Sherlock Holmes y George Sanders para el de su misterioso hermano Mycroft fue un escenario posible. Igualmente, la actriz Jeanne Moreau mostró su interés en interpretar al personaje femenino, pero fue rechazada por el propio Wilder.


El papel de Mycroft recaería sobre el célebre Christopher Lee, actor que había interpretado al detective de Baker Street en tres ocasiones, quedando insatisfecho con el resultado de todas ellas.
El papel de Watson pasó del cómico Sellers al más moderado Colin Blakely, de la National Theatre Company de Laurence Olivier. En opinión del montador, Ernest Walter, era el Watson perfecto.


A los fichajes de los actores John Williams y George Benson, en papeles que serían eliminados del montaje final, cabe añadir el de Geneviève Page, que ya había tenido un papel destacado en El Cid (1961).
¿Y Sherlock Holmes?
En 1968, Billy Wilder se encontraba en el hotel Connaught de Londres, donde habló con Robert Stephens, también de la National Theatre, durante 20 minutos. Sin tan siquiera pasar una prueba, Stephens obtuvo el papel. “Lo que es bueno para Larry Olivier también es bueno para mí”, pensó Wilder.


Su relación terminó siendo una de mutuo respeto. Stephens dijo en aquel entonces “soy uno de los mayores admiradores de Billy Wilder. Y también mi esposa. Y mi sastre”. Wilder, por su parte, consideraba que “Stephens era un hombre maravilloso. (...) Creo que se parecía al aspecto que debía tener Sherlock Holmes. Era un hombre muy afectuoso”. Pero esta no sería una relación perfecta.
Antes de comenzar el rodaje, Billy Wilder y su esposa dieron una fiesta. Durante el transcurso de ésta, Jack Lemmon, amigo del director, se acercó a Stephens y le advirtió de en qué se metía trabajando con Wilder. Pero ninguno de los dos sospechaba hasta dónde llegaría la situación.




EL RODAJE

jueves, 18 de junio de 2009

Elemental, querido Watson. Parte III (de III)

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Elemental, querido Watson. Parte I
Elemental, querido Watson. Parte II

Ya en los 80, encontramos un par de productos destacados que, al margen de su calidad fílmica, parecen emperrados en infantilizar al personaje para utilizarlo como forma de comercializar nuevas chocolatinas. Dejamos atrás adaptaciones fieles y complementos dramáticos, para meternos en películas de índole familiar o cómica. Si bien es cierto que en esta época se enmarca la ya mencionada Las aventuras de Sherlock Holmes con Jeremy Brett, que el que esto firma no ha tenido la oportunidad de ver todavía.

Nicholas Rowe/Alan Cox
El secreto de la pirámide (1985)
La colaboración entre Steven Spielberg (productor) y un Chris Columbus (guionista) recién llegado al mundo del cine dio dos productos tan divertidos, honestos y, a la postre, exitosos, como son Gremlins y Los Goonies. El tercer y último film de esa colaboración sería una película para toda la familia con pretensiones de convertirse en una saga de gran éxito, de ahí su título inicial, Young Sherlock and the pyramid of fear. En esta obra, echamos un vistazo a la juventud de Sherlock Holmes y John Watson, cuando traban amistad en un internado y deben acabar con una diabólica secta satánica.
Así, pocas cosas hay más inútiles que visionar El secreto de la pirámide como una precuela de las aventuras de Sherlock Holmes, porque si bien se nos avisa al comienzo de la proyección de que la producción se ha realizado con el máximo respeto y cariño a los personajes de Arthur Conan Doyle, queda bastante claro que lo que sin duda respetaban los implicados era al todopoderoso dólar ese. Y es que la película tiene mucho más en común con el por entonces reciente estreno de Steven Spielberg, Indiana Jones y el templo maldito, que con Conan Doyle, como queda claro de sus fantasiosas escenas y su tónica de aventura familiar, que en ocasiones llega a rozar demasiado el infantilismo, con algún que otro momento vergonzoso (“¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”).
Igual sentido tiene intentar ver en los personajes de Nicholas Rowe (que posteriormente trabajaría en la opera primera de Guy Ritchie, quien, cosas de la vida, se encarga de la próxima adaptación de Holmes) y Alan Cox (hijo de Brian Cox) algo que no sea unos jóvenes estudiantes de la época victoriana convenientemente sazonados y adecentados para los tiernos prepúberes de la década de los 80. El conocimiento de los responsables de la obra de Conan Doyle, de haberlo, es efímero y superficial, o al menos eso se demuestra de la aleatoria inclusión de referencias a los elementos más icónicos y conocidos, aunque en ocasiones, como en la presentación de Watson y Holmes, el uso del razonamiento deductivo tenga cierta curiosidad. Y, por supuesto, el personaje de John Watson es aquí un secundario cómico en la acepción más desagradable del termino. El fiel compañero del detective ha sido convertido en un comilón que habla con pastelitos, no da pie con bola y se tropieza alocada y aleatoriamente durante toda la película. Así, intentar ver un intento serio de explicar ciertos elementos de la naturaleza holmesiana (Moriarty, su relación con las mujeres) sólo conseguirá enervar, y con razón.
Aun así, tomada como una simple película de aventuras de inocentes intenciones, El secreto de la pirámide termina siendo un espectáculo que, aunque vacío, resulta de lo más entretenido y presenta alguno o dos detalles interesantes (ciertos momentos dramáticos y una escena tras los créditos finales). Gracias a una resuelta dirección de Barry Levinson, a una factura técnica impecable (no sólo en decorados y vestuario, sino también en efectos, incluyendo el primer efecto digital de la historia, obra y gracia del Pixar de Steve Jobs) y a una ambientación la mar de agradable en las espectaculares localizaciones de Oxford, esta aventura del joven Sherlock Holmes resulta una película tan amena como inocente,.
Por supuesto, de mencionado obligado es la brillantísima banda sonora de Bruce Broughton, que probablemente sea una de las mejores partituras musicales de aventuras de los últimos 25 años.



Basil de Baker Street/Dr. David Q. Dawson
Basil, el ratón superdetective (1986)
Si hablamos de la traslación de los personajes de Conan Doyle a la pantalla en este clásico Disney, estos no pueden haberse dejado más intactos, pues su brevísima aparición es brillantemente visualizada mediante sombras en una pared, con la reutilización de voces del serial radiofónico con Basil Rathbone. No, Basil, el ratón superdetective, es un estudio de la vida de los roedores del 21b de Baker Street.
Llegada en un mal momento de la compañía Disney, Basil pasó tan desapercibida como la mediocre Tarón y el caldero mágico, a pesar de ser uno de los mejores clásicos Disney jamás hechos. Divertida como ella sola, la película presenta a los álter egos del celebre detective y su doctor, que, convenientemente adaptados para el niño y la abuela, hacen tanta justicia a los personajes originales como las películas de Basil Rathbone. Por supuesto, adiós al razonamiento deductivo y la cocaína. Y durante 80 entretenidisimos minutos, uno ni lo echa de menos.
La recreación de esta Inglaterra victoriana ratonil es magnífica, con unos diseños impresionantes a disposición de algunas escenas que, a día de hoy, no han perdido un ápice de su emoción. Momentos como el de la loca persecución en la tienda de juguetes (concluyendo con una maravillosa escalada final) o la pelea final en los engranajes del Big Ben dejan en evidencia al cine de aventuras actual y resultan más visualmente fascinantes que, por poner un ejemplo malintencionado, Tim Burton y su particular y (añado yo) repetitivo universo.
La función es salteada con el perverso Rattigan, uno de los mejores villanos Disney quien, con la voz de un descontrolado Vincent Price, nos brinda momentos tan hilarantes como el descacharrante número musical.
Y, por último, pero no por ello menos importante, uno no puede dejar de mencionar la contribución de Henry Mancini. Su partitura juguetona, divertida y, sobretodo, elegante, pone la guinda al pastel que es un producto que no por familiar o animado tiene menos valor que algunas de las películas ya mencionadas aquí.



Michael Caine/Ben Kingsley
Sin pistas (1988)
La última película a comentar es esta curiosa comedia disparatada con reparto de primera fila. A los ya mencionados Caine y Kingsley cabe añadirles el hoy perdido Jeffrey Jones y Paul Freeman (el legendario Belloq de En busca del arca perdida).
El argumento nos sitúa en una realidad en la que Sherlock Holmes es un apreciado y amado detective privado capaz de resolver los casos más complejos. Hasta ahí, todo bien. El universo de Conan Doyle se vuelve boca abajo cuando descubrimos que en realidad Holmes es un actor contratado por el prodigioso John Watson, que le utiliza como fachada para evitar problemas.
Si algo caracteriza esta película de Thorn Eberhardt es una absoluta falta de personalidad y un socarrón sentido del humor en todos los implicados. El resultado es una parodia del universo creado por Conan Doyle, pero desde una perspectiva más realista y razonable, no necesariamente mejor, que la que adoptó Gene Wilder en El hermano más listo de Sherlock Holmes. Esta comedia tontorrona hecha sin más pretensión que la de hacer pasar un buen rato tiene su principal aval en su dúo protagonista.
Michael Caine, probablemente uno de los mejores actores del panorama actual realiza aquí su única interpretación del célebre detective, como un borracho canalla y con unos cuantos pelos de tonto. ¿Y qué podemos esperar de un actorazo que hasta cuando pone cara de aburrido y cobra el cheque tiene un carisma arrollador?
Exactamente lo mismo podemos decir de Ben Kingsley, tipo irregular donde los haya, pero que es capaz de darnos una buena interpretación cuando quiere. Su Watson crispado por Holmes no pasará a la historia del celuloide (ni debiera), pero termina siendo, nuevamente, un personaje de lo más encantador.
Son Caine y Kingsley los que, con su interpretación, hacen que Sin pistas merezca un poco la pena, pues si ésta destaca por algo es por su factura absolutamente plana, capaz de combinar estos dos actores y la partitura del siempre maravilloso Henry Mancini, con un equipo que no está a la altura ni de una telenovela mejicana.





21 años después de esta película, llegará a las pantallas una nueva versión, de manos del temible Guy Ritchie, con un felizmente recuperado Robert Downey Jr. como Holmes y un siempre eficiente Jude Law como Watson. Y aunque prejuzgar es de mentes cerradas y fanáticos a ultranza, lo cierto es que esta nueva película parece enmarcarse más en esta última etapa, con obras que utilizan el universo holmesiano como simple excusa para salirse por la tangente. El tema que queda por ver es si, como muestra el trailer, toda la innovación se compondrá de ralentizaciones y patadas en la entrepierna, o será al menos un divertimento para pasar el rato. El 15 de Enero lo sabremos.


martes, 16 de junio de 2009

Elemental, querido Watson. Parte II (de III)

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Elemental, querido Watson. Parte I

En los 70, Holmes entra, de la mano de Billy Wilder, en una década que nos dejará películas que, lejos de quedarse en simples whodunits, contextualizarán e intentarán dar una mayor profundidad al personaje de Holmes, ejerciendo muchas veces más de complemento a las obras de Conan Doyle que de sustitución o adaptación formal.

Robert Stephens/Colin Blakely
La vida privada de Sherlock Holmes (1970)
La personalísima visión del siempre genial Billy Wilder fue una ambiciosa adaptación llena de problemas, tomando unos personajes que el director arrastró convincentemente a su mundo particular y convirtiendo la película en una visión wilderiana del universo holmesiano y en la mejor película (no necesariamente adaptación) jamás hecha sobre el detective de Baker Street.
El lunes que viene, un artículo de estos plomizos para hablar de ella.



Nicol Williamson/Robert Duvall
Elemental, doctor Freud (1976)
La película, dirigida por Herbert Ross y escrita por Nicolas Meyer (autor de la segunda entrega de Star Trek, la mejor de la saga), al igual que la obra de Wilder seis años antes, no busca una adaptación propiamente dicha de ninguna historia de Sherlock Holmes, sino que pretende tomar su esencia y su naturaleza para presentar lo que pretendía ser un curioso aporte personal de Meyer (autor de la novela en que se basa) a este universo.
Su título original, The seven per cent solution hace referencia a la cocaína tomada por Holmes que Conan Doyle mencionó repetidas veces y a la que Wilder fue uno de los primeros en dar una marcada importancia.
La historia de esta película, no por casualidad, toma el comienzo del esplendido La solución final con Watson haciendo una visita a su viejo amigo, para descubrirle en un estado de absoluta crispación: Holmes acaba de descubrir a un nuevo criminal. Pero no uno cualquiera, sino la mente delictiva más brillante de todo el país, el pérfido profesor Moriarty.
El giro de tuerca y el mayor atractivo de la propuesta de Meyer llega con su visión personal del susodicho amo del crimen. El siempre magnífico Laurence Olivier encarna aquí, en un breve papel, a un inocente profesor James Moriarty, que se ha visto de pronto acosado por un psicótico Sherlock Holmes. Con la ayuda del sagaz Mycroft, Watson traza un plan para distraer la atención de Holmes y llevarlo a Viena, dónde un tal Sigmund Freud, mente maestra del psicoanálisis, podría ayudarle.
El concepto de una aventura compartida entre Freud y Holmes es una idea bizarra y con un enorme potencial, que bien podría haber salido de la mente de Wilder y Diamond. Pero su mano maestra no está detrás de “Elemental, doctor Freud”, y eso se nota.
El prometedor comienzo termina llevándonos a una historia de misterio al uso, mil veces vista, en la que Meyer hace una simplificación por momentos insultante del psicoanálisis, rebajando su extensión a un par de momentos. Pero su principal fallo no es este resumen de Freud para tontos (que, a fin de cuentas, también se encontraba en la sobrevalorada Recuerda), sino la incapacidad de Meyer por mantener la originalidad de su propuesta. El guionista no tiene el talento ni el ingenio suficiente como para ser coherente con su idea de partida y termina conduciendo la acción hacia caminos ya muy vistos, que se enmarcan en el relato de misterio más tradicional e irrelevante. La sensación final es la de estar frente a la obra de un gran conocedor del universo holmesiano con las agallas de cuestionar parte de sus elementos fundamentales, pero también frente a un guionista irregular, en manos de un director que apenas sabe qué hacer con una cámara.
A esto no ayuda nada la actuación de sus dos estrellas. Mientras Alan Arkin y Vanessa Redgrave cumplen con su trabajo (de forma ajustada), Nicol Williamson retrata a un Holmes psicótico que parece sacado de la etapa más histriónica de Jim Carrey. La visión del psicoanalizado y drogadicto Holmes que nos dan Ross y Williamson encaja mejor en una parodia de Gene Wilder, antes que en una obra seria.
A su lado encontramos al americano Robert Duvall, actor irregular que aquí nos brinda el acento inglés más forzado visto en un cine en mucho tiempo. El doctor Watson de Meyer se aleja, gracias a Dios, del estereotipo cómico tan difundido, para presentar a un personaje maduro y responsable. Si bien no es especialmente brillante, su protagonismo y su iniciativa lo convierten en una adaptación más fiel, echada por tierra por culpa de un error de casting.
Así, de este curioso producto final se salva la idea en sí misma y la divertida partitura musical de John Addison.



Christopher Plummer/James Mason
Asesinato por decreto (1979)
Antes de encargarse de la legendaria (o, al menos, conocida) saga de pretensiones cómicas Porkys Bob Clark dirigió este curioso amalgama que adaptaba tanto los personajes de Arthur Conan Doyle como la teoría propuesta por The ripper file, libro de Jones y Lloyd sobre los asesinatos de Jack el destripador, dónde los autores hipotetizaban sobre un vínculo con la realeza (este libro fue desacreditada poco después). Nuevamente, encontramos una adaptación que se plantea salir de los límites naturales de Sherlock Holmes, para situarle con los más sonados individuos de su época y nuevamente encontramos una película que termina hundiéndose en su irregularidad.
Las propuestas interesantes y los momentos destacables terminan siendo lastrados por ciertas escenas tediosas que Clark no sabe hacer interesantes (todo su final) y que en ocasiones visualiza de forma ridícula (los asesinatos).
El Holmes de Christopher Plummer es una recreación que termina cayendo en los tópicos de un esquemático personaje protagonista y guardando poco o nada de la naturaleza de su inspiración original. Y aunque Plummer sea un actor consagrado con papeles destacados (Sonrisas y lágrimas, La batalla de Inglaterra), su adecuación al papel, más que su actuación, no es especialmente buena. La combinación de ambos elementos dan un Holmes olvidable.
El Dr. Watson de James Mason, por otro lado, va más allá de lo que fue Conan Doyle y nos da un personaje cargado de melancolía y dignidad que bien podría haber sido el doctor de El saludo final (el relato de espías en el que Holmes y Watson vivían su última aventura).
Al final, el verdadero aliciente de Asesinato por decreto, más que su supuesto dramatismo, su misterio o su teoría sobre el asesino de Whitechapel, termina siendo el personaje del Doctor Watson, del que lo único que cabe lamentar es su corto tiempo en pantalla.



Parte III: En los 80, Sherlock Holmes se convirtió en un entretenimiento infantil y familiar con poco rastro del original. Chris Columbus nos cuenta una surrealista infancia holmesiana con más parecido a la posterior Harry Potter. Walt Disney no recibe suficiente reconocimiento por uno de sus mejores clásicos. El genial Michael Caine interpreta por única vez al sagaz detective, que quizás no sea tan sagaz.

domingo, 14 de junio de 2009

Elemental, querido Watson. Parte I (de III)

Aprovechando el anuncio de una nueva película sobre el célebre detective creado por Arthur Conan Doyle hace ya 120 años y la preparación de un artículo sobre La vida privada de Sherlock Holmes...

Sherlock Holmes es el personaje literario más adaptado de la historia del cine. Desde que hiciera su aparición allá por 1900 en Sherlock Holmes Baffled, de menos de un minuto de duración, el maestro del razonamiento deductivo se ha prodigado a lo largo de más de 200 series y películas, no sólo inglesas o americanas, sino también alemanas, francesas, rusas, portuguesas...
Ya en Sin pistas (Without Clue, 1988) Michael Caine, con una sonrisa canalla, sentenció “Ahora, Sherlock Holmes pertenece al mundo”. Efectivamente, el personaje creado por Conan Doyle ha pasado a ser parte de la cultura popular y ha mutado, por causa de corrientes sociales e interpretaciones diversas, para ser, en parte, objeto de inspiración de muchos otros personajes e incluso de las reinterpretaciones a las que él mismo era sometido.
Efectivamente, el Holmes cinematográfico y de conocimiento popular ha ido distanciando su recorrido del literario hasta llegar al, en apariencia bizarro, Sherlock Holmes que próximamente veremos interpretado por Robert Downey Jr.


Muchos han sido los que se han enfrentado con la tarea de dar vida al sagaz detective de Baker Street, desde profesionales prestigiosos como Peter O'Toole, (que prestó voz a producciones animadas de comienzos de los 80), Christopher Lee (que le interpretó tres veces) o Peter Cushing (entre otras, en El perro de los Baskerville de la Hammer, en 1959) hasta improbables detectives como John Cleese (en la parodia de 1977, El extraño caso del final de la civilización tal y como la conocemos, que ya sólo por su título merece ser mencionada), pasando por actores tan variados como Richard Roxburgh, Joaquim de Almeida, Frank Langella o Jeremy Brett (que le dio vida en Las aventuras de Sherlock Holmes, la serie de la productora inglesa Granada Television que, entre 1984 y 1994, adaptó gran parte de los relatos originales y es considerada la adaptación definitiva).


El siguiente artículo está limitado a un pequeño porcentaje de todas las producciones, pero que, de una forma u otra, ejercen más de complemento que de sustituto de las obras de Conan Doyle, tratando de ir más allá de ser simples whodunits, al margen de su éxito en dicha tarea.

Y, antes de nada, los personajes originales:

Sherlock Holmes/John Watson
(Sherlock Holmes, 1887-1927)

Sherlock Holmes se ha erigido como un icono de la cultura popular y se ha convertido en conocimiento común su genial capacidad deductiva. No obstante, a lo largo de estos 120 años, su figura ha sufrido modificaciones, bien por razones de moral, bien por simplificación en general, y el Holmes que pervive en la memoria popular es una versión más neutra y menos personal, pasando a ser un gran detective, sí, pero no muy diferente a Hercules Poirot, por poner un ejemplo. Y, al margen de que guste más o menos esta nueva faceta, nos encontramos ante una perversión (mayor en algunas adaptaciones que en otras) que pierde de vista determinados elementos originales de los relatos de Arthur Conan Doyle.

El celebre detective fue creado por éste para Estudio en escarlata, libro dividido en dos partes, sólo una de las cuales le tenía como protagonista. Introducido como una forma de dar entidad a un simple relato detectivesco, las potencialidades del personaje no tardaron en hacerse evidentes para el propio autor, que lo haría protagonista ya absoluto (junto a su inseparable cronista, Doctor John Watson) del segundo libro, El signo de los cuatro (que nos presenta una de las mejores aventuras de Holmes). Tras esto, ya en la célebre revista Strand, el genio del razonamiento deductivo pasaría a ser el protagonista de pequeños relatos cortos de los que cabe mencionar, a modo de curiosidad, su orden absolutamente anárquico, bien pudiendo acontecer una narración en tiempo presente y la siguiente 20 años antes. Esto fue lo que llevó al curioso hecho de que la despedida de Holmes y Watson se diera 10 años antes de que sus aventuras dejaran de publicarse. En total, Holmes aparecería en 56 relatos y cuatro novelas.


Con sus peculiares cualidades, como detective y como persona, este pintoresco individuo se hizo un hueco en los corazones de todos y en la exasperación de Conan Doyle. Así, cuando la gente saturaba el número 221B de Baker Street (que no existe en realidad) con cartas y todos quedaban fascinados por las dotes detectivesca de las que Holmes hacía gala, el escritor británico, harto de ser lastrado por su personaje y con ansias de dejarlo de lado, decidió crear a la única mente criminal lo suficientemente brillante como para acabar con el detective privado más sagaz de Gran Bretaña. Nace el Profesor Moriarty, fruto no tanto de la creatividad como de la absoluta falta de recursos. Muere Sherlock Holmes al caer por las cataratas de Reichenbach.
Nueve años después, Conan Doyle, aprovechándose de su anarquía cronológica, decide recuperar un personaje que ya conoce (demasiado) bien para su nueva novela, El sabueso de los Baskerville, y ahorrarse así presentaciones innecesarias. Un año después, Holmes vuelve al Strand para quedarse.

El curioso personaje de Sherlock Holmes es, por los estándares actuales, un héroe atípico como él sólo. Su perspectiva netamente científica y objetiva le convierten en un investigador brillante y en un elemento con enormes potencialidades (que van más allá de los pretendidamente graciosos líos de faldas que el anuncio de la nueva producción se afana tanto en destacar) y que con el razonamiento deductivo, si bien incurriendo en las mismas trampas de Agatha Christie al guardarse datos decisivos para el final, resulta por momentos fascinante. Junto a toda esta concepción del mundo, encontramos una personalidad enormemente serena (activa cuando es necesario) y por momentos condescendiente, que aun así presenta sus debilidades y su profundidad, bien sea en su convenientemente olvidada adicción a la cocaína, en el cierto orgullo que demuestra al ser vencido o igualado por un rival o colaborador a la altura de las circunstancias.
Y para enfatizar esta brillantez y dar algo más a los que siguen sus aventuras, encontramos al Dr. Watson, narrador de las aventuras de Sherlock Holmes y popularmente condenado a ser el secundario cómico, en una imagen que dista mucho de la original.

Al final, los relatos de Sherlock Holmes no son otra cosa que inocentes pero entretenidísimas historias para pasar el tiempo, que Conan Doyle sabe ir salpicando en su justa medida de detalles encantadores, bien sean por su carácter sórdido (la drogadicción), dramático (la muerte de Holmes), emotivo (su amistad con Watson) o melancólico (su retiro y su último saludo)...


Basil Rathbone/Nigel Bruce
(Sherlock Holmes, 1939-1946)

Guste o no, el esplendido Rathbone se ha labrado un lugar en la historia como EL Sherlock Holmes. Si bien fue el vigesimoséptimo actor que tuvo el honor de encarnar al personaje, su porte y su talento, unidos a la fama que ha ido cobrando la entretenida (pero intrascendente) docena de películas que protagonizó, le han convertido en el paradigma holmesiano.

Este Holmes fue una adaptación fiel pero algo estereotipada del personaje de Conan Doyle, que eliminaba sus elementos más sórdidos y peculiares, como su adicción a las drogas, para convertirlo en un personaje ya visto, pero igualmente atractivo gracias al encanto de Rathbone. Su Holmes sigue siendo sagaz e inteligente, un detective de mente privilegiada y aficionado a la música y los disfraces (detalle muy olvidado en adaptaciones posteriores y que proporciona divertídisimos momentos de lucimiento personal a Rathbone) aquí con mayor sentido del humor y, por decirlo de alguna forma, humanidad.
El retrato del doctor Watson, no obstante, es menos fiel y se inscribe en esa concepción popular del personaje (que, afortunadamente, no estará presente en algunas adaptaciones posteriores). Nigel Bruce, el amigo que todos querríamos tener, encarna con propiedad al personaje de las películas y se convierte en un alivio cómico efectivo por momentos, pero que traiciona totalmente la naturaleza del original, al convertirlo en eso, un simple secundario cómico.


Con producción de 20th Century Fox, Hound of the Baskervilles y The adventures of Sherlock Holmes, ambas de 1939, fueron las dos primeras películas de Holmes realizadas con este dúo, ambientadas en la época victoriana. La primera, una adaptación fiel y bastante conseguida del relato original que, no obstante, ha quedado un poco anticuada debido al número de veces que ha servido de inspiración para historias similares. La segunda, una curiosa y algo típica historia que reinventa el final del pérfido Moriarty, entretenida y con algunos momentos enigmáticos bastante conseguidos.
En este momento, los derechos cambiaron de manos y pasaron a Universal. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el estudio decidió traer al célebre detective al tiempo presente y convertirlo en un valeroso recurso contra los alemanes. Las primeras películas de esta tanda tenían, pues, un claro componente propagandístico. Aunque The voice of terror (1942) no estaba exenta de cierto encanto, el resto terminaron siendo relatos mil veces vistos, sin demasiada gracia, pero que, al menos, mantenían la continuidad de los personajes. Tras The secret weapon (1943), Sherlock Holmes in Washington (1943) y Sherlock Holmes faces death (1943), la entrada del personaje de Conan Doyle en 1944 le libró de ese elemento bélico, pero le mantuvo encerrado en los años 40. El resto de películas retomaban el tono de la segunda entrega y aunque no estaban al nivel de los relatos originales y por momentos eran más propios de los tramposos relatos de Agatha Christie, seguían teniendo momentos disfrutables. En especial The Spider woman, en 1944 (que tomaba parte de su trama del magnífico relato de Holmes Los tres Napoleones); The House of fear, en 1945 (con una historia que, si bien bebe del relato de Holmes “Las cinco pepitas de naranja”, nos retrotrae a Diez negritos, escrita tan sólo 6 años antes de la producción de la película) y Terror by night, en 1946. La irregular Dressed to kill pondría punto final al Holmes de Rathbone, memorable en su actuación (sin duda, la gran baza de estas obras).


Así, la mayor aportación que podemos ver en las películas de Basil Rathbone y Nigel Bruce es el porte del primero y su perfecta adecuación al personaje y, por qué no, su entretenimiento sin pretensiones, que hacen de ellas divertidas películas de misterio, sin lograr (ni plantearse) superar a los relatos originales.


Parte II: En los 70, llegaron películas que contextualizaron e intentaron dar una mayor profundidad al personaje. Billy Wilder vive una odisea con final agridulce en La vida privada de Sherlock Holmes. Nicholas Meyer psicoanaliza a Sherlock Holmes. Teorías de estos años originan una aventura de Sherlock Holmes tras los pasos de Jack, el detripador.

miércoles, 10 de junio de 2009

The Thief and the Cobbler. Recobbled cut.



Dirigida por RICHARD WILLIAMS
Restaurada por GARRETT GILCHRIST


Si tropiezan un día con uno de esos raros lugares que venden en VHS películas que en su día fueron directas a video a precios exorbitantes, quizás encuentren, entre "Truqui, la pequeña locomotora" y "El poder del amor VII", una cinta animada bajo el título de "El ladrón de Bagdad", pelicula que, a simple vista, no parecería más que una mala copia de Aladdin.

Pero quizás les sorprenda saber que detrás de esa mala carátula se encuentra un ambicioso proyecto, dirigido por un prestigioso animador ganador de tres Oscar, que vio como la obra de su vida le era arrebatada de las manos, arruinada y confinada a una polvorienta estantería.

THE THIEF AND THE COBBLER. RECOBBLED CUT. TRAILER


ONCE...

En 1964, Richard Williams era un animador que comenzaba en la industria y únicamente tenía en su haber un cortometraje, The Little Island (1958), aunque su carrera posteriormente incluiría diseño de títulos de crédito en películas como "Casino Royale" (1967), "Asesinato en el Orient Express" (1974) o "La pantera rosa ataca de nuevo" (1976). Fue en este año cuando Williams se sintió atraído por las historias de Nasrudin, personaje turco de la edad media, y decidió llevarlas a la gran pantalla en la que sería su primera película animada como director.

"The amazing Nasrudin" (El asombroso Nasrudin), título original del proyecto, empezó su producción en Inglaterra en 1967, con la grabación de voces (Vincent Price, Anthony Quayle y , dicen, Sean Connery en un pequeñísimo rol) y el comienzo del proceso de animación; A esta época pertenecen determinadas escenas que han llegado a la película final y que conciernen al ladrón del título final, el único personaje que permaneció intacto.

En el 1972, cuando el título pasó a ser "The Golden City" (La ciudad dorada) la producción encontró problemas de derechos con las historias originales de Nasrudin, lo que arruinó un posible trato con una gran productora y obligó a los implicados a abandonar el proyecto. Ni corto ni perezoso, Williams cogió sus personajes originales (el ladrón) y eliminó a Mulla Nasrudin de la película, que ahora se conocería como The Thief and the Cobbler (El ladrón y el zapatero).

A mediados de la década, el film progresaba muy lentamente, al no encontrar el apoyo de ninguna gran firma, en parte debido al problema del director con las fechas de entrega: su absoluto perfeccionismo sería la maldición de la película. Aun así, en esta época se consiguieron terminar algunas secuencias espectaculares, con pequeñas financiaciones de productores que, finalmente, terminaban retirándose de la producción. Hasta el mismo Gary Kurtz (La guerra de las galaxias) daría dinero.

Ya en los 80, la animación dejó de estar de moda. Las películas Disney pasaban con más pena que gloria (Los rescatadores en Cangurolandia) y Richard Williams seguía ambicionando su proyecto, cada día con un nuevo título: "Once..." ("Once upon a time...", el típico "Érase una vez...") o "The thief who never gave up" (El ladrón que nunca se rindió, una referencia al esfuerzo y el empeño de Williams empleado en el film).

Sería un montaje con los 12 minutos ya animados de la película el que metería a Williams de lleno en el Hollywood más exitoso.

Rober Zemeckis consiguió ver ese avance y supo que Richard Williams debía estar en su nueva película, una arriesgada pero atractiva mezcla entre cine negro y animación. "Quien engañó a Roger Rabbit" (1988) sigue siendo hoy una de las mejores películas de su director (cada día más perdido) y la animación de Williams continua impresionando, con una calidad muy superior a películas actuales.

En este momento entra Warner Brothers. Tras el enorme éxito cosechado por la película de Zemeckis y el gran reconocimiento del trabajo de Williams (dos Oscar), la productora (además de otros inversores) aceleró las cosas. The Thief and the Cobbler iba ahora viento en popa y su fecha de entrega estaba fijada para finales de 1991. En 1992, la película estaba a 15 minutos de ser terminada: el enorme perfeccionismo de Williams volvía a la carga.

Cual sería la sorpresa de todos los implicados, cuando Disney anunció una película, también ambientada en Arabia y con muchas (demasiadas) coincidencias con la obra de Williams (por la que habían pasado varios animadores que después ingresarían en los estudios de Burbank...). Cuando Warner vio que la obra de Williams habría de competir con Aladdin, se retiró del proyecto. Los nervios cundieron.

A mediados de ese mismo año, los productores demandaron un pase de The Thief and the Cobbler. En dos semanas, Williams hizo los storyboards de las escenas que faltaban por animar (en todos estos años, jamás dibujó un storyboard) y los integró en la película para proyectar una copia de trabajo. Las reacciones de los inversores precedieron al inmediato despido de Williams y de todos los animadores.

Los productores estaban descontentos con el resultado final y decidieron no seguir gastando más dinero en aquello. Tras despedir a todo el equipo, pasaron el material a Fred Calvert, un animador de televisión (obviamente, mucho menos cualificado y entregado), con un par de directrices, una de las cuales aludía a la "inexplicable" falta de canciones en la película (algo que también se quiso imponer a Williams). Con la ayuda de estudios por todo el mundo (algunos , animadores de Don Bluth) y reduciendo gastos (la animación es menos fluida y los diseños, más burdos), se eliminaron secuencias ya animadas, se modificó el montaje, se introdujeron tres canciones y se añadieron y cambiaron diálogos y voces.

En 1994, esta versión de la película, The Princess and the Cobbler (La princesa y el zapatero) se estrenó en Australia y Sudáfrica, con 77 minutos de duración frente a los casi 100 de Williams.

Un año después, Miramax, propiedad de Buena Vista, compra los derechos de la película. Esta nueva versión remontaba lo ya visto y presenta un nuevo elenco de voces, en aun menos tiempo (72 minutos). Jonathan Winters y Matthew Broderick llegaron para poner voces a dos personajes originalmente mudos (¡!).

Arabian Knight (El caballero árabe) se estrenó en verano de 1995, tres años después de Aladdin, más como un subproducto surgida de esta (con numerosas referencias a ella) que como una película con entidad.


EL ZAPATERO Y EL REMENDÓN

Aquí es donde entra Garret Gilcrhist, más de diez años después.

En 2006, este animador anunció su intención de restaurar la película, bajo el nombre de The Thief and The Cobbler. Reccobled Cut (El ladrón y el zapatero. Montaje remendado).

Gilchrist buscó todas las versiones existentes de la película, encontrado la copia de trabajo que Williams proyectó a los productores. Sacada de un mal VHS, alternaba animación terminada con otra a medio colorear con bocetos y storyboards, en una calidad que dejaba bastante que desear... Pero era un comienzo.

Siguiendo esta copia de trabajo, se pudo recurrir a las copias digitales existentes de las otras dos versiones (editadas en DVD en algunos países), que conservaban unas cuantas escenas del metraje original de Williams en mayor calidad. Mezcló estas escenas genialmente animadas, con aquellas de Calvert que, aunque mediocres, seguían la historia original, y completó las escenas que faltaban con bocetos y storyboard.

Por supuesto, esta restauración sacó a la luz la pista de audio original, con todos los actores y diálogos tal como los supervisó Williams (salvo por alguno irrecuperable) y aunque utilizó pequeños cortes musicales que Robert Folk compuso para las otras versiones, la mayor parte de la música se sustentó en la obra clásica de grandes compositores como Ralph Vaughan Williams o Nikolai Rimsky-Korsakov.

El resultado de este trabajo fue colgado gratuitamente en la red, con comentarios de Gilchrist.


LA HISTORIA INTERMINABLE

A la hora de hablar de este The Thief and the Cobbler. Recobbled Cut, uno nunca puede dejar de alabar la labor de Gilchrist que, de su propio bolsillo y solamente por amor al arte, quiso acercarse un poco a lo que podría haber sido esta película.

Por supuesto, al igual que sucedía con el Richard Donner's Cut de Superman II, estamos hablando de un resultado que tiene más que ver con un documental que con un largometraje de animación. Este montaje sirve simplemente para mostrar lo que pudo haber sido y no fue. El cambio de escenas animadas a storyboards (más acuciante en su parte final) y entre escenas de calidad DVD y VHS, hacen de esta película más una curiosidad para el público adulto interesado en el tema.

Pero, aceptado esto, el filme puede disfrutarse igualmente. Y es que, de haber sido terminado, probablemente estaríamos hablando del mejor film animado de la década de los 90, junto con El gigante de hierro.

Claro que en una época en la que los estudios Disney parecían tener el monopolio de la animación, muy pocos osaban plantarles cara, y, si así lo hacían, nunca conseguían superarles en taquilla, al margen de la calidad de la película en si misma. No sería hasta mucho después, cuando Dreamworks comenzó la batalla con la fallida El príncipe de Egipto y la recomendable Antz, que la hegemonía de Disney ya no sería tal.

Y es que pasamos a una época en la que el cine en tres dimensiones había abierto camino para muchos estudios que querían hacer películas baratas en un santiamén, aun sacrificando la animación (La increíble pero cierta historia de caperucita roja) y Disney cada día estaba más perdida (las muy divertidas Lilo & Stich y Atlantis no tuvieron más eco que la mediocrísima El Planeta del tesoro y engendros similares). En todo este lío, apenas Pixar ha sabido mantener un buen nivel (exceptuando Cars y Ratatouille) y ha alcanzado su punto álgido con la brillantísima primera media hora de Wall-E, que nos recuerda al humor mudo, en el que The Thief and the Cobbler tiene mucho que decir.

Richard Williams se declaró un gran fanático de los primeros clásicos Disney de los años 40 y acostumbraba a hablar con los animadores de éstos, en la esperanza de que el saber de la animación tradicional no se perdiera. Y, en una época en la que todo el mundo pide ordenador y nadie parece interesado en las viejas dos dimensiones, esperemos que haya más gente como él, que sepa apreciar el valor de una buena película realizada íntegramente a mano (como es este caso).

El guión de The Thief and the Cobbler respira "clasicismo", como el gran homenaje a grandes e inmortales obras de dibujos animados que es: un argumento que nos retrotrae a los buenos clásicos Disney, plagado de un humor deudor de los hilarantes Looney Tunes, con un gran sentido del espectáculo y la épica, pero al mismo tiempo novedoso y con un ritmo que deja con la boca abierta (ni demasiado pausado ni demasiado acelerado, perfecto).

La historia nos cuenta el destino de una ciudad dorada y la aventura de aquellos que tienen que salvarla, pero lo hace evitando la narración moderna y presentando un estilo mucho más adulto. No entendamos "adulto" como referencias obscenas o palabras malsonantes, que a veces sólo son un recurso para encubrir una incapacidad. Williams trata al espectador como una persona madura, con una historia que no por simple es obvia (como sí lo sería sus siguientes versiones), sabiendo que lo que se puede expresar con imágenes, no tiene sentido reiterarlo con palabras.


El gran acierto de Williams a la hora de retratar a sus personajes radica precisamente en esto: ni el zapatero ni el ladrón del título cantan canciones de amor, hablan sobre sus aspiraciones o pierden el tiempo con chistes fáciles... simplemente porque son mudos. No hablan, pero no necesitan hacerlo, lo expresan todo con sus acciones. El primero, una referencia a Chaplin. El segundo, al celebre Coyote. Los dos guían la película con un humor visual que nunca pasará de moda y que alcanza su cenit en el delirante, surrealista, épico y maravilloso final, que, en cierta forma, contradice totalmente todos los esquemas sobre la figura heroica y se distancia del tópico y el estereotipo.

Los dos protagonistas nos brindan no sólo este increíble clímax (desafortunadamente, no completamente animado) sino también una divertidísima e hipnótica persecución (verdaderamente surrealista) que echa mano de toda clase de trucos ópticos y un humor absurdo que nos recuerda a la locura de los dibujos de la Warner (cuando el ladrón trata de hacerse con las tres bolas doradas)... Y de los dos, será el zapatero el que acabe viviendo una historia de amor que, alejada de empalagosas canciones, se reduce a un par de bellos momentos y miradas, como el encuentro inicial entre los dos enamorados, con ese encantador giro de cabeza.

Por otro lado, encontramos al diabólico Zig-Zag. Un visir de cara puntiaguda y tez azul, al que algún personaje de Aladdin (el genio o Jafar) recuerda sospechosamente. Con la fantástica voz de Vincent Price (que repetiría en la animación con la genial Basil, el ratón superdetective, grabada posteriormente pero estrenada antes que Thief and the cobbler), este malvado visir real que habla con rimas termina siendo un personaje grotesco y cómico, pero igualmente efectivo, con un final cargado de humor negro y que Williams sabe visualizar muy originalmente utilizando un recurso de toda la vida.

Es en este ocasional humor negro donde se ve que estamos ante algo diferente que, salvando las distancias, recuerda más a Bugs Bunny y Yosemite Sam jugando a la ruleta rusa que a Shrek entonando un rap. Y ahí está la escena en la que el ladrón es castigado (no hacen falta más palabras), ingeniosa y bien llevada, y que no necesita de una voz en off para explicarnos nada que no estemos viendo.


Y, por si este guión no fuera suficiente (que lo es), lo que verdaderamente brilla en The Thief and the Cobbler es la dirección de Richard Williams, en un lujoso panorámico (como debe ser en una película de estas características). Ahora que todo hijo de vecino puede hacer una película digital por pobre que sea, es un verdadero goce para la vista contemplar una obra animada totalmente a mano, fotograma a fotograma. Los diseños son impactantes (atención a su increíble final, con las máquinas de guerra), los colores son inmejorables (el ladrón buscando la forma de entrar al castillo), la fluidez de los personajes es hipnótica (la persecución por el zapato) y los movimientos de cámara dejan con la boca abierta, como vemos en las escenas de noche en la torre de Zig-Zag o en la llegada a la masacre: resulta impactante la capacidad de Williams para moverse con total libertad en un entorno de dos dimensiones.

Los colores, los movimientos de cámara, la animación de los personajes, los diseños… Todo lo que se ha conservado deja entrever una obra maestra, muy superior y mucho más atrevida que muchas películas actuales.

No deja de resultar curioso (por no decir enervante) ver como una película tan maravillosamente animada, es arruinada y olvidada en favor de otra película, muchísimo menos conseguida en todos los sentidos (Aladdin).


EL CABALLERO, EL LADRÓN, LA PRINCESA, EL ZAPATERO Y EL APUNTADOR

Ya se ha hablado brevemente de las diferentes versiones que salieron de esta película (todas ellas disponibles en Youtube, incluida la de Williams, y a las que hay enlaces más abajo) y no hace falta más que un vistazo para ver las diferencias.

Ambas, tanto la de Fred Calvert como la de Miramax, utilizan material rodado por Williams y prácticamente tienen un montaje similar, pero es en los diálogos donde todo cambia y donde, por momentos, el espectador puede sentir que se está atacando su inteligencia.

The Princess and the Cobbler

Como ya se ha comentado, cuando Williams pasó a Calbert la copia de trabajo, con todas las escenas ya animadas, éste recibió ciertas instrucciones por parte de los productores. En lugar de limitarse a animar malamente las escenas que faltaban, fue más allá, llegando incluso a poner voz al zapatero mudo, por aquello de que el público podría quedar desconcertado si un personaje no habla constantemente. Las cosas como son, no puede culparse tanto a Calbert como a los productores que realizaron las imposiciones.

Pero lo que es indudable que es el estilo de animación es visiblemente peor. Con menos dinero y menos ganas, las escenas terminadas por su equipo se distinguen en sus movimientos menos fluidos y realistas y en sus torpes diseños (por momentos, parece que estemos viendo el trabajo de un mal imitador).

Esta animación deficiente se aplicó a algunas escenas que sí estaban en el guión original (la princesa y el zapatero en los aposentos de esta) y a otros que no (la princesa cantando un tema deseando que un hombre entre en su vida, sin comentarios), y resulta alarmante y criticable la eliminación y modificación de animación original de Williams, en afán de "agilizar" el ritmo. Es decir, para reducir metraje (tanto da el ritmo, mientras la película dure menos de 70 minutos), se cortaron fragmentos de escenas y se fundieron unas sobre otras, arruinando fascinantes movimiento a través de las montañas, con imágenes de la batalla final (¿¿??).


The Arabian Knight

La versión de Miramax, si bien tiene un montaje muy parecido a la de Calbert, incluye, como no podía ser de otra forma, forzados chascarrillos y referencias a Aladdin ("¿Quién necesita un genio teniendo un clavo?").

Como en la versión anterior la voz en off inicial es sustituida por la del propio protagonista, que permanecerá en off todo el metraje, diciendo apenas un par de frases en directo. Por supuesto, todos los personajes evidenciarán constantemente lo tímido que es y lo poco que habla, cuando en la versión de Williams ni se mentaba este hecho. El cambio más ultrajante lo introduce la voz de Matthew Broderick (nunca sabremos como el protagonista de Todo en un día llegó aquí), cuando habla del ladrón: "un hombre de pocas palabras, pero muchos pensamientos".

Efectivamente, alguien decidió que era lo ideal poner voz al segundo personaje mudo de la película, arruinando todos y cada uno de sus momentos con insoportables monólogos supuestamente graciosos que, al igual que sucede con la voz del personaje principal, manda al traste la madurez narrativa de Williams, al creer que los espectadores necesitan que se reitere constantemente sus acciones.


THE END

Han pasado ya 13 años desde que Arabian Knight o The Princess and the Cobbler (como ustedes gusten de llamarla) vio la luz, adulterada, arruinada y vendida como un subproducto concebido a la sombra de Aladdin, cuando en su concepción y desarrollo era una original película con una animación verdaderamente espectacular y un humor que hoy día se echa de menos (felizmente recuperado en la mencionada primera media hora de Wall-E).

Richard Williams apenas sí ha aparecido en un par de documentales desde entonces. Desde luego, no debe ser fácil ver como el proyecto de toda una vida, levantado con esfuerzo durante 25 años, se derrumba en un momento y queda reducido a versiones alteradas y mutiladas en pantalla completa como regalo en cajas de cereales; mientras la factoría Disney no tiene inconveniente en añadir gratuitamente prescindibles escenas en sus películas en DVD (La bella y la bestia, El rey león), en una época en la que todo el mundo parece lanzar ediciones extendidas, a cada cual más prescindible (Gladiador, xXx... ¡Por favor!).

Películas como esta o La vida privada de Sherlock Holmes, permanecerán siempre inacabadas, aunque no nos falte el "deseado" montaje extendido de Hancock.

Por suerte, y gracias a la excelente y muy encomiable labor de Garret Gilchrist, podemos hacernos ahora una idea de la gran película que The Thief and the Cobbler pudo haber sido y no fue, con la vana esperanza de que, algún día, alguien decida retomarla y terminarla, para dar al público dos horas de animación deslumbrante e hilarante diversión.


ENLACES

Youtube: The Thief and the Cobbler. Recobbled Cut

Youtube: The Princess and the Cobbler

Youtube: Arabian Knight

Wikipedia: The Thief and the Cobbler

Borrador de la historia (1969)

The animador who never gave up. The Unmaking of a masterpiece